Horace había trabajado a medio tiempo después de clases desde que empezó el semestre. Ahorró casi todo su sueldo, viviendo con lo mínimo, para poder comprarle un celular nuevo a la chica que le gustaba justo el día de su graduación.
Le tendió la caja abierta con una sonrisa afectuosa, esperando que el rostro de ella se iluminara con una mezcla de sorpresa y alegría.
Pero, para su sorpresa, Amaia Todd apenas miró el celular, resopló con desdén y desvió la mirada sin decir una palabra.
"¿Amaia?", la llamó su pretendiente, confundido.
Ella se echó el cabello hacia atrás y lo miró con una expresión fría. "Horace, por favor, no vuelvas a buscarme. ¡No quiero tener nada que ver contigo!".
"¡Guau!", exclamaron todos los presentes, sorprendidos.
Por las palabras de la chica, supusieron que el joven intentaba cortejarla, pero había sido rechazado con contundencia. A la gente le encantaba presenciar dramas ajenos.
"¿Por qué? ¿Hice algo malo? Por favor, Amaia, dime si te ofendí en algo. Así podré disculparme y no volver a cometer el mismo error".
Horace sintió una punzada de dolor en el corazón al escucharla, y se quedó perplejo. Había planeado este momento durante todo el semestre, y su reacción no se parecía en nada a lo que había imaginado.
Todos en clase sabían que llevaba mucho tiempo detrás de Amaia.
Estaba completamente enamorado y la cuidaba con devoción: le compraba el desayuno a diario, la ayudaba con los apuntes, se aseguraba de que no se estresara en la escuela y le cumplía cada capricho solo para verla feliz.
Ella se había dejado mimar y aceptaba todos sus regalos, e incluso lo había provocado en ocasiones.
Aunque nunca le había dado el sí, para sus compañeros ya eran pareja.
Hoy, el día de su graduación de la preparatoria, le pareció el momento ideal para declararle su amor y oficializar su relación.
Tenía toda la velada planeada. Pero jamás esperó que Amaia respondiera de esa manera.
"¡Deja de contactarme!, tengo novio". Luego, con una expresión altanera, añadió: "No quiero que él piense que hay algo entre nosotros. ¡Será mejor que no vuelvas a contactarme!".
"¿Tu novio? ¡Pero si yo creía que era tu novio!", exclamó Horace, desconcertado.
"¡Ja! No te ilusiones, Horace. Solo éramos amigos".
Mirándolo de pies a cabeza antes de continuar: "Solo fui amable contigo. Mírate. ¿De verdad crees que estás a mi altura?". ¡Tsk, tsk, tsk!
"Pero... te amo. Te compré esto como una muestra de mi amor".
Con la mente hecha un caos, volvió a ofrecerle el celular con manos temblorosas.
Era el fruto de todo un semestre de trabajo y sacrificios, el símbolo de su amor por ella.
Amaia le dio un manotazo con asco en la mano, y el aparato cayó al suelo. El sonido del golpe hirió a Horace como si fuera su corazón el que había sido arrojado.
"¿Cómo te atreves a darme esto ahora?", lo cuestionó Amaia.
"Sí, dije que quería un celular nuevo, ¡pero eso fue al principio del semestre! Y tú no lo compraste hasta la graduación. ¿Es en serio?".
Amaia volvió a arreglarse el cabello y, con una mueca de superioridad, sacó de su bolsillo un iPhone color oro rosa y se lo restregó en la cara.
"Mira. Es el último iPhone. Me lo compró mi novio. Cuesta más de mil dólares. Esa cantidad es una miseria para él. ¿Puedes competir con él?".
Horace se quedó sin palabras, con el corazón hecho pedazos. Se agachó para recoger el celular roto del suelo.
Justo en ese momento, un joven de su misma edad se les acercó.
"Hola, nena, llegaste temprano. Vámonos, ya reservé una habitación".
El rostro de Amaia se iluminó al verlo. Dio un saltito infantil y se volvió hacia Horace para decirle: "Mira, este es mi novio".
Horace lo reconoció al instante. Era su compañero de preparatoria, Addy Moran, uno de los chicos populares de la escuela gracias a su familia adinerada.
Emocionada, Amaia corrió hacia Addy y lo tomó del brazo. Se puso de puntillas para susurrarle algo al oído.
