─¿Cómo estás tan seguro que eso es verdad? ─le preguntó Ethan.
─Esta misiva me la envió el detective Wickham ─le dijo Adler y, para su hermano, esto fue suficiente para saber que era cierto, ya que el detective Wickham fue el que descubrió el engaño que había sido lanzado en contra del Duque de Wellington, por lo que no había duda de su veracidad.
─Pero ¿cómo ocurrió todo esto? En la carta dice que esto pasó hace un año. ¿Quién pudo haberle hecho tanto daño? ─le preguntó Ethan al Duque de Wellington.
─No lo sé, pero lo voy a averiguar ─afirmó el Duque de Wellington.
─Sabes que puedes contar conmigo ─le aseguró el Duque de Norfolk.
─Lo mismo digo hermano, sabes que estoy contigo ─afirmó el Duque de Sutherland.
─Gracias de verdad, porque necesito que interroguen a toda Inglaterra si es necesario. Quiero que investiguen quien es el responsable del abuso que sufrió Giorgiana. De esa manera, podré preparar mi viaje a Escocia para el próximo amanecer. Tengo que hablar con Gigi cuanto antes ─dijo Adler a sus acompañantes.
─¿Estarás bien si te dejamos solo? ─le preguntó Ethan ─ No cometerás ninguna tontería, ¿verdad?
─Vayan tranquilos. Yo estaré bien, tengo mucho en que pensar ─les dijo Adler a sus acompañantes y tras escuchar esto, el Duque de Norfolk y el Duque de Sutherland se fueron más tranquilos.
Una vez que se quedó solo, los recuerdos de tiempos felices junto a su Gigi, inundaron su mente y su corazón. De repente, se vio a sí mismo el día en que la conoció, el día que quedó completamente cautivado por esos hermosos ojos negros, ojos tan enigmáticos como expresivos.
Cinco años antes... Londres, Inglaterra 1830.
Adler Remington, Marqués de Oxford, había sido nombrado Duque de Wellington por el Rey Richard III, quien lo amaba mucho y lo protegía como a su propio hijo, pues Adler era uno de los caballeros más leales y de buen corazón que tenía a su servicio. Por tal motivo, y con tan sólo 25 años, Adler poseía más prestigio y honor que cualquier aristócrata en la corte inglesa. Su éxito no sólo abarcaba los asuntos del Rey, sino que, en el ámbito personal, el Duque de Wellington gozaba de mucha prosperidad y prestigio. Todos los que lo conocían percibían de inmediato lo imponente de su presencia en la Corte inglesa, posicionándolo como el soltero más codiciado de la nobleza británica.
Sin embargo, pese a todo el éxito que poseía, su corazón se sentía vacío y solitario, al no encontrar a la mujer que fuese un verdadero complemento y una verdadera compañera; y él se resistía a la idea de casarse por conveniencia con alguna debutante, o como decía la Corte: "una adecuada flor inglesa que pudiera proporcionarle un heredero al Ducado y Marquesado". Si él se casaba algún día, sería cuando encontrara a la mujer de la que estuviese enamorado. Aunque, en estos tiempos, esto fuese poco práctico o ambicioso por su parte, ya que muchas familias ricas y poderosas de la Corte querían formar alianzas con los Remington, a través del matrimonio con el mayor de los vástagos del Archiduque Imperial de Inglaterra e Irlanda y hermano del Rey de Inglaterra, Eric Remington.
Afortunadamente, tanto su padre como su madre, Lady Leslie Remington, apoyaban completamente su decisión, pues ambos creían que, si su hijo mayor se casaba, tendría que ser por amor, tal y como en efecto había sido en su caso.
Y no es que él no haya tenido romances en su vida, porque tuvo algunos especiales. De hecho, se destaca una relación hacía 6 años, con una dama que fue muy especial para él. Pero, como él nunca se enamoró de ella, finalmente tuvo que sincerarse y ambos concordaron en ser muy buenos amigos.
