Bajo los rascacielos de Florida, para ser exactos, a la hora alba de un lunes primaveral, se encontraba Evangelina alistándose para presentarse en su primer día de trabajo. Se miraba en el espejo con desagrado y comenzó a aplastar su cabello hacía atrás, sin dejar ni un solo mechón suelto. Sus largas piernas eran tapadas por unas horribles faldas desteñidas de color gris; y su enorme busto era cubierto por un suéter negro de cuello alto que no dejaba nada al descubierto. Sus tacones negros anticuados la hacia verse un poco más alta de lo que era, pero, sin embargo, no dejaba de verse desagradable a los ojos de cualquier hombre que pueda acercarse. Incluso de lejos puede notarse su "horrenda cara", y eso es debido a que usaba anteojos viejos junto a brackets que ya no necesitaba, pues escondía su hermosa dentadura.
Resopló con pesadez, acababa de graduarse de ingeniería en sistemas, pero por más que buscaba un trabajo acorde a sus habilidades le terminaban cerrando las puertas. Las excusas eran claras: "no tienes experiencia o estás muy fea para el puesto". Hasta que su mejor amigo, Santino, le consiguió una entrevista online en la empresa más multimillonaria del país e incluso del mundo. Enseguida fue contratada, pero como secretaría ejecutiva del CEO Demetrio Laureti, un joven mujeriego y seductor que se había llevado a la cama a múltiples mujeres por el simple hecho de ser de alta sociedad y renombre, además de su extravagante belleza.
«Será que voy a conocer hoy un hombre que pueda enamorarme» pensó mientras tomaba su cartera marrón oscura y salía de su habitación.
Eva, como todos le decían, había deseado como toda chica encontrar al príncipe azul, a aquel hombre que lograra amarla y enloquecerla, pero siempre y cuando lo hiciera por lo que es, sin querer cambiarla, sin importar su aspecto físico.
Tomó una rebanada de pan para desayunar sin relleno. Vivir sola desde que cursaba la universidad le ha sido costoso, sus padres vivían al otro lado de la ciudad, y aunque de vez en cuando le mandaban para ayudar con sus gastos, ella no ha querido preocuparlos. Sin embargo, había noches dónde comía tan poco que a la mañana siguiente se levantaba con un fuerte dolor de estómago.
Su apartamento era modesto pero cálido, a Eva le encantan las alfombras, por eso lo había llenado de ellas por donde se podía pisar. Tenía una sola habitación y la sala era compartida con la cocina. Aunque era pequeño, no se quejaba, ya que era lo que tiene para vivir.
Salió del departamento apresurada, aunque faltaba más de una hora para entrar; la puntualidad era la mayor virtud de Eva. Pero había días donde la suerte no estaba de su lado. Su viejo auto no encendía, y agarrar el bus no era una opción, la empresa quedaba sumamente lejos y perdería la mayor parte del tiempo. Decidió revisar mejor el auto, y después de perder casi media hora este por fin se había encendido. Se dirigió a Remadrobot Laureti, la empresa de aplicaciones más grande de Estados Unidos, original de Italia y dónde el dueño es un joven heredero.
Al otro lado de la ciudad, a esa misma hora, Demetrio se levantaba con pesadez después de apagar el despertador con un golpe. La noche anterior lo había dejado tan cansado que no pudo moverse, pero su padre le llamaba la atención tantas veces porque llegaba tarde a la empresa, así que dejó a las dos hermosas rubias que tenía en su cama para alistarse.
Después de una ducha caliente, se vistió tan formal como elegante. Es que todo de él era así, desde la habitación con un ventanal extraordinario que dejaba ver toda la ciudad, hasta la cama alta con sábanas de algodón dónde reposaba a diario.
Abrió la cajuela y, se colocó uno de sus cuántos relojes de colección. Mientras acomodaba su corbata no pudo evitar mirarse en el espejo; sí, era vanidoso y él lo sabia. Quién no lo sería con esos atributos. Sus azulejos iris lo hacían parecer como un dios griego, y su rubio cabello le denotaba verse más atractivo de lo que se puede imaginar, además de que era bastante alto. Su figura delgada y tonificada dejaba mucho a la imaginación.