Addy miró a Horace con una sonrisa de interés y se acercó. "¿Ya te diste cuenta de lo idiota que eres, Horace?", le preguntó con una sonrisa siniestra. "Una vez te ofrecí diez mil dólares para que me ayudaras a conquistar a Amaia y te negaste en rotundo. Ahora es mi novia, y tú te quedaste sin la chica y sin el dinero. ¿Te arrepientes?".
Eso era una gran mentira. Addy no le había pedido que lo ayudara a conquistar a Amaia, sino que la drogara para poder acostarse con ella. Había pensado que Horace, por ser pobre, aceptaría la oferta, pero para su sorpresa, recibió un no rotundo y una fuerte reprimenda.
Addy disfrutaba al ver la expresión de traición en el rostro de Horace.
"En fin, una advertencia: aléjate de mi novia o te daré una paliza que no olvidarás", dijo con seriedad, señalándolo con el dedo.
Luego le dio una palmada juguetona en el trasero a Amaia y la tomó de la mano para irse.
"¡Deténganse!", gritó Horace antes de que pudieran alejarse.
Addy y Amaia se dieron la vuelta, mirándolo con aire de suficiencia, curiosos por ver qué planeaba hacer.
En un abrir y cerrar de ojos, Horace arrojó el celular roto, que golpeó con fuerza contra la frente de Addy.
"¡Quédate con tu maldito celular!", gritó, furioso.
"¡Mierda! ¡Maldito bastardo! ¿Cómo te atreves?", maldijo Addy, sujetándose la frente. El dolor era tan intenso que retrocedió tambaleándose hasta caer al suelo.
Amaia también se sobresaltó. Lo señaló y gritó: "¡Pero qué demonios, Horace! ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco?".
Addy se levantó y le soltó un puñetazo en la cara, gritando: "¡Hijo de puta!".
El golpe aturdió a Horace, pero se recuperó al instante y le devolvió el ataque con una patada en el abdomen. Su zapato polvoriento dejó una marca nítida en el costoso traje de Addy.
"¡Dios mío, se están peleando!".
Los espectadores, que habían pensado que el drama terminaría ahí, se sorprendieron cuando Horace contraatacó.
La escena se volvía peligrosamente violenta, pero a ellos les encantaba. Animaban a los dos con aplausos y gritos, sin que nadie intentara detenerlos.
Amaia también estaba atónita al ver que la situación se salía de control, pero reaccionó en seguida. "¡Detente, Horace!", gritó, y corrió hacia él para empezar a patearlo con sus tacones de aguja.
Los dos jóvenes estaban enfrascados en una pelea pareja, y Horace no se percató del último grito de Amaia hasta que sintió un dolor agudo en el costado, como una puñalada.
Antes de que pudiera recuperarse, Addy lo derribó al suelo sin piedad.
"¡Imbécil! ¡Hoy te voy a dar una lección inolvidable!".
Aprovechando su ventaja, Addy comenzó a patearlo y golpearlo en el suelo, y Amaia se unió, dándole también algunas patadas.
Horace no era rival para los dos. Con los golpes lloviendo sobre él, se acurrucó en el suelo en posición fetal, cubriéndose la cabeza con los brazos.
La emoción de la plaza se disipó. Temiendo que Horace pudiera morir si la paliza continuaba, algunos hombres se adelantaron y separaron a la pareja, convenciéndolos de que lo dejaran en paz.
Pero Addy no escuchaba. Se soltó de quienes lo sujetaban y le dio una última y fuerte patada a Horace antes de que volvieran a inmovilizarlo. "Perdedor, que no te vuelva a ver, porque si te veo, te mato a golpes", gritó sin aliento.
Luego le escupió y se fue con Amaia.
Horace quedó tendido en el suelo, jadeando. Le ardía todo el cuerpo por los golpes mientras miraba fijamente el cielo.
'¡La pobreza es una enfermedad terrible!', se dio cuenta Horace. Amaia había despreciado su afecto porque él no tenía dinero. Los ricos dominaban el mundo. Finalmente, lo había entendido.
Tenía el rostro pálido y sentía un dolor en el pecho como si le hubieran clavado un cuchillo.
Había amado a Amaia durante tres años.
En la preparatoria, prácticamente había adorado el suelo que pisaba, dándole todo lo que necesitaba.
Esa noche, todos sus esfuerzos se habían ido por el desagüe, y su dignidad con ellos.
Como joven íntegro, siempre había creído en tratar bien a las mujeres. Pensó que podría ganarse el corazón de Amaia con su sinceridad, tratándola como a una princesa.
