pulgar. - ¿Esta mejor? Ella sonrió con los ojos cerrados. - Eso es realmente bueno - sus ojos se abrieron de repente, cuando soltó otro gemido - Dios mío, lo siento. Le devuelvo la sonrisa, sin importarme.
Estaba acostumbrado a este tipo de reacción de mis pacientes cada vez que les enseñaba. - No te preocupes, este tipo de reacción es común. Al parecer, sentías mucho dolor. - Sí, gracias por eso. Presioné con más fuerza
en el lugar, tratando de ayudarla a relajarse más rápido. - Entonces, ¿Juan y tú son realmente vecinos? -
Comenzó. Sus ojos me miraron. - Creo que te gusta mucho Juan, pero voy a responder a tu pregunta. No lo estamos. El doctor Salvani tiene dinero y vive en la calle de arriba, donde está la gente con dinero. Me aclaré.
la garganta, disimulándola. - ¿Entonces él simplemente vive cerca? - ella asintió - Interesante... - ¿Tú lo crees? - El me miró. No. - Sí, ya que son compañeros de trabajo. - Mentí. Ella resopló. - Ahorrarme. - Puso los ojos en blanco, haciéndome reír. Terminé de masajearle la mano y me sentí más cómoda en su sofá, ella
hizo lo mismo. - ¿Doctor? - me llamó. Lo miré atentamente. - ¿Sí? - Antes no podía hacerlo, me molestaba mucho el dolor de cabeza, pero quiero hacerlo ahora. Se acercó, acortando la distancia entre nosotros dos.
Mi cuerpo reaccionó poniéndose alerta. ¿Qué quiere ella? - Gracias -tragó con fuerza, mirándome- por salvarme la vida. Toqué su hombro, empujándola un poco más hacia atrás. - No hace falta, hubiera hecho lo
mismo por cualquiera. - Tal vez, pero a quien terminaste salvando ese día fui a mí. Sólo Dios sabe lo que me habría hecho ese hombre si no hubieras llegado. Muchas gracias, doctor. La miré atentamente. - No es necesario que me llames así, tengo un nombre, ¿sabes? - Lo siento, Doctor Pedro - Le pellizqué ligeramente
llamando su atención - ¡Ahí! Eso me dolió, carajo, lo siento... Pedro, ¿está mejor? Yo sonrío. - Sí, mucho mejor ahora. Ella frotó el área con fuerza y yo ni siquiera la había pellizcado tan fuerte, solo lo sufciente para
llamar su atención. Nos reímos un poco de la cara que puso, antes de que su estómago gruñera con fuerza.
llamando nuestra atención. Ella bajó la cara, avergonzada. Saqué mi teléfono celular de mi bolsillo, lo abrí en la aplicación de comida y le entregué el dispositivo. - ¿Qué? Miró entre mí y mi mano extendida. - No sé ustedes, pero yo tengo hambre, ¿quieres cenar conmigo? - Yo ofrecí. Ella sonrió, todavía avergonzada. - Lo
siento de nuevo. Pero no comí nada en todo el día, después de la serie de exámenes. Mi sonrisa murió al saber que se quedó sin comida. - No necesitas disculparte, terminé quitándote el tiempo - Le entregué
nuevamente el celular - Si no eliges lo que quieres de inmediato, lo haré yo. Y puede que no te guste mi elección. - Quédate con eso, no gastes tu dinero en mí - Señaló las canastas y yo hice una mueca - Hay
mucha comida allí, Tiane siempre es exagerada, apuesto que hay comida para una semana. Guardé el dispositivo cuando ella tomó mi mano y me jaló hacia la pequeña cocineta, allí en la esquina y comencé a desatar las cestas, corrí a ayudar. Se me hizo la boca agua con la cantidad de delicias dentro de las canastas.
Amanda tenía razón cuando dijo que su amiga estaba exagerando. Había jodida comida. Ayudé a Amanda a colocar la comida en la mesa de café de su sala de estar y nos sentamos juntas en su alfombra, comiendo
todas las delicias colocadas allí. Ojalá de la nada se abriera un agujero enorme aquí, en medio de la habitación, y me tragara entero para no tener que pasar por tanta vergüenza. Pero no tuve esa suerte, sobre todo cuando mi estómago gruñó con fuerza, llamando la atención de Pedro, que estaba sentado a mi lado y logró oír todo. Tenía la intención de comer tan pronto como llegara a casa, no esperaba que el Doctor Pedro se quedara aquí por mucho tiempo. ¿Pero qué haría? ¿échalo afuera? Ni siquiera lo disimuló, inmediatamente
intentó ofrecerse a pedirnos comida. Incluso pensé que era muy amable de su parte, pero no podía aceptarlo.
