Capítulo 5 La grieta en la máscara

El lunes amaneció con el cielo encapotado y una brisa fría que anunciaba tormenta.

Alma observaba por la ventana del despacho, con el café ya frío entre las manos.

Su rostro no mostraba emoción. Su mente, sin embargo, era un campo de batalla estratégico.

Ya no era cuestión de si Tomás era Leonel.

Ahora se trataba de cómo destruirlo sin destruirse a sí misma.

-¿Se comunicó el contacto de Panamá? -preguntó sin girarse.

Su asistente, Julia, asintió.

-Llegó esta madrugada. Lo clasificó como "urgente y reservado".

Alma soltó un leve suspiro.

-Déjalo en mi escritorio. Y bloquea las siguientes dos horas. No quiero interrupciones.

Cuando quedó sola, tomó el sobre lacrado y lo abrió con un cortaplumas de plata.

Los papeles eran lo que esperaba... y también lo que más temía.

Leonel Duarte, accionista mayoritario de Theia Corp.

Su identidad había sido enterrada entre cuatro empresas pantalla, dos en Singapur y otras dos en Suiza.

Una red construida con tanto cuidado que solo alguien como Alma podía haberla desmantelado.

Un nombre apareció en la documentación como puente entre todas ellas:

Thomas D. Vega.

Tomás.

Él era Theia. Su competidor. Su sombra. Su esposo.

La traición se le instaló en el pecho como un ácido lento.

Y sin embargo, no lloró. No gritó.

Solo sonrió, amarga, y murmuró:

-Muy bien, Leonel. Muy bien jugado.

Esa tarde – Parque central, bajo la apariencia de un paseo inocente

Alma necesitaba pensar, lejos de sus muros y sus cámaras.

Fue a caminar. Solía hacerlo cuando estaba abrumada.

Solo que esta vez no estaba sola: lo citó a él.

Tomás llegó con su suéter azul y esa sonrisa de esposo devoto.

No sospechaba nada.

Ni el modo en que ella lo miraba.

Ni el hecho de que cada palabra que iba a pronunciar estaba medida.

-¿Me llamaste para esto? -preguntó él, dándole un sorbo al café que le ofreció.

-Quería caminar contigo. Hablar...

-¿Sobre qué?

-Sobre confianza -dijo ella, sin mirar directamente.

Tomás bajó la mirada, luego alzó el rostro con cierta preocupación.

-¿Pasó algo?

Alma fingió una risa suave.

-No, nada malo. Solo he estado pensando en lo mucho que uno cree conocer a alguien.

Él se tensó apenas. Pero lo suficiente para que Alma lo notara.

La grieta en su máscara.

-¿Tú crees que es posible vivir con alguien... dormir con esa persona cada noche... y aun así no conocerlo del todo?

Tomás intentó controlar la respiración.

-A veces, el amor nos hace ver solo lo que queremos ver.

Ella giró lentamente la cabeza, lo miró a los ojos.

-¿Y qué pasa cuando uno finalmente abre los ojos?

Él no respondió.

Se limitó a sonreír... esa sonrisa hueca que Alma ahora odiaba.

Ella se acercó y le tomó la mano, cálida, tranquila.

-Sea lo que sea lo que no me hayas contado, Tomás...

me lo vas a decir tú. O lo voy a sacar yo.

Se alejó sin esperar respuesta, con la elegancia de una emperatriz.

Esa noche – La decisión

Tomás sabía que no podía postergar más.

Alma estaba cada vez más cerca.

Y él no quería enfrentarse a ella como Leonel Duarte.

Quería salvar, aunque fuera una parte de lo que tenían.

Así que tomó su teléfono, abrió un contacto encriptado, y escribió:

"Activar fase 2. Sacar documentos del penthouse. Traslado a la bóveda."

Sabía que una vez lo hiciera, no habría marcha atrás.

Pero no supo que Alma había colocado un software espía en su móvil.

Cada mensaje, cada movimiento... era suyo ahora.

Ella lo vio todo.

Y por primera vez en semanas, sonrió de verdad.

-Ahora sí, mi amor. Empezamos a jugar en serio.

Última escena – Una mujer, un plan, una guerra

Alma, sentada en su estudio privado, cerró la computadora y tomó un viejo cuaderno de tapas negras.

Lo había usado en sus inicios, cuando nadie creía en ella.

Cuando construir un imperio era solo una idea.

Lo abrió y escribió:

"Objetivo: destruir a Leonel Duarte sin dejar rastro.

Mantener a Tomás con vida... solo mientras sea útil."

Y luego, en una línea separada:

"Final alternativo: destruirlo todo si él se atreve a mentirme una vez más."

Apagó la luz.

Y por primera vez en mucho tiempo, durmió en paz.