Jamás esperó que, al final, ella misma lo moliera a golpes.
'Amaia, ¿el dinero es más importante para ti que mi amor sincero?', se preguntó en su corazón. ¿Por qué tuvo que nacer pobre? Si fuera rico, ella lo habría tratado de otra manera.
Al pensar en esto, esbozó una sonrisa amarga mientras las lágrimas asomaban a sus ojos. "Vaya, qué perdedor. Me acaban de dar una paliza y todavía fantaseo con ser rico", se burló de sí mismo con tristeza.
Mientras Horace yacía allí, perdido en sus pensamientos, los espectadores que quedaban suspiraron con lástima y comenzaron a dispersarse.
El espectáculo había terminado.
Permaneció tendido en el suelo, con la mirada perdida.
Tras un largo rato, finalmente se levantó con gran esfuerzo.
Le crujieron los huesos y el corazón le latía con fuerza. El dolor en su cuerpo se intensificaba con cada movimiento. Respiró hondo.
Amaia y Addy no le habían mostrado piedad, pero las patadas más dolorosas habían sido las de ella y sus tacones de aguja. Cada golpe era una punzada aguda.
¡Qué desalmada!
Con la espalda encorvada, dio un paso tembloroso para volver a casa, pero se quedó helado cuando su celular sonó.
Lo sacó y miró la pantalla: era un número desconocido.
Era un celular viejo, con la pantalla rota, pero aún funcionaba.
"¿Hola? ¿Hablo con el señor Warren?", preguntó una voz masculina y respetuosa al otro lado de la línea apenas contestó.
¿Señor Warren?
Nadie lo había llamado así en su vida. Pensó que debía de ser un estafador.
Rodó los ojos con fastidio y respondió con voz débil: "Soy Horace Warren. Por favor, no pierda su tiempo. No tengo dinero para usted. Llame a alguien más".
Colgó antes de que el hombre pudiera responder, pero el celular volvió a sonar en menos de dos segundos.
Era el mismo número.
Su día ya era bastante malo, así que rechazó la llamada con rabia.
Sin embargo, la persona al otro lado no se rendía: el celular sonaba sin parar.
Esto avivó su ira. Decidió bloquear el número, pero, por alguna razón, terminó aceptando la llamada. Quizás porque necesitaba desesperadamente desahogarse con alguien.
"Señor Warren, por favor, escúcheme...", rogó el hombre en cuanto Horace contestó. Pero Horace lo interrumpió.
"Oye, no sé quién eres, pero admiro tu persistencia. Si me hubieras llamado ayer, quizás podrías haberme sacado unos mil dólares...".
"Señor Warren, yo no...", el hombre sonaba avergonzado.
Horace lo interrumpió de nuevo. "Hoy pagué las facturas médicas de mi madre y compré un celular con lo que me quedaba. Quería dárselo de regalo a la chica que amo, pero ella lo rechazó y me humilló frente a toda la plaza. Luego me peleé con su novio y, ¿adivina qué? ¡Perdí!".
El hombre al otro lado de la línea guardó silencio, escuchando atentamente su desahogo.
Con una risa amarga, Horace concluyó: "No soy más que un pobre perdedor. Si intentas estafarme o venderme algo, busca a otro".
Horace respiró hondo, sintiendo que se había quitado un gran peso de encima.
Justo cuando estaba a punto de colgar, el hombre dijo: "Señor Warren, ha sufrido mucho. Y quizás le interese saber que no es un pobre perdedor, sino una de las personas más nobles del mundo. En cuanto termine esta llamada, le transferiré cien millones de dólares a su cuenta. Úselos para resolver sus problemas por ahora".
El hombre, que se llamaba Raul Warren, colgó. Le hervía la sangre y apretó el celular para contener su ira. Se giró hacia sus hombres y ordenó: "Preparen el convoy. Debo ir a la plaza a presentar mis respetos al joven amo ahora mismo".
Mientras tanto, Horace miraba su celular, confundido. No entendía la última frase del hombre.
¿Yo? ¿Una de las personas más nobles del mundo? ¿Cien millones de dólares? ¡Qué ridículo! Ese tipo debe de estar loco, murmuró con incredulidad.
De repente, su celular vibró y la pantalla se iluminó.
Un mensaje de texto apareció en medio de la pantalla rota: "Su cuenta bancaria ××××××1235 ha recibido un depósito de 100.000.000 de dólares".