El agudo dolor de un parto sin ayuda me despertó, pero este no era el suelo sucio donde morí sola en mi vida pasada.
Estaba en mi cama. De pronto, la voz de mi madre me exigía que abandonara mis sueños universitarios para ir a la maquiladora.
Ella, la misma que en mi otra vida se negó a pagar mi cesárea y me dijo que mi único valor era servir a mi hermano, MateoSofía, mi nombre, pero mi vientre estaba plano, mis manos sin cicatrices; había renacido.