– Yo también – suspiré, dándome cuenta de que compartía completamente sus deseos. – Pero, ¿cómo lograrlo? Encontrar trabajo en el extranjero es difícil, y dudo que nos esperen allí como profesoras...
Las dos sabíamos que colocarse en nuestra profesión en el extranjero sin experiencia ni contactos era casi imposible. Pero teníamos tantas ganas de probar algo nuevo, de salir de lo habitual.
– ¿Y si buscamos algo por Internet? – propuso Kristina. – Quizá encontremos algo interesante.
Empezamos a buscar, introduciendo diversas consultas en la barra de búsqueda. Al cabo de un rato dimos con un anuncio: una agencia de modelos en el extranjero busca chicas para sesiones publicitarias.
– ¡Ania, mira! – exclamó Kristina, enseñándome la pantalla del portátil. – ¡Fíjate bien! ¡Buscan chicas para anuncios! ¿Y si nosotras encajamos?
Al principio dudé. Todo me parecía sospechosamente bueno. Pero luego comprobamos nuestros datos frente a los requisitos del anuncio y resultó que coincidíamos.
– ¿Y si de verdad escribimos? – propuse, aún insegura. – Aunque... seguro que buscan modelos, no chicas corrientes de provincia.
– ¡Venga ya! – se animó Kristina. – ¿Por qué seríamos peores? ¡Probémoslo! Al fin y al cabo, no perdemos nada.
Redactamos un correo, adjuntamos algunas fotos nuestras y lo enviamos. Todo sucedió tan rápido que apenas pude asimilar que realmente estábamos intentando entrar en una agencia de modelos.
Pasó una semana y, cuando ya casi habíamos olvidado nuestro mensaje, sonó el teléfono. Era el gerente de la agencia.
– ¡Buenas tardes, chicas! Hemos recibido sus fotos y nos gustaría invitarlas a trabajar con nosotros. Estamos dispuestos a ofrecerles un contrato de seis meses, renovable si todo va bien.
Kristina y yo intercambiamos miradas de asombro. ¡La agencia quería contratarnos!
– ¡Esto es increíble! – dije emocionada después de colgar. – ¡Nos han aceptado!
– Pero, ¿dónde viviremos? ¿Dónde nos alojaremos? – de pronto se inquietó Kristina. – No conocemos nada de esa ciudad, no tenemos a nadie allí...
Entonces recordé que Kristina mencionó una vez a su primo Valera, que vive en esa misma ciudad. Él era adinerado y, aunque no se hablaban mucho desde hacía años, quizá podría ayudarnos.
– ¿Y tu primo? – sugerí. – ¿Por qué no intentamos contactar con él?
Kristina frunció el ceño. Con Valera tenían una relación complicada. Apenas se hablaban, y su familia, muy adinerada, vivía en otro país, alejada de los asuntos de nuestra familia. No estaba segura de cómo reaccionaría su primo a la petición.
– No lo sé – admitió en voz baja Kristina. – Él es un tipo... importante. Casi no hablamos, y no sé si aceptará acogernos. Deberíamos preguntarle a mamá y a papá; tal vez ellos logren convencerlo.
Quedamos en que Kristina llamaría a sus padres para pedirles que hablaran con Valera. Al día siguiente, ella llamó a casa y mantuvo una larga conversación con su madre.
– Mamá dice que intentará mediar – me comunicó Kristina al regresar. – Pero todo depende de Valera. Puede negarse a ayudarnos.
Pasó otra semana. Estábamos en ascuas, esperando una respuesta. Cada vez que sonaba el teléfono, el corazón se nos aceleraba. Finalmente, llegó la llamada esperada de la madre de Kristina.
– Sí, mamá, ¿qué dijo? – casi gritó Kristina al auricular. – ¿Aceptó? ¿Es verdad?
Escuché un suspiro de alivio y luego la vi sonreír.
– ¡Aceptó! – anunció Kristina. – Valera dijo que podemos quedarnos en su casa al principio, hasta que encontremos algo. Bueno, no le entusiasmó que fuéramos a trabajar en una agencia de modelos... pero aun así accedió a ayudarnos.
Sentí un gran alivio. Ya teníamos un plan. No partíamos solas a lo desconocido: contábamos con el apoyo, aunque fuese de un pariente casi desconocido.
– Bueno – dije, intentando disimular el nerviosismo. – ¡Parece que nos espera una gran aventura!
Los días previos al viaje se hicieron eternos. Kristina y yo nos ocupábamos de los documentos, empacábamos la maleta y discutíamos cada detalle del viaje. Parecía que el día no llegaría nunca, pero al fin amaneció.
En la estación nos despedimos de nuestras familias. La madre de Kristina lloraba, abrazando a su hija y dándole sus últimas recomendaciones; mi madre me apretaba la mano, mirándome en silencio a los ojos. En sus miradas había miedo y orgullo.
– Cuídate, hija – susurró mi madre cuando Kristina y yo nos dirigimos al tren.
– Claro, mamá, no te preocupes, todo irá bien – contesté, intentando mostrarme valiente, aunque por dentro estaba aterrada.
Cuando el tren arrancó, Kristina y yo nos miramos con alegría. Estábamos al borde de una nueva vida llena de oportunidades y aventuras.
– ¿Te lo imaginas, Ania? – dijo Kristina al acomodarnos en nuestros asientos. – ¡Vamos a otro país, a otra ciudad! Nos espera una nueva vida, un nuevo trabajo, gente nueva.
Sonreí, sintiendo cómo la felicidad se mezclaba con un ligero temor a lo desconocido. Pero sabíamos que era el comienzo de algo grande.
El tren corría en la noche mientras Kristina y yo hacíamos planes de futuro. Soñábamos con nuestras sesiones en la agencia de modelos, con ganar dinero e incluso, tal vez, con llegar a ser famosas.
Al llegar por fin a la ciudad donde nos esperaba el nuevo trabajo, en el andén nos esperaba Valera. Era un joven alto, de unos treinta años, con mirada segura y gesto serio. Vestía un traje elegante y parecía fuera de lugar junto a nosotras, tan sencillas y modestas.
– Hola, chicas – dijo al acercarnos. – ¿Cómo ha ido el viaje?
– Hola, Valera – respondió Kristina, intentando disimular los nervios. – Ha ido muy bien. Gracias por ayudarnos.
– ¡Bah!, ¿qué soy, un ogro? – Valera esbozó una ligera sonrisa, aunque se le notaba escéptico. – Aunque, para ser honesto, no entiendo muy bien por qué queréis esto. Trabajar en una agencia de modelos es algo serio. ¿Estáis seguras de que queréis dedicaros a eso?Kristina y yo nos lanzamos una mirada cómplice. Sus palabras enfriaron un poco nuestro entusiasmo, pero nuestra determinación seguía intacta.
– Bueno, vamos – dijo Valera, tomando nuestras maletas. – He preparado una habitación para vosotras en mi casa.