De Prosti a CEO
img img De Prosti a CEO img Capítulo 6 La rana que baila
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Capítulo 7 La entrevista de trabajo img
Capítulo 8 Perspectiva de Madame Esther img
Capítulo 9 El camerino compartido img
Capítulo 10 Preparándome para la hora cero img
Capítulo 11 El primer cliente img
Capítulo 12 El segundo cliente img
Capítulo 13 De regreso a la universidad img
Capítulo 14 El consejo de Nadina img
Capítulo 15 Travesura img
Capítulo 16 Perspectiva de Murgos Hikari img
Capítulo 17 Consejos incluidos en el servicio img
Capítulo 18 Electrosex img
Capítulo 19 Reunión de ranitas img
Capítulo 20 La práctica de pole dance img
Capítulo 21 Golpe a la nariz img
Capítulo 22 El cliente ruso img
Capítulo 23 El talentoso Paussini img
Capítulo 24 Noche de disco img
Capítulo 25 Perspectiva de Marthuski img
Capítulo 26 Desaparecida img
Capítulo 27 Situación complicada img
Capítulo 28 El debut img
Capítulo 29 Declaraciones en otoño img
Capítulo 30 El cliente favorito img
Capítulo 31 Conociendo la mansión Paussini img
Capítulo 32 Tarea de dos img
Capítulo 33 Perspectiva de Giovanni Paussini img
Capítulo 34 La verdad sobre Gabriel img
Capítulo 35 Nuestros secretos img
Capítulo 36 Miradas img
Capítulo 37 El disfraz anhelado img
Capítulo 38 La revelación de la noche img
Capítulo 39 Acosador img
Capítulo 40 Un italianísimo img
Capítulo 41 Perspectiva de Yonel Hikari img
Capítulo 42 Un mal día... o tal vez no img
Capítulo 43 Retos de la vida img
Capítulo 44 La luz img
Capítulo 45 No soy una muñeca img
Capítulo 46 Pasión en la biblioteca img
Capítulo 47 Su segunda visita al club img
Capítulo 48 Un viaje a Ashbourne img
Capítulo 49 Te presento a mis padres img
Capítulo 50 Dotes culinarios img
Capítulo 51 De regreso a Londres img
Capítulo 52 Paussinipatía img
Capítulo 53 Un maestro en aquello img
Capítulo 54 Ultima semana en el club img
Capítulo 55 Perspectiva de Danna Taylor img
Capítulo 56 El día de la exposición img
Capítulo 57 Violentada en el club img
Capítulo 58 En busca de justicia img
Capítulo 59 No deberías estar aquí img
Capítulo 60 El último cliente en el club img
Capítulo 61 El favor de Yonel img
Capítulo 62 El último día de clases img
Capítulo 63 Afrontar la realidad img
Capítulo 64 Perspectiva de Danna Taylor 2 img
Capítulo 65 Destrúyeme, que lo merezco img
Capítulo 66 El último baile en el club img
Capítulo 67 Celebración de despedida img
Capítulo 68 Te invito a mi cama img
Capítulo 69 Una visita inesperada img
Capítulo 70 Una rara propuesta img
Capítulo 71 Perspectiva de Delancis Hikari img
Capítulo 72 El primer cliente dorado img
Capítulo 73 Tres amigas img
Capítulo 74 Frente al tablón de notas img
Capítulo 75 Depresión img
Capítulo 76 Algo que no logro comprender del todo. img
Capítulo 77 Confesión img
Capítulo 78 Mariposas en ebullición img
Capítulo 79 Días de práctica img
Capítulo 80 Conociendo a Crazy Patsy img
Capítulo 81 Ánimos caldeados img
Capítulo 82 La graduación img
Capítulo 83 Un discurso para recordar img
Capítulo 84 Un paso audaz img
Capítulo 85 Un almuerzo inolvidable img
Capítulo 86 Noche de disco y celebración img
Capítulo 87 La suma de todo lo sexual img
Capítulo 88 Víspera de navidad img
Capítulo 89 Cocteles y farsas navideñas img
Capítulo 90 Sentimientos conflictivos img
Capítulo 91 Navidad en familia img
Capítulo 92 Sueños y temores bajo la nieve img
Capítulo 93 Boxing day y la agenda inesperada img
Capítulo 94 El regalo de navidad de Yonel img
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Capítulo 6 La rana que baila

«Que la sed no te haga beber del vaso equivocado», se lee en la frase que está en la parte superior del parabrisas del taxi... ¿Mensajes provenientes del gran padre celestial? Será solo coincidencia...

