Valeria sintió el aire pesado de la tarde al acercarse a la imponente residencia de los Ferreira. El cielo, de un gris plomo, se cernía sobre la colina, proyectando una sombra que alargaba la figura del palacio. Había soñado con este momento muchas veces, pero ahora que estaba frente a la enorme puerta de hierro forjado, su mente se llenaba de incertidumbres y temores que no había anticipado.
El mayordomo, un hombre alto y delgado con un rostro impasible, la saludó con una inclinación de cabeza y la condujo hacia el interior. Valeria miró alrededor, absorbiendo cada detalle: los suelos de mármol pulido, las paredes adornadas con retratos familiares y tapices antiguos, y la luz dorada que se filtraba a través de los células de vitrales. La casa era un reflejo de la familia que la habitaba: rica, poderosa y llena de secretos.
El mayordomo la guiñó hacia el gran salón, donde Damián la esperaba. Estaba de pie junto a la chimenea, las manos unidas delante de él, con la postura recta de un líder nato. Su traje oscuro se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, acentuando su presencia imponente. Valeria lo observó en silencio, tratando de adivinar lo que pensaba.
-Bienvenida a casa, Valeria -dijo Damián, su voz, a pesar de la frialdad, conteniendo un leve matiz de reconocimiento.
-Gracias, Damián -respondió ella, aunque la duda y el nerviosismo también pesaban en sus palabras.
El mayordomo se retiró con un ademán respetuoso, cerrando la puerta con un leve golpeteo que resonó en la estancia. La atmósfera se tornó densa de inmediato, como si el aire que compartía con Damián se cargara de una electricidad latente. Valeria sabía que, a partir de ese momento, cada acción suya sería objeto de escrutinio.
-Quiero mostrarte tus habitaciones -dijo Damián, moviéndose hacia la escalera de ébano que ascendía a la planta superior. La mano de Valeria se posó en el pasamanos mientras lo seguía, los pasos resonando en el suelo pulido. Cada peldaño que subía aumentaba su ansiedad. La casa era un laberinto de pasillos y puertas, cada una de ellas una promesa de descubrimientos y revelaciones que tendría que afrontar.
Al llegar al segundo piso, Damián la condujo a una puerta tallada con intrincados detalles de árboles y hojas. La empujó suavemente, revelando una habitación que había sido decorada con un gusto impecable: tonos beige y dorados, muebles de madera antigua y un espejo que cubría una pared entera, reflejando la imagen de Valeria que miraba con una mezcla de temor y fascinación.
-Este será tu espacio -dijo Damián, su voz más suave, aunque el aire seguía cargado de tensión-. Espero que te sientas cómoda aquí.
Valeria asintió, aunque no podía evitar preguntarse si ese "comodidad" era solo una ilusón que ella misma había fabricado.
-Es... hermoso -respondió, observando el cuarto con una expresión que trataba de esconder su inquietud.
-Había pensado que te gustaría -dijo Damián, con un destello de orgullo en los ojos, pero que en seguida fue reemplazado por la frialdad habitual-. Ahora, si me permites, te dejo descansar. Esta noche tenemos una reunión con algunos aliados de la empresa, y será tu primera aparición como miembro de la familia Ferreira.
Valeria asintió de nuevo, aunque su mente ya se movía rápida, anticipando el evento. Sabía que esa reunión no sería solo un momento de presentación pública, sino un terreno de pruebas donde tendría que mostrar su valor. La sonrisa de Damián, una sonrisa que en otro contexto habría parecido cálida, ahora le parecía tan falsa como el propio contrato.
-Nos veremos a las ocho -dijo antes de cerrar la puerta tras él.
Valeria se sentó en el borde de la cama, mirando el reflejo de su propia imagen en el espejo. La silueta de una mujer fuerte, pero atrapada en un mundo del que solo había vislumbrado sombras, se alzaba ante ella. Sus pensamientos se interrumpieron por el sonido de una suave campanilla que provenía del pasillo. La puerta se entreabrió y Marco, el asistente personal, entró sin previo aviso.
-Señora, vengo a informarle que la prepararán para la reunión. Por favor, acompñeme -dijo, sin mirar a Valeria, con la voz tan monótona que era imposible adivinar si había alguna intención tras sus palabras.
Valeria se levantó, la piel erizada por la sorpresa, y siguió a Marco sin emitir palabra. Cada paso la acercaba al mundo que había decidido afrontar, un mundo de alianzas frías y sonrisas que escondían cuchillas. Sabía que esta noche marcaría el inicio de su verdadera prueba, y que cada mirada y cada palabra tendría que ser medida y calculada. Las sombras que acechaban en los rincones de la casa parecían moverse, vigilantes, esperando a que cometiera el mínimo error que las trajera a la luz.
Mientras se adentraba en el pasillo, Valeria se preguntó cuántas veces más se enfrentaría a esa misma pregunta: "Hasta dónde estás dispuesta a llegar para lograr lo que deseas?" Y con cada paso, la respuesta se volvía un poco más difusa, reemplazada por la necesidad de sobrevivir en un juego donde, en su mente, las reglas las marcaba Damián y nadie más.