No estaba acostumbrado a eso. A terminar con una mujer sin el "¿me escribes mañana?", sin el "¿nos vemos en la semana?", sin el juego posterior. Siempre había algo más, aunque solo fuera rutina disfrazada de deseo. Pero con Alejandra... no.
Ella había sido clara. Fue un momento. Un instante que ambos necesitábamos. Y eso fue todo.
No sabía si era mi ego lo que hablaba o algo más profundo, pero me costaba aceptar que se hubiera ido así, tan ligera y decidida, como si no hubiese dejado huella... cuando yo todavía la sentía en la piel.
No se trataba solo del sexo -aunque, sin duda, fue de lo más intenso que había vivido-. Fue la forma en que me miró, cómo se entregó, y al mismo tiempo cómo mantuvo ese halo de misterio que la hacía inalcanzable. Alejandra no se quedó por educación, ni por cortesía. Se fue porque quiso. Porque así era.
Y ahí estaba yo... sorprendido. Como si recién ahora entendiera que ella no era como las demás.
Me reí sin humor.
-Definitivamente no eras una más.
Algo dentro de mí sabía que esto no era solo una anécdota para contar. Había dejado una marca. Una que no sabía si desaparecería pronto... o si se quedaría ahí, latente, esperando el momento de volver a verla.
Si es que eso llegaba a pasar.
Pasaron los días. Al principio me hice el desentendido, como si no esperara nada. Como si realmente creyera que aquello había sido solo eso: un momento.
No entré a la sala de chat por varios días. No quería parecer ansioso. Pero con cada noche que pasaba, el silencio de su partida se volvía más ruidoso en mi cabeza. Me encontraba recordando pequeños gestos suyos, frases sueltas, la forma en que me miró justo antes de cerrar la puerta. Todo estaba ahí, grabado.
Y cuando ya no pude más, volví a entrar.
La ventana de conversación seguía abierta. El chat congelado en nuestra última línea, como si el tiempo se hubiera detenido ahí. Pero Alejandra no aparecía. Ni un mensaje. Ni un "hola". Nada.
Pasó una semana. Luego otra.
Con el paso de los días, la espera se convirtió en costumbre. Me conectaba casi por inercia. A veces pasaba horas en línea sin hacer nada, otras veces fingía que buscaba algo más.
Empecé a hablar con otras personas. Mujeres interesantes, atractivas, algunas incluso con una chispa parecida. Me esforzaba por generar algo, por repetir la química, por revivir aunque fuera una fracción de lo que había sentido con Alejandra.
Pero no llegaba a nada.
Las conversaciones eran buenas, algunas incluso sugerentes, pero al final me encontraba comparándolo todo. Ninguna me provocaba lo mismo. Ninguna me hacía perder el control. Ninguna se iba justo en el momento en que más deseaba que se quedara.
Era como si, después de ella, lo demás supiera a poco. Como si hubiese tocado una nota distinta en mí, y ahora todo sonara desafinado.
Y aún así, no dejaba de entrar al chat.
Una parte de mí seguía esperando verla conectada. Solo un ícono verde, una frase, cualquier cosa que me dijera que aún estaba ahí. Que tal vez no había sido tan final como parecía.
Pero la pantalla seguía vacía.
Y yo... seguía buscándola, aunque no lo admitiera en voz alta.
La sala era nueva para mí. No esperaba mucho, solo estaba ahí como un espectador más, desplazándome entre mensajes sin demasiado interés. No había participado, no tenía ganas. Pero algo me hizo quedarme. Quizás la costumbre... o esa esperanza tonta de encontrar algo que encendiera otra vez lo que Alejandra había dejado medio encendido.
Entonces apareció la notificación.
Mensaje privado de Karen19:
Estás muy callado para alguien con esa mirada en la foto de perfil.
Sonreí sin querer. La foto apenas mostraba mi silueta contra la luz, nada explícito, pero cargada con la intención suficiente.
Yo:
Y tú muy atrevida para alguien que no ha dicho ni hola en público.
Karen19:
Lo público no es lo mío. Me gusta observar primero... y escribirle solo a quien realmente despierta mi curiosidad.
Eso captó mi atención. Ya no era solo el coqueteo, había algo más en su forma de escribir. Elegante, directa, segura.
Yo:
¿Y qué fue lo que te llamó la atención?
Karen19:
Tu silencio. Tu forma de no buscar atención.
Eso... y la forma en que miras. No es casual. Es como si tuvieras historia en la mirada.
Tuve que admitirlo: me tocó una fibra sensible.
Yo:
Tengo unas cuantas historias, sí. Algunas más recientes de lo que me gustaría admitir.
Karen19:
¿Historias intensas?
¿De esas que uno cree que se van a repetir... pero no vuelven?
Tragué saliva. No podía evitar pensar en Alejandra. Era como si esa mujer supiera leer lo que aún no había dicho.
Yo:
Exactamente de esas.
¿Tú también sabes lo que es eso?
Karen19:
Sí. Por eso ahora prefiero el fuego lento.
La conversación que quema sin prisa.
Aunque... a veces también me gusta jugar con las brasas.
Ahí estaba. Esa mezcla de control y provocación. Sentí que el cuerpo respondía solo.
Yo:
¿Y cómo se juega con brasas, Karen?
Karen19:
Así.
Imaginando tus dedos rozando la piel sin tocarla del todo.
Tu voz baja, solo para mí.
Tu aliento describiendo lo que harías... si estuviéramos cerca.
Me acomodé en la silla, la vista fija en la pantalla, y una media sonrisa escapándose.
Yo:
Y si estuviéramos cerca... ¿te dejarías guiar?
Karen19:
Si tu voz es tan firme como tu silencio,
me dejo llevar a donde quieras.
Una pausa. Cortísima, pero eléctrica.
Karen19:
Solo prométeme que no eres de los que apagan el fuego después del primer chispazo.
Yo:
Prometo que, si me das razones, lo mantengo ardiendo toda la noche.
Karen19:
Entonces dime...
¿qué harías si ahora mismo te dijera que estoy sola, con la luz apagada, y los dedos jugando con el borde de mi ropa interior?