Al abrirla, descubrió varios billetes cuidadosamente guardados y una llave dorada que brillaba débilmente con la luz del sol naciente. Sin saberlo, Mario había encontrado mucho más que una simple cartera; había hallado la llave a un futuro incierto.
Aquí está el Capítulo 1 en ambos idiomas, español y portugués, con intriga y diálogos.
El sol apenas comenzaba a despuntar cuando Mario terminó de barrer la última calle de su recorrido habitual. La ciudad despertaba lentamente, y él se apresuraba a regresar al depósito municipal para dejar sus herramientas. Mientras caminaba, su mente volvía insistentemente a la cartera y la llave dorada que había encontrado unas horas atrás en el parque. Aunque al principio pensó en entregarla a la policía, algo lo hizo detenerse. ¿Y si el dueño no aparecía? ¿Y si esa llave tenía algún valor oculto? La curiosidad se agitaba dentro de él, como un animal que no había sentido hambre en mucho tiempo.
Cuando llegó a su modesto apartamento, en un barrio viejo y descuidado, se dejó caer en la cama sin siquiera quitarse los zapatos. El cansancio lo invadía, pero la intriga era más fuerte. Sacó la cartera de su bolsillo y volvió a examinarla. Era de cuero negro, un poco desgastado en los bordes. Dentro, había unos quinientos euros en billetes y la misteriosa llave dorada. No había documentos que indicaran la identidad del dueño, solo una pequeña tarjeta con un número escrito a mano: "482".
-¿Qué significa esto? -murmuró en voz alta, con la llave girando entre sus dedos. Era pequeña, no mayor que el dedo meñique, y tenía un diseño peculiar. El mango estaba adornado con un intrincado grabado de un sol y una luna entrelazados. Mario no podía sacudirse la sensación de que había algo especial en esa llave, algo que le llamaba.
Decidió hacer lo que cualquier persona en su situación haría: preguntar al único amigo que tenía, Jorge, un hombre que trabajaba en una tienda de antigüedades y siempre había tenido un interés particular por lo inusual.
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La campana sobre la puerta de la tienda de Jorge sonó suavemente cuando Mario entró. El lugar era oscuro y estaba repleto de objetos curiosos, desde relojes antiguos hasta estatuillas de culturas exóticas. Jorge, un hombre bajo y corpulento con una barba grisácea, levantó la mirada desde el mostrador.
-Mario, ¿qué haces por aquí tan temprano? -preguntó con una sonrisa amigable-. ¿Encontraste algún tesoro mientras barrías las calles?
-Algo así -respondió Mario con una sonrisa nerviosa, sacando la llave del bolsillo-. Mira esto. La encontré en una cartera junto a un montón de dinero. No sé si es valiosa o solo un adorno.
Jorge la tomó y la examinó con detenimiento, girándola bajo la luz.
-Es curiosa, ¿eh? -dijo finalmente-. Este grabado no es común. Parece algo simbólico... ¿Has pensado en lo que puede abrir?
Mario se encogió de hombros.
-No tengo idea. No había nada más en la cartera, excepto un número. "482". No sé si tiene algo que ver con la llave o con otra cosa.
Jorge lo miró con una expresión pensativa.
-Podría ser una taquilla, un casillero, o tal vez el número de una caja de seguridad. Hay muchas posibilidades, amigo. -Luego hizo una pausa y añadió en tono conspirador-. Si quieres mi consejo, yo buscaría en los alrededores del lugar donde la encontraste.
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La sugerencia de Jorge rondó la mente de Mario mientras se dirigía de vuelta al parque. Era un pequeño espacio verde, rodeado de edificios antiguos. Los bancos y los senderos de piedra daban un aire de tranquilidad, aunque nadie lo notaba en las horas más concurridas del día. Se dirigió directamente al banco donde había encontrado la cartera, observando los alrededores con la esperanza de hallar alguna pista.
Tras unos minutos de buscar, encontró una caseta de mantenimiento, cerrada con un candado viejo. ¿Podría ser tan simple? Mario sintió un cosquilleo en el estómago mientras sacaba la llave. Introdujo la pequeña pieza dorada en la cerradura y, para su sorpresa, encajó perfectamente. Giró la llave, y el candado se abrió con un chasquido seco.
Dentro de la caseta, no había mucho, solo herramientas oxidadas y algunos trastos viejos. Sin embargo, en el fondo, cubierto por un montón de papeles amarillentos, encontró un pequeño baúl de madera, cerrado con otro candado. El baúl tenía el número "482" grabado en la parte superior.
Mario se arrodilló, sus manos temblaban mientras intentaba abrir el segundo candado con la misma llave. Sin embargo, esta vez no funcionó. Maldijo entre dientes, pero no estaba dispuesto a rendirse. Recordó que Jorge le había mencionado que a veces los números como "482" podían ser códigos para otro tipo de cerraduras. Miró a su alrededor y notó un viejo candado de combinación colgado en una esquina. Se acercó y, con un poco de suerte y paciencia, giró el disco para alinearlo con "482".
El candado se abrió, y el baúl quedó a su merced. Dentro, encontró un montón de papeles antiguos, pero uno de ellos capturó su atención de inmediato: un mapa con marcas rojas y algunas palabras en latín que no entendía. Junto al mapa, había un medallón de plata con el mismo símbolo de sol y luna entrelazados que tenía la llave.
Mientras Mario contemplaba el hallazgo, escuchó un ruido detrás de él. Se giró rápidamente y vio a un hombre alto y delgado, vestido con un abrigo oscuro, que lo observaba desde la entrada de la caseta.
-Eso que tienes ahí no es tuyo -dijo el desconocido, con voz firme.
Mario se puso de pie rápidamente, sosteniendo el medallón en su mano.
-Lo encontré. Si tienes algún problema, habla con la policía -respondió, tratando de sonar seguro.
El hombre sonrió con frialdad.
-No necesitas la policía, Mario. Solo necesitas entregar lo que encontraste, y olvidar que esto alguna vez sucedió.
Mario sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Cómo sabía ese hombre su nombre? Dio un paso hacia atrás, aferrando el medallón con fuerza.
-¿Quién eres tú? -preguntó.
-Digamos que soy alguien interesado en lo que has descubierto -respondió el hombre, avanzando un paso hacia Mario-. Y créeme, no querrás estar involucrado en esto.
Sin pensarlo dos veces, Mario salió corriendo de la caseta, con el medallón y el mapa apretados contra su pecho. No miró atrás hasta que llegó a su apartamento, cerrando la puerta de golpe y asegurando todas las cerraduras. El miedo y la adrenalina aún lo mantenían alerta, pero la curiosidad también crecía. Había algo más grande detrás de esa llave, algo que no alcanzaba a comprender. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué estaba tan interesado en el baúl?