1933.
Alemania.
Cyrille.
La brisa del aire mueve las espesas hojas de los árboles. Nada es distinto... nada ha cambiado desde que me fui del hogar que me acogió por tantos años.
La mansión de mis padres sigue igual como la recuerdo y ahora que el viento me trae esos peculiares aromas desde la cocina de mi madre, recuerdo que prometí ayudarla a cocinar el estofado.
<< Todo se me olvida desde que me enliste en la SS>>
-¡Cyrille! ¡Hijo, ven aquí! -la mujer que sonríe desde la ventana me mira con ojos de amor.
<< Que bella eres, Amandine>>
-Enseguida voy -respondí con una enorme sonrisa.
-¡Mas te vale!
Las hojas gruñen con el pasar de mis pies. La libertad araña mis mejillas y sentirme de tal manera me trae nostalgia a mis pocas ganas de seguir con vida. Muchas cosas han pasado desde que era un niño, pero ahora que tengo una buena edad sobre mis hombros comprendo que todo me trajo hasta este momento...hasta esta realidad tan caprichosa que vivo día a día.
-¡Tío! ¡Te extrañe tanto! -la más pequeña de la dinastía Leroy corre a mis brazos con una enorme sonrisa.
-Que linda pequeña -bese su delicada mejilla.
-Ya te extrañábamos por aquí, últimamente no vienes muy seguido te enfrascas mucho en tu trabajo; casi parece que es tu amante o mejor dicho, tu esposa -mi única hermana me mira de una manera un poco acusadora, sabe que tiene razón y desea externar sus hirientes ideas.
-Tengo demasiado trabajo pendiente en la SS. A veces no me da tiempo ni de consumir alimento-el agua fría recorre mis manos mientras las cubro de jabón -. Aun soy un hombre libre que puede hacer de su vida lo que desee.
-Esa no es una excusa, Cyrille -mi madre palmea mi hombro con algo de suavidad -. Te extrañamos mucho, además, tu padre no deja de preguntar por ti -sus ojos me escanean de pies a cabeza -. No te sentaría mal tener una novia para después casarte.
-¿Dónde está mi padre? -le di un giro diferente evitando hablar sobre cosas que tengan que ver con el matrimonio.
-En el consultorio. No debe tardar.
-Mamá, deberías decirle que descanse un poco.
-Jamás me hace caso. En eso te pareces a tu padre, los dos son bastante testarudos -su mirada perdida me indica que algo está mal entre ellos dos-. Debemos apresurarnos a poner la mesa. Me estoy muriendo de hambre.
-Apresúrate hermanito.
-Claro que si -sonreí de lado por la forma en la que mi hermana acostumbra a llamarme, aun piensa que soy un niño.
Mis dos bellas sobrinas me ayudaron a obedecer las órdenes de la señora y reina de este hogar. Entre risas y cantos por parte de las dos muñequitas que se pasean a mí alrededor, nos concentramos en colocar los cubiertos en su lugar.
El motor del auto de la cabeza de la familia se estaciono en la entrada. Mire por la ventana para asegurarme que fuera mi padre. Su cuerpo y rostro demuestran un cansancio poco propio de él, seguramente no ha descansado en días.
<< ¿Cuándo será el día que pueda entender que no todo se mueve alrededor de la medicina?>>
-¡Abuelo, Cyrille está en casa! -Odette se lanzó a los brazos de mi padre al igual que lo hizo conmigo segundos antes.
-Eso es increíble, mi niña -mi padre dirigió la mirada hacia mí -. Qué bueno que estas en casa, hijo.
-Gracias, padre -lo abrece después de darle un fuerte apretón de manos.
-Por favor -señalo la mesa -, disfrutemos de la comida que ha preparado tu madre.
Dimos las gracias al creador por lo alimentos. Mientras todos mantenían los ojos cerrados y las manos juntas, me entretuve pensando en cosas que divagan en mi mente, cosas que en ocasiones me perturban a tal grado que no puedo entender mi naturaleza.