-Bebé, vuelve a la cama, ¿sí? -una de las chicas se levantó para tratar de convencerlo de quedarse con ellas. Sería una opción tentadora-.
Lo pensó, por unos segundos. Sonrió de medio lado, seductor, para luego responder con total arrogancia:
-Vístete y levanta a tu amiga, le diré a uno de mis choferes que la lleven a casa -sus palabras eran tan frías que la chica pudo imaginarse que la noche anterior no disfrutó nada con ellas, y al decir verdad en cierto modo era así, porque a Demetrio ninguna mujer lo llevaba al alto éxtasis de placer-.
La rubia intentó protestar, pero Demetrio la calló dejándola sola y con la palabra en los labios.
Se sentó en la mesa del grandísimo comedor de vidrio de doce puestos dónde comía solo todos los días. La mesa estaba llena con muchas frutas, leche fría, ensaladas, pan tostado y jugo de naranja. Después de desayunar miró su reloj para darse cuenta de que era tarde y que debía apresurarse.
Estaba emocionado, su secretaría ejecutiva y con la que había mantenido una relación de amantes por cuatro años se había mudado a otro país. No es que no le agradara Jennifer y estuviera contento por ello, es que no podía controlar la emoción que le daba tener en su cama a su nueva secretaria. Sabía que era hermosa, era el mayor requisito que él exigía a los jefes de recursos humanos para la contratación de su personal femenino.
Pero, con lo que Demetrio no contaba era que su padre, cansado de los chismes laborales y de que su hijo no sentara cabeza, había dado la orden estricta de que la mujer que fuera contratada para suplantar a Jennifer fuera fea, las más fea posible.
Bajó apresurado por el ascensor, las puertas de la emblemática empresa a esas horas ya estaban abriendo y no quería llegar tarde. Los minutos en el ascensor de su edificio para llegar al estacionamiento se le hacían eternos. Además, el cada día debatirse en qué auto usar también le quitaba un poco de tiempo. Terminó escogiendo al azar. Le indicó a Ramiro, su chófer que condujera, pues la resaca en su cabeza por los tragos del domingo no le permitía concentrarse en el camino.
Mientras su chófer esperaba en un semáforo y él agendaba una reunión mediante una llamada, notó como en el auto viejo y destartalado que se encontraba a su lado iba una mujer de aspecto grotesco.
«Jamás estaría con una mujer tan fea» pensó.
Adelantó al auto y en pocos minutos llegaron a la empresa.
Evangelina por su parte notaba que la persona del auto que estaba a su lado la miraba con una mala expresión. Ella sabía que su aspecto era desagradable para muchos hombres. Sin embargo, no dejaba de soñar con el hombre que algún día la pueda mirar de otra manera.
«Con este hombre yo perdería mi virginidad» sonrió mientras se sonrojaba por su atrevimiento.
Cuando el italiano llegó a la empresa lo primero que preguntó a su amigo Antonio, quien era su compañero de trabajo, además del Gerente Internacional de la empresa; fue por la nueva secretaria contratada, deseando entrevistarla enseguida y aprovechar para echarle el ojo y ¿por qué no? ir aplacando el terreno.
-¿Ya ha llegado mi nueva amante? -sonrió mientras abría de golpe la oficina de Antonio-.
-No, aún no, también me muero por conocerla, de repente la chica se enamore de mí antes que de ti -quiso molestarlo, él sabía que Demetrio odiaba perder una conquista-.
-No me hagas reír, brother, los dos sabemos que las mujeres me prefieren a mí -guiñó un ojo mientras se recostaba en el sofá de la enorme oficina de Antonio-.