Podría detener el viaje y pedirle al taxista que me deje justo aquí, pero ya pasé vergüenza con tan solo decir el nombre de aquel club y notar que aquel hombre al instante reconocido el lugar. Justo ahora me está observando con tanta intensidad y lujuria, como si fuese a cobrarle el tiempo que dedica al mirarme. Señor que parece diez años mayor que yo, tan delgado que hasta podría perforar el respaldar de su silla con los codos. Al notar que me está incomodando, aclara la garganta y decide hablar:

-Ya casi estamos llegando.

-Ajá...

-Eh... Debería tener cuidado al llegar a ese lugar, no es bueno que una chica tan linda como usted esté sola por esos lados.

-No necesito acompañante, estaré bien a solas.

-Hubiera sido mejor que la acompañara..., por ejemplo, un novio.

«¿Y este idiota hasta donde piensa llegar con esta charla?».

-Las relaciones amorosas no van conmigo, señor.

-Ah, ¿no?

-La última vez que alguien me dijo que sentía lo mismo que yo, era porque teníamos hambre.

-Vaya... Comprendo -dice mientras acomoda el taxi para estacionarse a la orilla de la calle-. ¿Supongo que usted ya ha frecuentado este club? ¿Trabaja aquí?

A través de la ventana del taxi, observo el gran letrero de coloridas luces neón que le conforman a una llamativa cabeza de rana de pestañas largas y labios carnosos. A un lado del taxi resplandece el nombre: La rana que baila.

-Pues supone mal, señor. Aún no trabajo aquí.

Luego de pagar el viaje, bajo del taxi, avanzo un par de pasos y me percato de que el vehículo aún sigue estacionado aquí y el taxista me sigue con la mirada, es como si aquel hombre esperara algún tipo de servicio de mi parte, pero le ignoro y pongo mi atención en el lugar:

Desde el exterior se nota lo discreto y elegante que es, con luces suaves que invitan a los transeúntes a entrar por la enorme puerta de madera y manijas finas. Frente a la entrada está un alto y robusto agente de seguridad que viste todo de negro.

-Buenas noches -le saludo.

-Buenas noches, señorita. Me permite su documento de identificación.

-Vaya, ¿tengo cara de niña? -le cuestiono de forma jocosa.

-No, últimamente son las niñas las que tienen cara de vieja.

«Hijo de su madre...», me siento ofendida.

De malas ganas, le enseño de documento de identificación, él abre la puerta para mí y me deja entrar.

Al cruzar la puerta, soy recibida por una atmósfera enigmática y sofisticada. Un suave murmullo de música y risas llenan el ambiente, acompañado por luces tenues que resaltan la belleza de las decoraciones. En el fondo de salón, un gran escenario, y a los costados varios tubos plateados alcanzan hasta un techado que está completamente revestido de gamuza rojo vino. Sostenidas de esos tubos, mujeres danzan semidesnudas, provocativas, coquetas, muestra su sensualidad luciendo lencerías oscuras y salvajes. Todas las bailarinas ocultan su rostro usando extravagantes mascaras decoradas con pedrería y plumajes oscuros. Malditas diosas de energía libidinal, lucen como unas divas potras entaconadas, todas rodeadas de caballeros vestidos de trajes impecables, quienes las observan bailar con ojos que derrochan ansias de lo sexual.

Vaya... No sé qué esperar, me siento nerviosa, y es por lo desconocido.

«¿Qué hago? ¿A quién pregunto?».

-Disculpe señorita, ¿le ayudo en algo? -pregunta, en tono alto, una voz femenina tras mi espalda.

Volteo la mirada y me encuentro frente a una chica de cabellos tintados en color rojo caoba que le llega por arribas de los hombros, estatura mediana y gordita con buenas curvas. En sus manos tiene una bandeja plateada donde transporta cuatro copas de licor.

-Sí, es que he venido a buscar trabajo.

Ella me sonríe soltando toda la tensión de su rostro.

-Menos mal, pensé que venía a buscar problemas.

Me hace recordar mi última llamada en el teléfono, la señora que me atendió en el momento también mencionó lo de: "esposas celosas que vienen a buscar a sus esposos". Supongo que a eso se refiere.

-No se preocupe, yo solo necesito trabajar.

Repentinamente, levanta un brazo señalando hacia el lado derecho del salón.

-¿Ves ese pasillo que te estoy señalando?

-Sí.

-Allá, tras un mueble de color blanco, está una mujer de cabello largo oscuro, se llama Madame Esther, ella puede ayudarte a conseguir trabajo aquí.

-Ok, muchas gracias por tu ayuda, amiga.

Con la mano que tiene desocupada, me da una palmadita en la espalda y me asiente amablemente. La veo alejarse hasta una de las mesas en donde están varios hombres bebiendo.

«Bien, a los que vine».

