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Capítulo 2: Neurosis
Los días parecían fundirse unos con otros, en una sucesión de sombras y luces que apenas distinguía. A veces, la línea entre lo real y lo imaginario se desvanecía, dejándome atrapada en un limbo donde el pasado y el presente se entrelazaban sin lógica aparente.
Esta mañana no era diferente. Al mirar por la ventana, las calles parecían borrosas, como si una niebla espesa cubriera la ciudad. Me esforcé por enfocar la vista, pero comprendí que no era el mundo el que estaba desenfocado, sino mi mente. Los recuerdos de ella se mezclaban con imágenes fugaces de rostros que no reconocía al principio, pero que poco a poco tomaban forma en mi memoria.
Eran los fantasmas de sus ex, a quienes fue a contactar inmediatamente luego de terminar conmigo, para más placer, supongo.
Figuras que habían compartido con ella momentos que yo nunca conocería, y que siguen en su presente el día de hoy, siendo yo al final como un simple punto y coma en su historia. Sin quererlo, me encontraba comparándome con ellos, preguntándome qué tenían que yo no, qué historias habían tejido junto a ella que ahora formaban parte de su equipaje emocional.
La ira se acumula en mi pecho, una sensación densa que me oprimía y dificultaba la respiración. Era una furia silenciosa, dirigida no solo hacia ellos sino también hacia mí misma por permitir que estas inseguridades me consumieran, y que de seguro, fueran las que terminaron con la relación. Trataba de aferrarme a las palabras de aliento que la gente me ofrecía: "Todo pasa por algo", "El tiempo lo cura todo", "Debes seguir adelante". Pero eran frases vacías que rebotaban en las paredes de mi mente sin lograr arraigar.
Caminé sin rumbo por el comedor, intentando calmarme. Recordé una técnica que había leído en algún lugar: respiración profunda, inhalar contando hasta cuatro, mantener contando hasta seis, exhalar contando hasta siete. Repetí el ejercicio varias veces, buscando un ancla que me devolviera al presente. Por un momento, el ritmo de mi corazón pareció estabilizarse, y el nudo en mi estómago se aflojó ligeramente.
Decidí salir a dar un paseo, esperando que el aire fresco despejara mi mente. Las calles estaban llenas de gente, cada persona inmersa en su propia rutina. Observé los rostros anónimos, interrogándome si detrás de alguna de esas expresiones neutrales se ocultaba un torbellino similar al mío. A veces, imaginar que no era el único que luchaba contra sus demonios internos me brindaba un extraño consuelo.
Pasé frente a un café y, sin pensarlo mucho, entré. El aroma del café recién molido llenaba el ambiente, y que sensación más placentera para alguien de tauro como yo. El murmullo de las conversaciones ajenas creaba una atmósfera casi acogedora. Me senté en una mesa junto a la ventana y pedí uno mientras prendí un cigarrillo.
Mientras esperaba, mi mente volvió a divagar. Las imágenes de ella con otros hombres se colaban sin permiso. La imaginaba riendo, incluso en la intimidad, formando recuerdos en los que yo no tenía cabida. La ira regresó, esta vez acompañada de un amargo sabor a celos y resentimiento.
"Debes dejar ir el pasado", me decía a mí misma. "No puedes cambiar lo que ya ha ocurrido". Pero las palabras sonaban huecas, carentes de poder real. ¿Cómo podía liberarme de estos pensamientos recurrentes que me arrastraban como una corriente subterránea?
La camarera trajo mi bebida y me sonrió amablemente. "Espero que disfrute su día", dijo con sinceridad. Asentí y devolví la sonrisa con esfuerzo. Tomé un sorbo de la infusión caliente, sintiendo cómo el líquido cálido recorría mi cuerpo. Cerré los ojos un instante, intentando concentrarme en esa simple sensación en lugar del caos interno.
En la mesa de al lado, una pareja discutía en voz baja. Alcancé a escuchar fragmentos de su conversación. "Siempre piensas en ti mismo", decía ella con frustración. "No es así, intento hacer lo mejor", respondió él defensivamente. Sus palabras resonaron en mí, reflejando conflictos que me eran demasiado familiares.
Me levanté abruptamente, dejando unos billetes sobre la mesa. Necesitaba salir de allí. De vuelta en la calle, aceleré el paso, como si al moverme más rápido pudiera dejar atrás mis inquietudes. Las imágenes en mi mente se agolpaban, formando una maraña indescifrable de emociones. Por suerte siempre llevo mis auriculares y el metal sinfónico me purga el alma, como haciéndome sentir que es solo un episodio más de este acto de mi vida.
Regresé a casa cansada. El silencio me recibió con su habitual frialdad. Me desplomé en la cama y por un momento, permití que las lágrimas fluyeran libremente. Era una liberación necesaria, un desahogo que había estado reprimiendo por orgullo o miedo.
Recordé entonces las palabras de una vieja amiga: "Los sentimientos no son tus enemigos; son indicadores de lo que ocurre dentro de vos. Escúchalos, pero no dejes que te controlen". Inspiré profundamente, reflexionando sobre ello.
Con esa idea en mente, busqué un cuaderno y un bolígrafo. Comencé a escribir sin filtro, dejando que las palabras fluyeran tal como venían. Escribí sobre mi ira, mi tristeza, mi añoranza. Hice dibujos. Admití en esas páginas mi resentimiento hacia ella por partir, pero también mi incapacidad para dejarla ir. Reconocí el dolor que me causaba pensar en sus ex parejas, pero también comprendí que eran parte de su historia, no de la mía.
Al plasmar mis pensamientos, sentí que lentamente la niebla en mi mente se disipaba. Identifiqué que mi lucha interna era más profunda que simplemente extrañarla; era una batalla entre aferrarme al pasado y abrirme a la posibilidad de sanar.
Las afirmaciones positivas que antes me parecían clichés comenzaban a adquirir un nuevo significado. Escribí algunas en el margen del cuaderno: "Merezco paz", "Puedo superar esto", "Todavía puedo ser feliz". Repetí estas frases en voz baja, tratando de internalizarlas.
La noche cayó, y con ella, una serenidad inesperada. No era una solución definitiva, pero era un paso hacia adelante. Comprendí que mantenerme en ese ciclo de amor y resentimiento solo prolongaba mi sufrimiento.
Me dirigí al espejo y me observé detenidamente. Los ojos cansados reflejaban las noches de mal dormir, pero también había una chispa de determinación. "Es hora de retomar las riendas de mi vida", me dije en voz alta. "No puedo cambiar lo que pasó, pero sí cómo reacciono ante ello".
Antes de dormir, volví a tomar el cuaderno y escribí una última reflexión: "Entre el amor que aún siento y el resentimiento que me consume, tengo que encontrar un equilibrio.
No puedo seguir fragmentada entre dos extremos. Debo perdonarla y, sobre todo, perdonarme a mí misma".
Pero como me iba a perdonar a mí misma, si ella se encargó de recordarme todo lo que había hecho mal...
Apagué la luz con una sensación de alivio tenue. Sabía que al despertar, los sentimientos seguirían ahí, pero también sabía que tenía la capacidad de enfrentarlos. La encrucijada en la que me encontraba no desaparecería de la noche a la mañana, pero había decidido dejar de ser una espectadora pasiva de mi propia vida.
Cerré los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, el sueño llegó sin resistencia. En la quietud de la noche, me permití la esperanza de que, paso a paso, podría reconstruir mi realidad sin las cadenas del pasado.