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Esposa por contrato del director ejecutivo

Esposa por contrato del director ejecutivo

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img Kim Tae
5.0
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Acerca de

Matrimonio por Contrato Un hombre que se casa para tener un heredero. Un hombre que se casa para cumplir la última voluntad de su padre, que tiene poco tiempo de vida. Una mujer valiente, luchadora y perseverante. Un embarazo. Una relación entre jefe y empleada. Cuando Eun-woo descubre que su padre tiene cáncer terminal, su vida cambia para siempre. Heredero de una empresa prestigiosa, acostumbrado a la libertad y a la superficialidad de las relaciones, se enfrenta a una última petición: casarse, formar una familia y continuar con el legado de la familia. Pero ¿cómo entregarse al amor cuando ha pasado toda la vida huyendo de él? Eun-woo ya no cree en el amor. No más. Hasta que conoce a Soo-ah -una mujer enigmática, de ojos tristes y pasado oculto- que irrumpe en su vida como un susurro en medio del caos. No es el tipo de mujer que él buscaría... pero sí la que necesitaba encontrar. A medida que se acerca a ella, Eun-woo descubre que Soo-ah también guarda dolores no dichos, recuerdos borrados y una tristeza que se parece a la suya. Juntos, recorren un invierno en el que el amor no surge de inmediato, pero es real. Y puede sanar. Una historia sobre secretos, pérdidas y encuentros que lo cambian todo. Porque, a veces, el amor más verdadero nace de lo inesperado... y florece donde ya nadie creía.

Capítulo 1 Eun-woo

Poco después de que los últimos rayos del sol se desvanecieran en el horizonte, los primeros copos de nieve comenzaron a caer sobre Seúl.

Algunas personas abrieron sus paraguas, mientras otras, con el rostro iluminado de alegría, preferían dejar que los copos les cayeran sobre el cabello y la piel.

Yo acababa de salir del restaurante. Sentía un frío que no venía solo del clima, sino de algo más profundo: una soledad que se negaba a soltarme.

La cena había sido solo conmigo mismo. La comida estaba buena, el ambiente agradable, pero nada de eso bastaba para llenar el vacío que me habitaba aquella noche.

Las calles empezaban a cubrirse de blanco, y el sonido apagado de los pasos sobre la nieve daba a la ciudad un aire de sueño, como si el tiempo se hubiera detenido. Caminé sin rumbo durante unos minutos, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo, observando vitrinas encendidas y parejas riendo en cafés cálidos y acogedores.

Afuera, el mundo parecía celebrar algo -quizá el simple milagro de la primera nevada-, mientras dentro de mí reinaba un silencio pesado, como si esperara algo que no sabía nombrar.

Aun así, seguí caminando, dejando que los copos cayeran también sobre mí, como si poco a poco pudieran llevarse la tristeza y recordarme que, incluso en las noches más solitarias, la belleza siempre encuentra la forma de caer del cielo.

Mi tristeza tenía una causa: mi padre había sido diagnosticado con cáncer, y aquella noticia me había destrozado.

Mi padre y mi madre siempre fueron todo para mí -mi base, mi ejemplo, mi hogar-.

Antes de aquel diagnóstico terrible, yo era feliz. Sentía que, por fin, mi vida comenzaba a tomar forma.

Mi padre me había puesto al frente de los negocios familiares, y eso, para mí, significaba mucho más que una muestra de confianza profesional: era un reconocimiento, una especie de traspaso simbólico del legado.

Me dijo que confiaba en mí. Que ya con treinta años veía en mí al hombre que había formado con tanto esfuerzo y cariño.

Pero todo cambió aquel día. Había algo más que me atormentaba, además de la enfermedad: el recuerdo vívido de la conversación que tuvimos.

Todavía resonaba en mi mente, como una película que se repite una y otra vez antes de dormir.

-Tengo cáncer -dijo, directo, sin rodeos, allí en el despacho de casa, con la calma de quien habla del tiempo.

-¿Estás bromeando? Eres el hombre más saludable que conozco. Te encanta gastar bromas, ¿verdad? Pues te aviso que esta no tiene gracia.

-No es una broma, hijo -respondió con seriedad.

Sentí un nudo en la garganta, un dolor sordo que no sabía dónde comenzaba ni cómo contener.

-¿De verdad?

-De verdad.

-No puede ser... -mi voz se quebró, y antes de darme cuenta, las lágrimas ya corrían por mi rostro.

-No llores -dijo, con la firmeza de quien siempre trató de enseñarme a ser fuerte, incluso cuando todo parecía derrumbarse.

-Papá...

-Con quimioterapia, tal vez tenga tres años más... quizá cuatro.

-¿Mamá lo sabe?

-Por supuesto. Tu madre y yo no nos ocultamos nada. Somos compañeros en todo. Nos amamos. Y antes de irme, Eun-woo... -hizo una pausa- antes de irme, me gustaría verte con una esposa como la tuya madre. No solo una esposa, hijo. Quiero tener un nieto en brazos. Quiero irme de este mundo sabiendo que nuestro nombre seguirá a través de ti y de tu hijo.

Lo abracé con fuerza, desmoronándome en sus brazos.

Lloré todo lo que llevaba dentro, como si cada lágrima pudiera lavar el dolor que nacía en silencio.

Al cabo de un rato, me apartó suavemente, sujetándome los hombros con firmeza.

-¿Oíste lo que te dije, Eun-woo? Antes de morir, quiero que te cases con una buena mujer. Quiero verte formar una familia.

-Papá... sabes que nunca pensé en casarme. Un matrimonio perfecto como el de ustedes es una excepción. Las mujeres de hoy... solo buscan dinero, estatus. Prefiero mantenerme libre, sin compromisos, sin involucrarme.

-¿Ni siquiera por cumplir el último deseo de tu padre?

Eso me dejó sin palabras. Su mirada era firme, decidida, pero con una ternura que me desarmaba.

Aún parecía tan fuerte... Quien lo viera no imaginaría que una enfermedad silenciosa y despiadada ya trabajaba dentro de él, poco a poco.

Cincuenta y cuatro años. Solo tenía cincuenta y cuatro. Tan joven aún, con tanto por vivir...

Por eso salí a cenar solo aquella noche.

Necesitaba silencio. Alejarme de todos, de todo. Ni siquiera me atreví a beber una botella de soju. Quería estar sobrio -lúcido- para pensar con claridad en lo que debía hacer.

Podía seguir con mi vida como hasta ahora, evitando compromisos, disfrutando de mi libertad.

Pero... ¿y el deseo de mi padre?

El último pedido de un hombre que me lo dio todo, que sacrificó su vida por mí, que me formó y creyó en mí.

Esa noche, bajo la nieve que caía en silencio sobre Seúl, pensé que quizá... quizá había llegado el momento de cambiar.

El momento de amar.

No por obligación, sino por esperanza.

Por él.

Por mí.

Por todo lo que aún podría nacer, incluso en medio del invierno.

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