Capítulo 3 Mi funeral

Intento levantarme, una vez, otra y otra. No puedo más con esta locura. Todos me detienen. Apenas siento nuevamente el piquete de la aguja en el brazo y voy perdiendo la conciencia. Esta pesadilla parece interminable... Ya perdí la cuenta de los días, pero si no fuera por los calmantes, no podría descansar ni un minuto. No deja de darme vueltas en la cabeza todo, pienso en donde está Michelle mientras yo estoy aquí, en que Mario y Abril se están divirtiendo a mis espaldas.

¿Y mis hijos? ¿Qué les dijeron a mis hijos? Mi pequeña niña debe estar destrozada, mis pobres gemelos, teníamos un año sin vernos, aunque hablamos tres veces a la semana por video llamada... ¿Qué le habrán dicho a la directiva? ¿Quién se va a hacer cargo de la empresa?

- Hora de tu comida Michelle.

Me rehúso a comer y sólo puedo emitir unos ruidos como gruñidos. La enfermera es delicada pero implacable. Me obliga a ingerir algo para tener "fuerzas". Si, fuerzas es lo que necesito para levantarme lo antes posible y arreglar este desastre. Hacerme cargo de esos dos infelices, calmar a mis hijos y poner en orden la empresa. Decido seguirles el extraño juego que parece están jugando, al menos hasta que me recupere lo suficiente. Me dejan el celular de Michelle para "ponerme al día" con mis "amigos". Miro sus fotos. Es hermosa. Tiene el cabello rubio y largo, los ojos verdes, la piel muy blanca y como dijo la enfermera, parece de la edad de Lina. Busco notas en el internet sobre lo que me pasó, pero sólo hablan de un accidente sin mencionar ningún nombre. Entre las drogas y el cansancio, otra vez me quedo dormida.

No sé cuánto tiempo después, me despierta el ruido de una televisión que se escucha a lo lejos. Seguramente es Gilda, la chica de recepción que le gusta poner el noticiario. Le he dicho mil veces que no lo haga, porque no hay nada más deprimente para quien espera saber sobre la salud de un familiar, que estar viendo reportajes tan amarillistas como los que abundan hoy en los medios. Se me hela la sangre.

- En otras noticias, por fin se ha revelado la identidad de la persona involucrada en el aparatoso accidente que sucedió hace dos semanas en el tramo en reparación de la desviación hacia la Av. Universidad. Se trata ni más ni menos que de la Lic. Verónica Luna, CEO de Medi Core Associates. Las autoridades informaron que no sé había notificado el mismo día del percance porque era una investigación abierta, ya que se tenía que descartar que hubiera sido provocado. Aunque de primera instancia el equipo médico del Hospital Universitario de Medi Core Associates puso a la Lic. Luna en un coma inducido esperando que se recuperara de sus heridas, desgraciadamente hoy por la mañana dieron el parte médico acerca de su fallecimiento. El cuerpo fue entregado a la familia y se le dará el último adiós en la funeraria González Mortis Zona Valle. A la Lic. Luna le sobreviven su madre, su marido, el Doctor Mario Estrada y sus tres hijos. Mañana será cremada al medio día, para finalmente descansar en el Mausoleo Capillas Marianas. Descanse en paz.

Por eso no veía a Michelle. La tenían en coma. ¿Pero cómo es posible que mi equipo médico no notó que no era yo? ¿También los habrán sobornado Abril y Mario? ¿Acaso ellos...? He tenido suficiente. Me levanto como puedo arrancándome todos los cables y los tubos. Tengo sólo unos segundos para salir de aquí antes de que aparezca todo el servicio médico de urgencias. Conozco tan bien mi hospital que puedo escabullirme entre los pasillos internos. Necesito llegar a uno de los depósitos de suministros para tomar un uniforme de lo que sea y así tratar de pasar desapercibida. Encuentro uno de limpieza, servirá. Casi al salir del cuarto de aseo, veo un espejo tras un estante. No lo dudo. Tengo que verme. Entender que pasó con mi cara que nadie me reconoce y los padres de Michelle me confunden con su hija cuando no nos parecemos en nada ni tenemos siquiera la misma edad. El corazón me late rápidamente. Cierro los ojos instintivamente pensando en lo grave que deben ser las heridas. Tras unos minutos, me armo de valor y me miro. No puedo evitar dar un grito que intento reprimir inmediatamente para que no me descubran. La imagen del espejo es la de Michelle, no la mía. La reconozco por las fotos de su celular. Tiene un par de cicatrices en la boca, en la frente. Moretones alrededor de los ojos, pero es ella, no soy yo. Sin embargo, si me muevo, si hago gestos, son los mismos que el espejo me devuelve. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puedo estar en el cuerpo de alguien más? Mis piernas no responden y me desplomo llorando. Entonces es verdad. Estoy muerta, al menos mi cuerpo lo está. ¿Cómo voy ahora a recuperar lo mío? ¡Nadie me creerá!

