Un tipo tenía encendidos sus ojos, brillando como linternas, desbordándose en la nada, tanteando el vacío, acostumbrado esa tupido vacío que envolvía las calles desiertas, sin alumbrado público, de paredes insomnes, gastadas y amarillentas y el fuerte viento, febril, estrellándose en ventanales y portones, como un tétrico tamborileo incesante, estridente, mortificante y tenebroso igual a una música fantasmagórica.
El tipo escuchó, al fin, los pasos apurados de alguien. Sabía que era él. reconoció su andar rápido, alzando los talones, yendo en puntitas porque le permitía ir más rápido en la vereda. Sin embargo, no tuvo emoción alguna tampoco, ni se inmutó ni parpadeó para no apagar las luces de sus ojos, auscultando la oscuridad. Sacó su pistola, vio si estaba cargada, rodó el tambor y jaló el seguro. Pasó la lengua por los labios y sonrió. Ya era rutina. Lo había hecho tantas veces que le fue tan habitual como desayunar café con leche, hacer el amor con alguna mujerzuela o dormir desnudo porque los vellos que alfombraban su cuerpo le era una segunda piel contra el frío intenso de esos crudos días de invierno en la ciudad.
Sus orejas eran parabólicas, lo captaban todo y su cabeza parecía una laptop abierta, contando cada paso, los brincos, los tosidos, los soplidos, la respiración acelerada y hasta el bombeo de su corazón alterado y hasta el tic tac cansino y monótono del reloj. Contó hasta cinco, que era la distancia que separaba al sujeto viniéndose de prisa por la calle desierta, apagada, oscura y tétrica y la esquina donde estaba escondido el sujeto, apretando su pistola en el pecho, luego salió y sonrió. sus dientes muy blancos iluminaron la noche. Relampagueó la nada.
-Hola, "Lagartija"-, le saludó irónico, con un vozarrón grave igual al estallido de una dinamita.
"Lagartija", sorprendido por la repentina aparición, se cayó al suelo, de espaldas, temblando de miedo, pasmado, aterrado y con los pelos de punta. Desorbitó los ojos y empezó a tiritar igual si tuviera terciana. Tartamudeó impactado y estupefacto, sin saber qué hacer ni qué decir, tan solo dejaba castañuelear sus dientes aterrado.
-Me mentiste, ya sabes que a mí no me gustan las mentiras, je je je-, reía el sujeto apuntándole en medio de los ojos con el arma, sin dejar que sus pupilas lancen fulgores como estrellas encendidas.
-No te mentí, hice lo que me ordenó "Turbo", maté al congresista Milchevic,-, intentó explicar "Lagartija".
-Eso no es lo que dice "Turbo", nunca te ordenó matar a nadie, lo que pasa es que tú siempre has querido mi puesto, ahora la policía piensa que yo maté a Milchevic, por eso la vas a pagar muy caro, por meterte conmigo-, le dijo el pistolero sin despegarle la mirada del pánico del obre "Lagartija".
-"Turbo" es el que miente, él me dijo que lo matara a Milchevic-, se defendió el sujeto, tendido en el suelo, alzado en sus codos, llorando de espanto.
El tipo de la pistola chasqueó varias veces la boca, -tsk tsk tsk, feo error, mi estimado "Lagartija", quisiste engañar al hombre más poderoso de la ciudad, yo je je je-, le recordó sin dejar de reír.
-No puedes ir por las calles matando a cambios de unas monedas, Johnson, te doy todo el dinero que tengo, cambia tu vida, huye del país, rehace su existencia, yo tengo amigos en el Caribe, podemos vivir tranquilos allá, lleva a tu novia, ¿no has pensado en ella?-, trató "Lagartija" de ganar tiempo, pero fue inútil. El tipo siguió chasqueando la boca, tsk tsk tsk y después de divertirse un rato con el miedo, la angustia y el espanto del desdichado hombre, le dio un certero balazo en medio de las cejas. El impacto le reventó la cabeza en un millón de pedazos y "Lagartija" se derrumbó en medio de un gran charco de sangre.
El pistolero arrugó la boca, escupió sobre el cuerpo de su víctima, y se fue tranquilo, sereno, apacible, confundiéndose en las sombras de la noche. Un perro seguía ladrando desvelado, un gato continuó empujando su instinto por las cornisas, el viento alocado alargó su martilleo intenso en ventanales y portones y la ciudad siguió durmiendo indiferente al balazo, al tipo marchándose distendido y al riachuelo de sangre que resbalaba de la cabeza destrozada del infortunado "Lagartija".
*****
Tres tipos libaban licor en un bar de mala muerte, en un barrio sombrío, destartalado y mugriento y celebraban eufóricos y frenéticos el éxito de una millonaria extorsión a un acaudalado empresario textil. -Le sacamos hasta el último centavo que tenía en el bolsillo al tal Seeler, todo nos ha ido de maravillas-, reían los sujetos, haciendo golpear sus vasos de cerveza y sorbían la espuma encantados y alborozados, sin dejar de gritar, hacer bromas, reír y cantar desafinados,, alborozados por su triunfal faena.
Ya era de madrugada y en la cantina solo quedaban esos tres hombres libando licor. El dueño del local cabeceaba, vencido por el sueño, esperando que los sujetos se marchen, cuando de pronto, se estacionó una motocicleta frente a la puerta. Un hombre alto, de mirada altiva, aseguró su transporte, colgó su casco en el manubrio y entró riendo. -Una cerveza-, dijo sonriente y haciendo brillar sus ojos como grandes llamaradas. Era enorme y su espalda parecía la de un mastodonte. Miró a los tipos que brindaban con la cerveza. -A su salud-, les dijo el motociclista, sosteniendo el vaso de licor que le sirvieron y lo bebió de un solo sorbo.
Los tipos no le hicieron caso, siguieron celebrando, gritando, cantando y bebiendo, siempre alborozados y frenéticos, celebrando su éxito.
- Disculpen ¿No estarán hablando de Gerd Seeler?-, preguntó el sujeto de la motocicleta. No dejaba de mirarlos, reía con los ojos y se alzaba sobre su inmensa humanidad.
-¿A ti qué te importa?-, se insolentó uno de los borrachos.
-Nada, en realidad, solo que Seeler me pidió matarlos je je je-, sonrió el tipo de la moto, sin perder la serenidad ni inquietarse, siquiera.
Los fulanos que libaban licor quedaron en silencio. Ya no hubo gritos, ni risas, ni cantos y solo se escuchaba el burbujeo de la cerveza colmando los vasos de los sujetos ebrios.
-¿Quién demonios eres?-, se aterró otro de los sujetos que estaba en la mesa frente a las botellas de cerveza.
-La peor pesadilla de ustedes, je je je-, estalló en carcajadas y sin que esos fulanos pudieran reaccionar a tiempo, les destrozó sus cabezas, con certeros balazos que estallaron como dinamitazos en aquel barrio sombrío y mugriento.
Los tipos quedaron sentados en sus sillas, sujetando sus vasos, sin vida, con sus cráneos destrozados. El tipo rebuscó sus bolsillos, sacó el dinero que tenía en su casaca, le dio un billete grande al cantinero. -Esto es por la cerveza que te debían esos sujetos que se murieron sin pagar y también por el trago que me tomé, je je je-, no dejaba de reír ese extraño hombre. Luego salió despacio, se puso su casco, encendió su motocicleta, atronó el motor en el silencio de las calles y se perdió en la noche, rugiendo como un trueno que remeció ventanales y puertas del tétrico barrio.