Aunque Demetrio podía ser el hombre más hermoso de aquella empresa o de la ciudad entera, Antonio no se quedaba atrás. Su metro ochenta y seis de altura más sus ojos oscuros le daban el toque intimidante que cualquier mujer deseaba. Además, era un hombre bastante atlético, tanto que sus pectorales parecían que iban a salir de su camisa azul bien adherida al cuerpo.
-No te creas, hermano -colocó las manos en la mesa-. Escuché por allí que la nueva secretaria es tan bella que es muy difícil llevarla a la cama -musitó con sarcasmo, ya que temprano vio las fotos en recursos humanos de la nueva empleada y definitivamente no era el gusto del italiano-.
-No hay mujer que se resista a mis encantos -indicó con ironía-.
«Yo no estaría tan seguro» pensó de manera burlesca.
-¿Cuánto quieres apostar que en menos de un mes la tendré comiendo de la palma de mi mano y en mi cama, hermano? -el italiano sonrió dejando al descubierto su perfecta dentadura-.
-Vamos a apostar que no la llevas a la cama -Antonio inquirió divertido sabiendo que su amigo al verla iba a desistir de aquella apuesta-.
-Te daré mi auto deportivo si pierdo, pero si gano me darás tu colección de relojes -indicó Demetrio seguro de sí mismo-.
-Está bien, trato hecho -se estrecharon las manos y se fue a su oficina ansioso por ver a su secretaria-.
Cuando Eva llegó se sorprendió muchísimo por el enorme edificio donde iba a emplear. Era un edificio con más de ciento cincuenta pisos, que tenía un parque interno y un estacionamiento privado dónde dejó su viejo auto.
Salió casi corriendo a las oficinas. Cuando llegó, una empleada que estaba en recepción la atendió mientras la miraba extrañada.
-Hola, ¿en qué puedo ayudarte? -Sonrió tratando de que no se notara sorprendida-.
Eva no se inmutó, estaba acostumbrada desde niña a sufrir burlas y ataques a su físico, así que la saludó de buena manera.
-Hola, soy la nueva secretaria del licenciado Demetrio, ¿me indica cuál es su oficina para colocarme a sus órdenes? -respondió amablemente-.
-¿Usted es la secretaria del jefe? -la pelinegra no pudo evitar abrir la boca como plato por la sorpresa-.
Todas las empleadas de aquella compañía eran de figura genuina y esbelta, además de rostro fino y hermoso. Y mirarla a ella y saber que sería la secretaria del italiano la tomó por mucha sorpresa.
-Sí, soy yo. Mire, me llegó este correo hace algunos días, hoy debía asistir a mi primer día de trabajo.
-¿Usted es Evangelina Anderson? -la recepcionista buscó en su libreta, pues desde hace algunos minutos la estaba esperando-.
-Sí, soy yo -sonrió amablemente mientras acomodaba sus lentes.
-Ok, disculpe si la he incomodado -indicó sincera-. La oficina del señor se encuentraba en el piso ciento cuarenta y cinco.
-Gracias -Eva respondió para alejarse-.
Buscó el ascensor con la mirada, uno decía privado y el otro público, así que tomó sin pensarlo el público. Le pareció que la empresa era muy grande, también que era extremadamente lujosa. Había infinidades de salones, además de que se podía ver el cielo. No tenía paredes y en vez de ello había vidrios semis oscuros, y solo el ascensor estaba cerrado.
Cuando llegó al piso indicado había tres casillas con secretarias en cada una de ellas. Preguntó a la que tenía más cerca, y aunque la chica se sorprendió al verla, le anunció a Demetrio, quien se emocionó enseguida y se colocó serio al mirar desde su ventana algunas palomas que pasaban.
-Pase adelante, señorita Evangelina, el jefe lleva más de media hora esperando.
Eva caminó nerviosa, aunque confiaba en sus capacidades e intelectualidad, no pudo evitar sentir nervios en su primer día de trabajo.
Cuando entró a la oficina, Demetrio se volteó sonriente, pero su sonrisa se borró de su angelical rostro cuando miró a la joven que tenía enfrente de él.