Los años de juventud de Isabela dieron paso a una adultez marcada por una ambición desmedida y un deseo inquebrantable de poder. Tras graduarse con honores en administración de empresas, comenzó a trabajar en una importante corporación financiera. Pronto se dio cuenta de que, para alcanzar sus metas, tendría que dejar de lado los principios que alguna vez le inculcaron sus padres. Fue en esos primeros años cuando su verdadera transformación comenzó, y donde Isabela abrazó el lado más oscuro de su personalidad.
La oficina estaba envuelta en una penumbra casi fantasmal cuando Isabela entró, dejando atrás el eco de sus tacones resonando en el suelo de mármol. En esa sala de reuniones esperaban tres hombres, todos con una expresión de intriga y desconfianza. Uno de ellos, un hombre robusto de cabello canoso y ceño fruncido, miró su reloj, como si su tiempo fuera demasiado valioso para desperdiciarlo en una conversación que consideraba innecesaria.
-Señores, buenas tardes. -Isabela saludó con una voz firme, tomando asiento frente a ellos sin titubear. Colocó su carpeta sobre la mesa y, sin perder tiempo, comenzó a exponer su plan.
Durante meses, había estado investigando las finanzas de la compañía y detectó ciertas irregularidades que, en otras circunstancias, habría denunciado. Pero ahora, esos datos le ofrecían una ventaja que no estaba dispuesta a dejar pasar. Sabía que la empresa llevaba años evadiendo impuestos y desviando fondos, y descubrió que estos hombres frente a ella no solo eran cómplices, sino beneficiarios de aquellos movimientos.
-¿Por qué deberíamos confiar en ti? -preguntó finalmente el hombre robusto, apretando los labios con desdén-. Eres joven, ambiciosa... y sinceramente, no tengo tiempo para juegos.
-No vengo a jugar. Vengo a hacerles una oferta que no pueden rechazar. -Isabela sonrió levemente, su expresión fría y calculadora-. Ustedes seguirán beneficiándose de estos desvíos... pero yo me quedo con el 10% de cada operación que realicemos juntos.
Los tres hombres se miraron, sorprendidos por la audacia de aquella joven que no mostraba el más mínimo signo de nerviosismo. En el mundo de los negocios turbios, la discreción y la astucia eran esenciales, y había algo en Isabela que parecía prometer ambas cosas. Su seguridad y control eran casi intimidantes; era obvio que había llegado dispuesta a todo.
Uno de los hombres, más joven y menos experimentado que los otros dos, la miró con incredulidad.
-¿Y qué nos asegura que no vas a denunciarnos en cuanto obtengas lo que quieres? -preguntó, tratando de desafiarla.
Isabela lo miró con una mezcla de desprecio y frialdad.
-Si quisiera denunciarlos, ya lo habría hecho. Les ofrezco un trato que beneficiará a ambos lados, pero no tengo problema en retirarme y buscar una oportunidad con alguien que aprecie mi oferta. -Se inclinó hacia ellos, sus ojos fijos en el hombre robusto-. ¿Están dentro o fuera?
El hombre robusto, que había permanecido en silencio, intercambió una mirada con los otros dos antes de asentir lentamente.
-Estamos dentro, señorita Reyes. Pero si intentas jugarnos sucio, será lo último que hagas.
Isabela solo sonrió. A partir de ese momento, sabía que había dado un paso definitivo en un camino sin retorno. No solo había sellado su primer trato ilícito, sino que lo había hecho con una audacia que resonaba en cada rincón de aquella sala. Por primera vez, experimentó la emoción y el poder de tener el control absoluto, sin reglas, sin restricciones, sin preocuparse por el "bien" o el "mal".
A medida que los días pasaron y los beneficios de su acuerdo comenzaron a fluir, Isabela se vio inmersa en un mundo de lujo y de peligro. Los números en su cuenta bancaria crecían tan rápido como su reputación de ser una mujer implacable y sin escrúpulos. Con cada paso que daba, sentía cómo su coraza se hacía más fuerte, y las advertencias de su madre, sus recuerdos de Sebastián, y cualquier rastro de compasión quedaban enterrados bajo un creciente deseo de poder.
Fue también en esa época cuando conoció a nuevos "aliados" empresarios.