-¿Cómo te va en la SS? -mi padre se llevó la copa de vino a la boca.
-Todo está tranquilo. Esperemos que muy pronto podamos disfrutar de un crecimiento militar aún más sofisticado -el estofado estaba delicioso.
-Al parecer así será, con el nuevo Canciller todo está cambiando.
-Tiene buenas propuestas para nosotros, pero no tan buenas para las otras personas -mire el trozo de carne que descansaba en mi plato. Estaba bastante cosido para mi gusto.
-No quiero ser pesimista, pero empiezan a escucharse muchos rumores en las calles -me dice temeroso y expectante.
-¿Cómo cuales, padre? -lo mire a los ojos.
-El Fuhrer tiene ideologías un poco extremistas ¿no crees?
-Todo hombre que llega al poder tiene una visión diferente a nosotros; está velando por los intereses de la nación-dije sin muchos ánimos.
-¿Pero él es diferente? -su suspiro se alargó mucho más de lo debido -, ese hombre es diferente.
-¿Qué te preocupa?
-Recuerda hijo, que nosotros, tu familia, es francesa. Jamás seremos como los alemanes.
-No deseo ser como un alemán. Amo mi país, mi lengua y las costumbres que me has enseñado -deje caer el tenedor en el plato.
-Espero que eso lo recuerdes cuando jures lealtad y marches en sus filas -me miro con severidad.
-¿Qué tanto sabes? -fruncí el ceño al ver su aspecto.
-Dejen de hablar de política y concéntrense en disfrutar el momento ¡no se habla de trabajo en la mesa! -mi madre estaba bastante nerviosa.
-Señor Leroy, señora... -se acercó el mayordomo -, un capitán de la SS está buscando al joven Leroy.
-No puede ser -el rostro de mi madre la acusa de tristeza, creyó que me quedaría un poco más -, apenas acabas de llegar y ya te están buscando.
-Mamá -llegue hasta ella, sujete su rostro entre mis manos y sonreí al ver sus lágrimas deslizarse por sus mejillas-, te amo, mi bella mujer. Prometo no tardar, todo estará bien.
-Cumple tu promesa, Cyrille.
-Lo hare -bese su frente.
-Cuídate mucho, hijo.
-Sí, padre -quería abrazarlo, pero sé que no es debido. Un hombre no puede hacer ese tipo de cosas frente a su familia.
Recorrí el largo pasillo que me envía directamente a la entrada principal. Varios vehículos de la SS se encontraban frente a la propiedad.
-Standortenfuhrer -el oficial me dedico el saludo correspondiente-. Están convocando una junta oficial de última hora.
Jamás me sentí a gusto entre tanto uniformado, pero nunca me quejé del camino que decidí seguir. Desde muy pequeño sentí un gusto innecesario por las armas y el adiestramiento. Pero desde que salí de la escuela de oficiales creo que este es el lugar donde pertenezco.
Los cayos que se formaron en las palmas de mi mano son el claro recordatorio que nada es gratis en esta jodida vida, todo tiene un precio y ciertamente alto, pero vale la pena, porque cambiaremos el mundo.
Soldados se mueven por todos lados, al parecer las cosas están aún más críticas de lo que esperaba. La toma de poder no salió como lo previsto y genero un cambio total en todos los sentidos imaginables. Las oficinas están atiborradas de uniformados que custodian la entrada donde se realizan los movimientos para la guerra.
<< Más muerte y destrucción>>
-Srandortenfuhrer, lo estábamos esperando. Pase por favor -la persona que menos quería ver en esta vida y es la que me recibe.
-Adelante -una voz poco conocida me prende los sentidos y enciende mis alertas rojas sobre enemigos próximos -. Me han hablado maravillas de usted, coronel Leroy.
<< Esto se salió de control>>
-Canciller, un honor conocerlo -mi cuerpo instintivamente opto la peculiar firmeza de un soldado.
-No son necesarios los halagos, con su lealtad y su buen servicio me basta.
<< Que poco humilde>>