Trato de reponerme. Debo llegar a mi funeral. Encuentro unas redes para el cabello y un cubrebocas para disimular este rostro. Salgo con uno de los carritos de limpieza y camino lentamente hacia los elevadores. En el estacionamiento mi auto de repuesto. Desde un día que salí de madrugada y la camioneta no quiso encender, decidí dejarlo ahí por cualquier cosa. Es un carrito de segunda mano, pero muy práctico. Le puse bajo el estribo una de esas cajitas de seguridad donde se guardan las llaves, porque, mal acostumbrada los autos modernos que no se cierran si no tienes la llave en la mano, solía dejarlas dentro y entonces de nada sirve tenerlo para emergencias. Rebusco en mi cabeza la clave para sacarlas y ruego porque no me detengan.

En el último piso casi nunca hay nadie, aunque estoy consciente que las cámaras grabarán todo, así que tengo que ser lo más invisible posible para que no levanten después una denuncia contra Michelle por robo.

Mi cochecito está intacto. Con mucho polvo por la falta de uso, pero disponible. Tecleo y saco las llaves. Espero que este cuerpo esté lo suficientemente recuperado para manejar. La luz del sol me da en la cara al salir del estacionamiento y es una sensación agradable, pero agridulce. No puedo llegar así a la funeraria, por lo que decido hacer una escala en ese departamento que ni Mario conoce. Se lo compré el año pasado a una de las chicas de administración, le urgía el dinero. Esta cerca del hospital y tenía pensado rentarlo a estudiantes o médicos foráneos, o simplemente usarlo cuando saliera muy tarde de alguna reunión de trabajo o para comer a solas y en calma durante los congresos de tres días que organizábamos en el hospital universitario. No se lo dije a mi marido porque sabía que me cuestionaría por gastar el dinero en algo así y no en "nosotros"; porque tendría que aguantar de nuevo la cantaleta de que siempre trato de ayudar a gente externa y no a la propia. Ahora doy gracias al cielo por mi decisión.

Al entrar, reconozco las cosas que he ido dejando. Un par de fotografías, algunos vasos y platos que eran de mi abuela, y los muebles de nuestra primera casa. Sobre ese sillón concebimos a Lina. No puedo evitar llorar de rabia de nuevo. Pero no tengo tiempo. Me doy un baño rápido e instintivamente, evito mirarme demasiado, porque siento como si estuviera vulnerando la intimidad de alguien más. Salvo las cicatrices del accidente, el cuerpo de Michelle es tan perfecto como el de cualquier chica de 21 años. Tiene la piel tersa, firme y sus senos están al menos unos diez centímetros arriba de donde estaban los míos. Bendita juventud...

Exploro el clóset y sólo encuentro trajes sastre y vestidos formales. ¿En qué momento me volví tan anticuada? ¿Cuándo me creí eso de "usa ropa adecuada a tu edad"? Finalmente, en uno de los cajones, hay un conjunto deportivo. Creo recordar que se lo compré a una de las asistentes médicas que vende ropa para ayudarse a completar la quincena. Lo dejé aquí justo porque nunca uso esas cosas. Se ve muy extraño con botas de limpieza, pero mis zapatos son todos de tacón y del número cinco, y Michelle calza como del número tres. Me rio con amargura. Como si esas banalidades valieran ahora.

Me hago una cola de caballo y me tapo con la capucha de la sudadera. Conduzco hasta la funeraria, pero me estaciono a unas cuadras porque no quiero que nadie de la familia o allegados reconozca el auto. Hago un esfuerzo mayúsculo para no perder la compostura; todo esto me sigue pareciendo tan absurdo como un mal sueño.

A mi lado pasan caminando caras conocidas: Compañeros, personal médico, parientes lejanos, amigos... No lo dudo y entro a la sala principal. En el centro está mi ataúd rodeado por cuatro enormes cirios y el cínico de Mario hace guardia junto a tres de los directores. Hay arreglos florales por todos lados que mandaron clientes, proveedores... Que al parecer me querían más que la persona más importante de mi vida. Intento acercarme, pero una plática a mi lado me distrae.

            
            

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