Me voy caminando entre las mesas, sintiendo mesclas de diferentes fragancias masculinas y evitando rozar aquellas telas de trajes de etiqueta costosa, porque no quiero ser responsable de estropear nada en tan tallados hombres. Llego al pasillo y en todo el centro encuentro el mueble blanco que soporta un garrón lleno de... azucenas blancas... Maldita sea, ¡¿por qué aquí?!

Sin importar lo fatigante que me resulta el aroma de las azucenas, me paro frente al mueble y frente a la mujer que está observándome de manera curiosa, sentada tras el mueble, me recorre con la mirada, de arriba abajo, inspecciona mi figura como si evaluara la calidad de las legumbres en el supermercado.

-Hola, buenas noches, ¿Madame Esther?

Me sonríe de medio lado, levantando sutilmente aquel lunar que tiene en la parte alta de la desembocadura del labio.

-Sí, soy yo.

-Eh... Esto... Estoy buscando trabajo.

-¿Tienes experiencia como mesera?

-Eh... No, pero puedo aprender, si me da la oportunidad, soy buena...

-No -me interrumpe de manera cortante-, aquí las meseras no vienen a aprender, viene a demostrar que soy buenas en su trabajo, a atender con calidad.

-¿Tienen otras vacantes disponibles?... Por favor -le pregunto sintiéndome angustiada, preocupada.

Madame Esther posa sus codos sobre el mueble y se inclina para acercarse más a mí, para susurrarme:

-¿Cómo llegaste hasta aquí, mujer?

-Hace días, en un bar holandés, me encontré a una rubia que...

-¿Bar holandés? Esa debe ser nuestra holandesa favorita: Murgos.

-¡Sí, es ella! Y creo que trabaja aquí.

Madame Esther suelta un par de carcajadas.

-¿Trabajar aquí? ¿Murgos? Esa mujer es la propietaria de este club, es la big boss -dice pronunciando con más fuerza sus últimas palabras.

Al notar que me he quedado sin palabras, Madame Esther se levanta de su silla y sale del mueble.

-Ven, hablemos en privado.

-OK.

Madame Esther toma camino hacia el fondo del pasillo y yo le sigo atrás; al ir avanzando, veo que otro pasillo conecta con este, me detengo frente a aquel pasillo y me quedo viendo a un hombre que está de espalda, va caminando hacia la puerta del fondo, lleva el saco del traje en un brazo y va acicalando su despeinado cabello.

-Chica, no te detengas a husmear y sígueme -me regaña Madame Esther.

-L-Lo siento.

Madame Esther abre una de las puertas del pasillo y me invita a pasar. Al entrar, quedo impresionada al encontrarme frente a un enorme cuadro colgado en la pared, en él se retratan a todas las bailarinas enmascaradas y mostrando el culo en una misma dirección, todas las máscaras son idénticas, menos las mascara del centro, esta tiene una ovalada piedra dorada sobre la frente.

Madame Esther me pasa por enfrente, jala una silla y se sienta frente a una mesa redonda.

-Ellas son bailarinas, y esa que estás viendo, la que está en el centro, es una ranita dorada, la estrella de las bailarinas.

-Ya veo...

La Madame aclara la garganta y, luego de captar mi atención, me señala una silla para que tome asiento. De inmediato me siento.

-¿Tu nombre es...?

-Miriam Douglas.

-Bien, Miriam, ¿cuál es tu historia con Murgos?

Le empiezo a contar todo lo ocurrido con Murgos, de cómo acepté su propuesta y atendí sexualmente a uno de sus clientes, y todo por el simple hecho de que necesitaba dinero urgente; y le aclaro que no me molestó en lo absoluto hacerlo, porque ya hace rato que estaba lejos de la paila.

-Espera un momento... -Madame Esther pausa mi historia y, con impresión, pregunta-. ¿Serás tú la tal Milkyway?

Inmediatamente, me sonrojo.

-La mismísima -respondo avergonzada.

Madame Esther empieza a reír de forma descarada. Más roja me pongo yo.

-Sin dudas, Murgos tiene un buen ojo para encontrar chicas.

-No comprendo que es lo que le tiene tan sorprendida...

-Miriam, el cliente que atendiste aquella noche volvió a pedir tus servicios, llamó a Murgos y ella le dijo que ya no podía ofrecerte. Él hombre vino arrebatado aquí, al club, a buscarte a ti. Llegó hasta mí y me exigió los servicios de Milkyway -cuenta risueña y aún impresionada-. Creí que alguna de las trabajadoras sexuales se había puesto creativa con los chocolates. Les pregunté a todas mis chicas, pero no, ninguna utilizó chocolates aquella noche.

-Lamento haber causado tantos problemas...

-Ahora dime... ¿Quieres ser una trabajadora sexual de La rana que baila?

                         

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