-Pase -me indicó el anciano con una formalidad típica del trabajo que ejercía.
Ambos se pusieron de pie y me extendieron la mano para saludarme, pero la vista de los grandes ojos azules de la mujer no se apartaba de los míos. Su sonrisa de victoria dejaba entrever que lo había perdido todo.
-Mi nombre es Tom McDonald's, soy el juez a cargo de su caso, y ella -dijo señalando a la mujer- es la señorita Smith, abogada y representante del señor Audrey-
Ella me sonrió con una mirada que decía mil palabras, como quien juega un juego del que tiene total dominio.
-El señor Audrey prefiere la discreción -me respondió la esbelta mujer con una calma que solo logró alterarme más.
-¿Discreción? ¿Y tiene el coraje de reclamar una propiedad familiar sin siquiera pertenecer a ella? Disculpe, señor McDonald's, pero considero una total falta de respeto esta reunión -dije en un tono exasperado, dejando ver mi frustración.
-¿Nos da unos minutos, señorita Smith? -dijo el anciano. Ella asintió, hizo una sonrisa fría y cruel, se levantó de su asiento y salió.
-Le explicaré, señorita Ford. Como ya sabe, su familia lo perdió todo y su casa se hipotecó-
-Eso ya lo sé, señor -dije alterada.
-Permítame explicarle, por favor -me dijo con la calma de una persona experimentada.
Respiré profundo y lo escuché.-Su casa fue reclamada por el señor Audrey, ya que estas tierras pertenecían a su linaje anteriormente. Su familia firmó un acuerdo con ellos en el que, si quedaban sin nada, la propiedad sería entregada a este señor-
En mi cabeza hubo un caos, todo el lugar daba vueltas a mi alrededor. Sabía que podía perder mi casa, ¿pero en manos de un extraño, sin una oportunidad de reclamar o intentar luchar por lo que fue tan importante para mi familia?
-¿Señorita, está bien? -me dijo el anciano al notar mi estado de palidez.
-Sí -mentí.
-¿Podría apelar? -pregunté, esperando una respuesta positiva.
-Sí, señorita, podría apelar, pero sería una batalla difícil dado el acuerdo en el pasado y lo costoso del proceso, y creo que usted no está en posición de costear un profesional a ese nivel -me dijo con total sinceridad.
Aunque sus palabras fueron crueles, sabía que era la pura verdad. Continuó hablando, y yo no podía hacer más que escuchar y maldecir mis días.
-Hay algo más, señorita -dijo, y mi corazón se agitó aún más.-¿Algo más? -susurré mientras llevaba mi mano derecha a mi frente.
-Debe abandonar la mansión. Tiene una semana -me extendió un papel con la sentencia.
Lo tomé y lo leí mientras mis manos temblaban. Me paré haciendo el mejor esfuerzo posible por sostener mi debilitado cuerpo, le di las gracias al juez y salí arrastrando mis pesados pies.
¿Quién era ese misterioso señor Audrey que tenía total derecho sobre mi patrimonio?
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Era verano; el sofocante calor era casi insoportable, típico de Texas. El intenso sol golpeó mi cuerpo haciendo que el impacto de la desagradable noticia se sintiera aún más cruel.
Entré en mi auto, encendí el aire para refrescarme y mi cuerpo se desplomó en el asiento como quien acaba de rendirse ante el enemigo.
La desesperación y el miedo me inundaron, como si estuviera hundiéndome en un mar profundo, y lentamente las aguas cubrieran mi rostro.
Estaba al borde de la desesperación; parecía que la fina línea que dividía la cordura de la locura se estaba desvaneciendo.
Llegué a mi casa. La enorme mansión se presentaba ante mis ojos con su enorme jardín descuidado por la falta de jardinero.
Las enormes puertas que se abrirían para mí en una semana se cerrarían dejándome fuera.A decir verdad, la mansión estaba casi deteriorada, sin vida, sola.
No tenía cómo mantener arreglada una propiedad tan inmensa si apenas tenía un centavo.Pero algo extraño sucedía: las luces estaban tenues, casi parpadeaban, como si alguna energía exterior debilitara las de la mansión.
Corrí a mi cuarto, subí las escaleras lo más rápido que pude. Abrí la puerta de un tirón con tal fuerza que resonó en toda la segunda planta.
Tomé un adorno con forma de delfín de encima de la mesa de noche y lo lancé con odio contra la pared. Eso fue solo el principio del desastre que logré crear en mi cuarto; tomaba uno tras otro, descargando mi furia en los objetos rotos.
Cada vez me enfurecía más, y por cada objeto roto daba un grito desesperado, de rabia. Las lágrimas corrían por mi rostro, deshaciendo el maquillaje. Todo se juntaba en mi cabeza: tanto dolor en tan poco tiempo, guardado en mí, sin contárselo a nadie.
Lancé un grito más fuerte aún, lanzando un jarrón de flores grande y pesado contra el piso. Sentí que algo más se quebró en el exterior; el sonido del vidrio me hizo mirar mi gran espejo al lateral, quebrado, dividiendo el reflejo en varios.
Mi grito lo había quebrado...
Pero algo más me hizo acercarme a él. Mi reflejo era totalmente distinto, era horrible: mi pelo caía sobre mi espalda suelto y alborotado.
Mi expresión de rabia era horrorosa, casi me causaba temor. De repente, mis ojos se tornaron negros frente al enorme y quebrado espejo.
El terror se apoderó de mí y me eché hacia atrás. Caminé rápidamente de espaldas, sin dejar de ver el espejo.
Mi imagen seguía allí, mirándome sin moverse. Me golpeé la espalda contra la pared y me deslicé suavemente hasta quedar en el suelo.
La imagen en el espejo había desaparecido.Solo podía llorar; quizás mis horribles sueños y estas extrañas visiones son solo un indicio de problemas mentales.
De repente, recordé a mis padres, los amorosos abrazos de mi padre y los dulces besos de mi madre.
Mi abuela, tan cariñosa como siempre, venía a mi mente, acariciando mi cabello y consolándome. Quizás verla en los sueños con una terrible figura solo sea una forma de reflejar el dolor por su ausencia.
Me levanté del suelo, llorando sin poder contener tanto dolor. Me acosté en mi cama y me cubrí hasta la cabeza con mi enorme sábana blanca, en un intento de refugiarme del mundo exterior.
"No sé qué más pasará mañana o cuando salga de este cuarto; solo sé que ahora no quiero pensar en nada más."