"Vinimos para llevarla a casa, señorita Morgan".
Fernanda Morgan observó a los elegantes hombres de trajes entallados.
"Sus padres la han estado buscando incansablemente durante años. Al descubrir su paradero, nos enviaron para asegurar que regrese", anunció con una sonrisa cálida un hombre que parecía ser mayordomo. "Además, la familia Harper está muy entusiasmada por su regreso. ¡Se comprometerá con el señor Harper cuando regrese!".
"De acuerdo, vamos". Fernanda dio un ligero asentimiento.
Luego, recogió sus pertenencias ya empacadas y subió al vehículo.
El viaje desde la pequeña ciudad de Zhota hasta Esaham fue largo, por lo menos dos días en auto.
Cuando la noche envolvió el cielo, llegaron a otro pequeño pueblo. El mayordomo encontró un motel modestamente atractivo y propuso pasar la noche ahí.
La habitación de Fernanda estaba al final del pasillo del segundo piso, era la número 201, probablemente la mejor disponible. El mayordomo y el resto de su grupo decidieron quedarse en el piso inferior.
Como la noche era inusualmente cálida y seca, el viejo aire acondicionado de la habitación resultaba inútil, así que Fernanda abrió la ventana para que entrara una brisa fresca, haciendo que las cortinas bailaran en el aire de la noche.
Recién salida de la ducha, apagó las luces y se metió a la cama para dormir.
Se estaba sumiendo en un sueño ligero cuando se despertó sobresaltada por un disturbio en el exterior.
Un ruido en la ventana la puso en máxima alerta. Mientras se levantaba de golpe, una figura oscura apareció y se abalanzó sobre su cama.
Una gélida daga se cernió sobre su cuello mientras escuchaba un susurro amenazante: "No te atrevas a moverte".
Fernanda se quedó inmóvil de miedo.
Podía sentir el leve olor a hierro de la sangre en la manga del hombre, un terrible recordatorio de su peligrosidad. Esta inequívoca pista confirmó que ese tipo no era alguien con quien meterse.
La conmoción de afuera se volvió más intensa. Pronto se escuchó un fuerte golpe en la puerta. "¿Hay alguien ahí?", preguntó una voz ronca. "¡Abre ahora!".
El cuchillo en el cuello de Fernanda se hundió un poco más.
"Deshazte de ellos o estarás prácticamente muerta", siseó el hombre maliciosamente.
Su brazo derecho atrapó la cintura de la mujer mientras su mano izquierda mantenía firme el cuchillo en su garganta.
Sus movimientos calculados hicieron que Fernanda se diera cuenta de que hablaba muy en serio.
Tenía que seguirle el juego por el momento.
"Claro", murmuró para tranquilizarlo. "Todo estará bien".
Al no obtener respuesta de adentro, los intrusos utilizaron una llave maestra para abrir la puerta y entraron.
El hombre tiró de la camiseta holgada de Fernanda, la puso sobre su regazo y la rodeó con su brazo, obligándola a sentarse a horcajadas sobre él mientras cambiaba de posición.
La puerta se abrió de golpe y un intenso rayo de una linterna inundó la habitación.
Fernanda soltó un grito de pánico y se inclinó sobre el hombre para esconderlo.
"Cariño, ¿qué diablos es este lugar? ¿Cómo puede alguien tener la audacia de entrar de esa forma?". Fingiendo estar aterrorizada, Fernanda se aferró al hombre con desesperación.
Su dulce y seductora voz se escuchaba molesta, pero seguía teniendo un encanto absolutamente cautivador.
Fernanda sintió que el hombre debajo de ella se tensaba.
Tras unos segundos, la rodeó con su brazo, le dio la vuelta con destreza y colocó la manta sobre ambos cuerpos.
Mientras la manta se deslizaba, sus suaves susurros se fusionaron con el ritmo constante de sus respiraciones, pintando una discreta escena sensual.
Con el rostro enrojecido de vergüenza, los hombres en la puerta se quedaron rígidos, ya que no se habían preparado para esa exhibición privada.
Pero la pareja no mostró señales de detener su intimidad.
El guardia del motel se rio incómodo. "Parece que están bastante ocupados... Tal vez deberíamos irnos".
Uno de los hombres pasó junto a él y entró a la habitación decisivamente.
Los latidos de Fernanda se aceleraron cuando escuchó los pasos acercándose. ¿De verdad pensaban quitarles de encima la manta?
El cuchillo presionó su costado, tan puntiagudo en su piel que provocó un escalofrío a través de su tenso cuerpo.
Los pasos se detuvieron junto a la cama y, sintiendo coraje, Fernanda se inclinó más cerca del hombre debajo de ella.
La manta fue retirada suavemente y dio paso a la penetrante luz de la linterna, exponiendo su delicada espalda desnuda.
En la suavidad de la cama, los dos siguieron moviéndose. Los labios de Fernanda se encontraron con los de él en un beso ferviente. Su cabello cayó en cascada para ocultar el rostro del hombre, cuya mano acariciaba su costado.
Los gemidos apagados que escapaban de sus labios hacían mucho más íntima la escena.
De repente, se escuchó una voz a lo lejos, interrumpiendo la tranquilidad. "¡Jefe! ¡Algo está pasando en la calle!".
Al instante, el hombre junto a la cama se levantó de un salto y desapareció por la puerta.
Una vez que esta se cerró, Fernanda se desenredó y salió de la cama.
La luz de la luna se filtraba a través de una grieta entre las cortinas, proyectando delicadas sombras a la habitación. El hombre observó su esbelta figura contra la pálida luz.
Los recuerdos de hacía unos minutos lo invadieron mientras acariciaba su piel suave y aterciopelada. Esa mujer había agarrado sus brazos, su delicada piel presionándose gentilmente contra la de él.
Su sedoso cabello había rozado su rostro con una fragancia sutil.
Su voz había sido una melodía relajante para sus oídos.
Era una mujer serena y astuta. Cuando esos hombres entraron, en lugar de sucumbir al pánico, presionó sus labios contra los de él. Fue un beso tan convincente que engañó a los perseguidores.
Sus labios habían sido frescos contra los de él, y su técnica era un poco torpe. Solo presionó sus labios sin hacer otro movimiento. Era evidente que era su primer beso.
La voz del hombre rompió el silencio. Su habitual severidad se convirtió en un susurro seductor. "¿Ese fue tu primer beso?".