Cierto día, como cada año, se celebró "El festival de los caballos", el cual se llevaba a cabo en el Palacio veraniego del Rey, y que consistía en exhibirle a los miembros más selectos de la nobleza británica, los mejores y más capacitados caballos, con el propósito de que los Lores y las Ladies de la Corte pudiesen hacer negocios y adquirir los mejores ejemplares. Sin embargo, ese año la vida de Adler Remington, Duque de Wellington, cambió para siempre cuando conoció al ángel de ojos negros como la noche, que robó su corazón, esclavizando con grilletes de dulzura sus propios sentimientos.
Todo ocurrió cuando la familia Cavendish fue invitada por primera vez a dicho festival, debido al reconocimiento que tenía el jefe de la familia, el señor Darren Cavendish, en el negocio de cría y venta de caballos pura sangre, es por eso que su nombre era muy conocido entre la aristocracia inglesa, hasta llegar a los oídos del mismo Rey, quien planeaba regalarle a su esposa, la Reina Alisa, la mejor yegua de todo el país, por lo que invitó a los mejores criadores de caballos, incluyendo a los Cavendish.
El Rey, la Reina y algunos caballeros, entre ellos el Duque de Wellington, se hallaban examinando los ejemplares, cuando llegaron a las caballerizas de los Cavendish, exhibiendo los mejores ejemplares equinos.
─Majestades, mis Lores, sean ustedes bienvenidos. Mi nombre es Darren Cavendish, ella es mi esposa Christine Cavendish y mis hijas Blake, Kylie, Caroline y Giorgiana, mi primogénita. Niñas por favor, saluden a estos nobles caballeros como se debe ─les dijo Darren a sus hijas.
─Majestades, mis Lores, es un placer para nosotras conocerlos. Sean bienvenidos, espero que nuestros caballos sean de su agrado ─dijo Giorgiana y todas las chicas Cavendish, hicieron una perfecta reverencia, sorprendiendo gratamente a los Reyes y a los caballeros.
─Sr Cavendish, veo que tiene unas hijas muy bien educadas e instruidas en las normas de cortesía hacia los miembros de la Corte. Señoritas, para la Reina y para mí, es un placer conocerlas ─comentó el Rey, y Giorgiana pudo sentir en ese momento una intensa mirada sobre ella, mientras el Rey y su padre hablaban. De repente, el responsable de tal mirada se acercó a Gigi, gesto que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes, se acercó a ella y besándole el dorso de la mano, la cual le había tomado suavemente, le habló:
─Es para mí un verdadero placer conocerla señorita Cavendish. Mi nombre es Adler Remington, Duque de Wellington ─y al decir esto, Adler la miró fijamente a los ojos, sintiendo por primera vez en su vida, un gran estremecimiento en el corazón y una conexión indestructible comenzó a construirse entre los dos, aunque en ese momento Giorgiana, no se lo demostraría.
─El placer es nuestro, Su Excelencia, sean todos bienvenidos a nuestra caballeriza ─respondió Gigi mirándolo solo por un momento, pero sintiendo como el mundo a su alrededor desaparecía de forma inexplicable y que nunca había experimentado antes de ese día.
Inglaterra, 1835.
─Me arrepiento tanto por no haber confiado en ti, mi niña ─dijo Adler, observando el medallón que contenía un pequeño retrato de su amada. Y, al llamarla mi niña, usó el apelativo cariñoso que siempre le decía para hacerla sonreír ─ Pero te doy mi palabra de que a partir de hoy, te protegeré con mi vida, te cuidare como no lo hice antes; y, aunque viva el resto de mi vida de rodillas ante ti, conseguiré tu perdón y recuperaré tu confianza. Diciendo esto, Adler salió del despacho para arreglar todo lo referente a su viaje a Escocia.
Highlands, Escocia.
─¡Niñas, ¡qué bueno que las encuentro! Tenemos que irnos a casa ya. Su padre recibió una carta desde Inglaterra notificándole que... ─les informó Christine a sus hijas, teniendo que tomar aire para continuar:
─Notificándole que el Duque de Wellington viene de camino a nuestra casa y llegará el día de mañana.