La tenue luz del sol se escurría entre las pequeñas líneas de la cortina, traté con todas las fuerzas posibles de levantarme de mí cama, pero el peso del sueño parecía ser mucho más afanoso que toda mi voluntad.
Soltando un enorme bostezo, estiré mis brazos, y al creer tener toda la libertad de hacerlo, me topé con un esbelto cuerpo. Fruncí mi ceño ante el desconcierto del presente, y luego, una recopilación de momentos ardientes con una inglesa desconocida me abatió como una corta película cliché de mala racha.
Los momentos pasionales y cortos ya deberían ser eliminados de mí vida, creo que estoy demasiado adulto para las migajas eróticas, pero, ¿por qué esforzarme en conseguir algo que quizás no durará?. Los pecados se hicieron para cometerlos, y sin duda alguna, la lujuria es uno de mis favoritos.
Levantándome con cierto desánimo, observé a la bella figura esbelta que yacía a mí lado, sus rasgos felinos estaban relajados por el encanto del sueño, y su corto cabello azabache se esparcía sobre la almohada de seda como una nube tormentosa alrededor de su pálido rostro.
Sin duda es un preciosidad bastante exótica, lástima que no recuerdo una charla memorable durante la noche y parte de la madrugada. No subestimo su saber, pero lastimosamente soy un hombre que se enciende hasta las células con mujeres rebeldes y de mentes potentes, añoro encajar con una que sea capaz de hacerme tambalear con cada una de sus palabras, ya olvidé ese tipo de sentimiento efervescente que suele embriagar a cualquier alma cuando conecta con esa chispa que logra encender hasta sus más oscuros placeres.
Con pasos sigilosos me dirigí al baño, elegir un domingo de copas y derroche no fue la mejor opción. Realmente, no suelo hacerlo, pero, dar hoy mi primera conferencia en Cambridge pone mis nervios en una montaña rusa sin frenos.
Cambridge es la cúspide dorada para cualquier conferencista, e ir hoy para presentarme como uno de los escritores más brillantes de mi generación, se siente tan excitante como la noche en la que recibí mi Pulitzer.
La lluvia artificial hizo paso, una tibia agua marcó contacto con mi piel, despertando cada uno de mis sentidos y poniéndome en un estado mucho más consciente del ahora. Despertar no es una de mis tareas favoritas, pero tampoco puedo darme el tupé de llegar tarde a éste tipo de eventos, no podría ser hacerlo, e incluso si llegase a tener el estatus de Stephen King, no podría hacerlo.
***
Siete y cuarenta y dos, no paraba de caminar de un lado a otro sobre el frío piso de mármol. Giré sobre mi propio eje, buscando la manera de calmarme, ¿por qué mierda me encontraba tan nervioso? Mis latidos tenía el ritmo de una locomotora a punto de descomponerse. Joder, debía calmarme un poco. No es como si la reina Isabel estuviese allí.
Solté un denso suspiro para poder equilibrar el desorden que era mí respiración en éstos momentos, soy más de palabras escritas que dichas, y eso es a lo que temo. Por eso es inevitable flaquear antes de subir a un escenario, el miedo parase abrazarme a tal punto de no querer soltarme y asfixiarme, sé que puedo hacerlo, siempre me he encargado de hacerle frente a ese pánico sin escrúpulos. Es una batalla interna que termino ganando después de todo, pero hoy ese nivel de temor ha subido a un escalón nunca antes vivido, y eso es realmente aterrador.
Dos golpes secos se hicieron escuchar sobre la madera pulida de color caoba, un subidón de adrenalina recorrió desde mi estómago hasta sentir una vertiente líquido tocar la punta de mi úvula. Tragué en seco para disipar ese malestar y carraspee mi garganta.
Mal día para ser Jasper Volkova.
-Pase.
Articulé la orden casi como un murmuro, me impresiona el hecho de que la persona que se encontraba en el otro lado me escuchó.
-Buenos días, Señor Volkova, el supervisor que está a cargo de éste proyecto quiere asegurarse que estará cinco minutos antes detrás de la tarima.
Asentí pasando mi pañuelo por todo el rostro, estaba sudando como un maldito cerdo.
-Está bien, cuente con ello. Le veré allí.
La mujer de mediana edad de complexión rellena me obsequió una gentil sonrisa, por más que quise devolverle el gesto, mis nervios se encargaron de hacerme girar el rostro, luciendo probablemente como un egoísta de mierda carente de modales.
Tomando mi libro en manos y viendo su gótica portada, recordé lo lejos que he llegado y lo fuerte que he sido en éste largo camino, uno que aún no se ha librado por completo de las espigas de mí pasado.
"Mercurio Retrogrado, el retroceso de los incomprendidos."
Las letras en cursiva, el color negro profundo que rellenaba con ese aire escalofriante a mi obra maestra, un libro que sé que ha tenido la mala suerte de ser leído por personas que le han dado una interpretación equívoca, pero, es el costo de ser un creador, y es que no siempre puedes explicarlo todo, por una razón tan simple como compleja, pierde su esencia.
Con pasos decididos y tragándome toda matiz de inseguridad, me digné a domar esa bestia que se alimentaba de mis miedos y azotándola llevándola a esa cueva muy dentro de mí, esa que estaba tan escondida que en ocasiones a mí se me olvida donde se encuentra.
***
-Aquí está señor Volkova, le ha hecho honor a los suyos. Dicen que los rusos son muy puntuales.
Me obligué a sonreír de un modo bastante forzado, puedo apostar que mi sonrisa parecía más una mueca.
-Sí, ya sabes, es mejor temprano para el té que tarde para las migajas.
Soltó una carcajada que en ese momento se me hizo sumamente irritante para mis oídos, los ingleses y su modesto sentido del humor suele ser bastante mediocre en ocasiones.
-Para nosotros es gratificante tenerlo aquí, muchos de nuestros estudiantes son fanáticos de sus obras.
-El honor es mío, siempre tuve respeto por Cambridge, estar aquí sin duda es un privilegio.
Él asintió y sonrío de costado, adoptando una postura formal e inclinando su cabeza un poco hacia delante, luciendo como un ridículo mayordomo de una película inglesa. Espero terminar rápido con éste martirio, definitivamente los ingleses no son mis personas favoritas, pero, estoy en la cuna de los grandes poetas. Después de todo, no tengo porqué quejarme.
-Bien, ya es hora de que conozca y charle con su público.
Mi aliento se sintió tan pesado al ser exhalado de mis pulmones, pero me las arreglé para lucir lo más pacífico posible. Al rodear el enorme telón azul marino, una ola de aplausos y silbidos de porra se hicieron escuchar, no me gusta tener ningún tipo de interacción con mi público, pero no puedo negar el hecho de que siente como un incremento a mi ego, llena esos vacíos que nadie aun ha tenido el lujo de llenar. Es así como siempre merezco sentirme, alabado.