no cuando había cuatro cestas llenas de comida justo en el mostrador esperándonos. Pedro incluso pensó en cambiar de opinión, pero cuando le mostré las delicias que Tiane había colocado dentro de las canastas,
aceptó felizmente. Colocar toda la comida en la mesa de café fue una idea genial. Pedro se rió de mí un par de veces, pero a mí no me importó, cuando tengo hambre termino metiéndose mucha comida en la boca, y eso le hizo reír. El ambiente se volvió agradable cuando volvimos a hablar del hospital. Pero una y otra vez
siempre tocaba el mismo tema: Salvani. No tengo idea de lo que pasó entre ellos, pero para mí era bastante obvio que ambos no se llevaban bien. Recuerdo mis primeros días en el hospital, y la primera vez que me encontré con Pedro en el pasillo, me enamoré de él enseguida, incluso sin que él supiera que yo existía. La gente del hospital se sorprendió cuando rechazó la invitación a formar parte de la junta directiva del hospital.
para ocupar el lugar del doctor Alejandro, su mejor amigo. Pedro es un hombre muy reservado, no se acercaría a nadie, pero ahora está aquí, frente a mí, sentado en el suelo de mi casa, conmigo, comiendo comida chatarra. ¿Podría al menos invitarlo a salir? - ¿Cuantos años tienes? - Pregunté, decidiendo ser un
poco más atrevido con mis preguntas, estoy cansado de hablar solo del trabajo y de Salvani. - ¿I? - preguntó sorprendido. Confrmé. - Sí, aquí solo estamos nosotros dos. Él sonrió, después de morder otro trozo del
sándwich de carne con salsa. - ¿Cuánto parezco tener? - Bromeó. Lo miré de arriba a abajo, evaluando todo el contenido. - Treinta. - adiviné, inseguro. - Llegó lejos. -Otro bocado. Lo miré seriamente, es un hombre
muy guapo, pero no parecía tener veintitantos años. - No me digas que es menos. Él se rió a carcajadas. -
¡Más, mucho más! Esta vez fui yo quien mordió el pan. -Más... ¿cuánto exactamente? Se acercó y me limpió la barbilla con la servilleta. Me sentí avergonzada y él se fue. - 42 años. Lo miré sorprendida, tenía que estar
bromeando. - No puede ser. - Tiré el pan de nuevo al plato y lo miré haciendo puchero. - Sí, es mi edad. -
Sonrió con orgullo. No puede ser verdad. - Eres pelirroja, ni siquiera tienes el pelo blanco, no puedes tener 43 años. - 42 años - me corrigió -, por favor no me hagas viejo. Se alejó de la mesa solo para llevar su mano al
bolsillo de su pantalón, sacar su licencia de conducir y entregármela. Acepté, curiosa. Pero aún así, no puedo creer lo que veo, ¡en realidad tiene 42 años! Empecé a analizar mejor el documento, para ver si realmente es
cierto. Mis ojos se dirigieron a él cuando escuché el sonido de su risa. Devolví el documento inmediatamente.
- Vaya... - ¿Qué pasó? ¿Crees ahora? - guardó el documento. Asenti. - Realmente tienes 42 años, me siento fatal en este momento. Su sonrisa murió. - ¿Por qué? Tragué fuerte, sin saber si debía decírselo o no. -
Hace unos minutos me preguntaba si debería o no invitarte a un café, en agradecimiento por lo que hiciste por mí - Resoplé - Pero ahora que conozco tu edad, veo que es realmente una mala idea. No sé dónde estaba mi cabeza. Bajé la cabeza, tratando de ocultar mi vergüenza. Un hombre maduro y guapo como él
nunca habría aceptado salir conmigo. - Amo el café. Lo miré, sorprendida. - ¿Estas hablando en serio? -
Arqueé una ceja, mirándolo fjamente. - ¿Porque no? - se encogió de hombros - ¿Mi edad nos impide tomar un café? Lo negué. - No, pero... - comencé, pero él me interrumpió. - ¿Qué? ¿abandonar? Lo negué. - Creo
que tienes algo más interesante que hacer. Cómo salir con la mujer que quieres, por ejemplo. - Por supuesto.
que no dije eso en voz alta. - Creo que... - Dejó de hablar en el momento en que sonó su teléfono, dejándolo luchando por contestar - Necesito contestar esto. Sus ojos se entristecen cuando me mira. Se levantó
apresuradamente, recogió sus pertenencias y se fue sin siquiera despedirse. Lo peor es que ni siquiera me puedo imaginar cómo es su vida, la mayoría de los médicos de salud seguían