Clara Romero observaba la pantalla de su portátil con una mezcla de aburrimiento y desesperación.
El cursor parpadeaba, un recordatorio constante de la nada que había logrado producir en las últimas semanas.
La fecha límite para la entrega de su nueva novela romántica se cernía sobre ella como una tormenta inminente, y lo único que tenía era el título, "Susurros al Atardecer", y una vaga idea de un hombre de negocios atormentado por un amor perdido.
Un cliché, lo sabía. Y ese era precisamente el problema.
Hacía cinco años, Clara había irrumpido en el panorama literario español con una frescura y una pasión que la habían catapultado al estrellato del género romántico.
Sus novelas, llenas de heroínas fuertes y amores épicos, se vendían como churros, convirtiéndola en un nombre familiar. Pero ahora, la musa se había marchado de vacaciones indefinidas, dejándola varada en un desierto de ideas repetidas y personajes planos.
La chispa, esa que la hacía levantarse a las tres de la mañana para plasmar una escena en papel, se había extinguido.
El café de la mañana, ahora frío, se encontraba a su lado, y las migas de una tostada solitaria adornaban el teclado. Su apartamento en el barrio de Malasaña, normalmente un santuario de creatividad desordenada, se sentía asfixiante. Las estanterías repletas de sus propios libros, con sus portadas pastel y sus títulos evocadores, parecían burlarse de ella. ¿Era esto todo lo que tenía para ofrecer? ¿Más de lo mismo?
El sonido de su teléfono la sacó de su letargia. Era Sofía García, su editora y amiga, con quien compartía una relación que oscilaba entre la complicidad profesional y la preocupación maternal. Clara suspiró y contestó.
"Clara, mi vida, ¿cómo va ese manuscrito?" La voz de Sofía era una mezcla de dulzura y acero, siempre con un trasfondo de urgencia.
"Sofía, no te voy a mentir", dijo Clara, frotándose las sienes. "Está... estancado. No sale. Es como si todas las palabras se hubieran vuelto de plomo."
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, un silencio que Clara conocía bien. Era el preludio de la intervención de Sofía. "Clara, sabes que te adoro, pero esto no puede seguir así. Necesitamos algo nuevo. Algo que sorprenda. Tus lectores te adoran, pero el mercado... el mercado pide innovación. No podemos vivir de la nostalgia de 'El Beso del Duque' para siempre."
"Lo sé, Sofía. Créeme, nadie más frustrado que yo. Siento que he agotado todas las historias de amor posibles. Necesito un giro, un terremoto, algo que me sacuda."
"Pues quizás lo que necesitas es precisamente eso", respondió Sofía, su tono volviéndose más serio. "La editorial está invirtiendo mucho en esta novela, Clara. Y no solo eso, tu reputación... no podemos permitirnos un tropiezo. He estado hablando con el equipo y... hemos pensado en algo."
Clara sintió un escalofrío. Cuando Sofía decía "hemos pensado en algo", rara vez era algo que le gustara. "Dime", dijo con cautela.
"Necesitas salir de tu zona de confort. Dejar de escribir sobre príncipes azules y damiselas en apuros. Necesitas... realismo. Una historia con más aristas, más oscuridad, que se mezcle con tu romance característico. Algo que desafíe las expectativas."
Clara frunció el ceño. "¿Realismo oscuro? Sofía, yo escribo romance. Mis lectores quieren finales felices, no la cruda realidad."
"Y lo tendrán, Clara. Pero el camino hacia ese final feliz puede ser más complejo. Imagina un romance que surja de las cenizas de algo más... turbio. Un amor que se forje en la adversidad, en un mundo que no es todo color de rosa. Es lo que está funcionando ahora. Es lo que te diferenciará."
Clara se levantó y se paseó por su pequeño salón, mirando los libros que la rodeaban. ¿Podría hacerlo? ¿Podría despojarse de la dulzura que había sido su sello y abrazar algo más áspero? La idea, aunque aterradora, también era extrañamente seductora. Un desafío.
"¿Y cómo se supone que voy a encontrar inspiración para eso? No es que me codee con gánsteres o CEOs despiadados."
Sofía soltó una risita. "Bueno, sobre eso... hay una gala literaria la semana que viene. La de la Asociación de Editores. Estarán todos. Y quizás, solo quizás, encuentres a tu CEO despiadado allí."
Clara se rió sin ganas. "Sofía, sabes que odio esas galas. Son un nido de víboras y egos inflados."
"Lo sé, mi amor. Pero es importante que te vean. Y quién sabe, quizás el destino te tenga reservada una sorpresa. Piensa en ello, Clara. Piensa en la oportunidad de reinventarte. De demostrar que eres más que una escritora de cuentos de hadas modernos."
La conversación terminó, pero las palabras de Sofía resonaron en la mente de Clara. Reinventarse.
La idea era tentadora, pero el miedo al fracaso era un gigante que se alzaba ante ella. ¿Y si perdía a sus lectores? ¿Y si se perdía a sí misma en el intento de ser algo que no era?
Se acercó a la ventana y miró el bullicio de la calle. Madrid, con su energía inagotable, siempre había sido su fuente de inspiración. Pero ahora, incluso la ciudad parecía indiferente a su bloqueo.
Necesitaba un cambio, lo sabía. Un cambio radical. La pregunta era, ¿estaba dispuesta a pagarlo? La página en blanco seguía ahí, implacable, esperando que Clara decidiera su próximo movimiento.
La gala literaria. Quizás Sofía tenía razón. Quizás era hora de salir de su burbuja de romance y enfrentarse a la realidad, por muy oscura que fuera. El desafío estaba lanzado.