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El invierno había cubierto Aster con su manto de escarcha. Las tejas de las casas crujían bajo el peso de la nieve, y el viento parecía susurrar historias antiguas entre las ramas desnudas de los árboles. Pero dentro del hogar de Polo, el calor de la chimenea y el aroma a infusión de hojas dulces hacían que el frío se sintiera como algo lejano.
Adelia, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, intentaba hacer levitar cuatro piedras a la vez sin que una terminara golpeándole la frente. Ya había fallado siete veces. Polo, a su lado, fingía no ver sus frustraciones mientras tallaba runas en pequeños pedazos de madera.
-Concentración, Adelia. No estás pelando patatas. Esto es magia, no cocina campesina.
-Oye, pelar patatas también requiere talento -replicó ella, justo antes de que una de las piedras saliera disparada hacia la repisa y derribara una figura de cristal.
Polo alzó la ceja.
-Esa figurilla tenía 300 años. Fue un regalo de una reina elfa.
Adelia parpadeó, pálida.
-¿En serio?
-No. La compré en el mercado por tres monedas. Pero el drama ayuda a aprender.
Ambos rieron, y la tensión desapareció. Era fácil olvidar, en esos momentos, que una oscuridad crecía más allá de los límites del bosque. Fácil fingir que la magia que fluía en ella no era una señal de un destino más grande.
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Aquel día comenzó como cualquier otro: entrenamiento, tareas en la aldea y una competencia de quién podía preparar el peor pan (Polo ganaba con ventaja). Pero a media tarde, mientras Adelia recogía leña cerca del camino sur, algo interrumpió la rutina.
Un estruendo. Un relincho. Y luego, el inconfundible crujido de ruedas frenando en la nieve.
Una carreta.
Se acercó con cautela, sus sentidos de loba atentos. La carreta se había detenido junto al viejo árbol retorcido que marcaba la entrada al bosque. Era tirada por dos caballos grises, y en el asiento, envuelto en una capa oscura, había un hombre. Alto, de piel clara, cabello oscuro y rostro parcialmente cubierto por una bufanda. Sus ojos, sin embargo, eran inconfundibles: azules, intensos, como hielo en calma.
-¿Puedo ayudarte? -preguntó Adelia, manteniendo la mano cerca de una de las dagas que Polo le había dado "por si los forasteros no sabían modales".
El hombre descendió con movimientos elegantes. No parecía herido ni perdido. Más bien... determinado.
-Estoy buscando al maestro Polo. Me dijeron que vive por estos caminos -respondió con voz grave, casi musical.
Ella lo observó con recelo. Algo en él le resultaba... familiar. Pero no de una forma reconfortante.
-Lo encontrarás si sigues este sendero y cruzas el puente de madera -indicó con un gesto.
El hombre asintió, agradecido.
-Gracias, dama.
Dama. Esa palabra la descolocó por un instante. Nadie la llamaba así.
Cuando él se alejó, Adelia permaneció un momento más mirando la carreta. Tenía símbolos grabados en la madera. Símbolos antiguos, de protección, pero también de invocación. Magia de alto nivel. Su lobo interior gruñó suavemente, como advirtiéndole algo.
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Esa noche, Polo la llamó al salón. El visitante estaba sentado junto al fuego, ya sin capa ni bufanda. Llevaba una camisa de lino negro, el cabello peinado hacia atrás y un medallón de plata colgando de su cuello. Al verlo de cerca, Adelia sintió un cosquilleo. No era un lobo. No era humano común. Era algo intermedio.
-Adelia, este es Damián. Un emisario de los guardianes del norte. Viene con noticias importantes.
Ella cruzó los brazos.
-¿Qué tipo de noticias?
Damián la miró fijamente.
-Los portales se están abriendo. Algo... o alguien... está activando los antiguos umbrales. Y no es por accidente.
-¿Qué clase de umbrales?
-Puertas entre mundos. Lugares donde la magia es tan delgada que cualquier ser con suficiente poder puede atravesarlos.
Adelia sintió cómo la habitación parecía estrecharse.
-¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
Damián no respondió al principio. Luego, lentamente, dijo:
-Porque tú llevas dentro de ti la energía para cerrarlos. O para abrirlos todos.
Polo se aclaró la garganta.
-No es una elección sencilla. Por eso, Damián se quedará unos días. Para ayudarnos a entender qué está ocurriendo... y cómo podemos prepararnos.
Adelia no estaba segura si eso le gustaba. Pero no dijo nada. A veces, el instinto de loba le advertía de peligros invisibles. Y Damián, con toda su calma y modales, olía a secretos.
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Los días siguientes fueron incómodos.
Damián se instaló en la habitación de huéspedes, pero pasaba la mayor parte del tiempo observando a Adelia mientras entrenaba. No de forma lasciva o amenazante, sino como si tratara de entender un enigma.
-¿Tienes que mirarme así? -le preguntó una tarde, después de que una de sus esferas mágicas explotara en una nube de humo verde.
-Solo estoy impresionado. Pocos logran generar tanta energía sin entrenamiento formal -respondió él.
-Bueno, también logro quemar sopa. No es tan impresionante.
Él sonrió, apenas. Adelia no quería admitirlo, pero tenía una sonrisa peligrosa. De esas que podrían hacerte olvidar que quizás también es capaz de destruir un reino.
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Una noche, durante la cena, Polo salió para recoger hongos luminescentes, dejando a ambos solos. El silencio era tenso.
-¿Por qué realmente estás aquí? -preguntó Adelia sin rodeos.
Damián bebió un sorbo de té antes de responder.
-Porque el mundo necesita un equilibrio. Y tú eres el centro de ese equilibrio. Hay quienes querrán usar tu poder. Otros, destruirte. Mi tarea es asegurar que puedas decidir sin ser manipulada.
-¿Y tú no intentas manipularme?
-Si quisiera hacerlo, ya lo habrías sentido.
Adelia lo miró fijamente. Su lobo gruñó. Pero no era un gruñido de amenaza. Era... otra cosa. Una vibración extraña, desconocida, que le revolvía el pecho.
-Hay algo en ti que me molesta -murmuró ella.
-¿Mi peinado? -bromeó él con media sonrisa.
-No. Es como si ya te conociera. Pero no sé de dónde.
Damián bajó la mirada.
-Tal vez... de un sueño. O de un recuerdo que aún no ha ocurrido.
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Esa noche, Adelia soñó con una torre en ruinas. En su cima, una figura oscura sostenía un espejo. Dentro del espejo, vio a Damián, cubierto de sangre, luchando contra algo invisible.
-No puedes salvarlos a todos -le dijo la figura, con voz hueca-. Y si lo intentas... te destruirás a ti misma.
Adelia se despertó con un grito ahogado.
Damián ya estaba en la puerta.
-¿Otro sueño? -preguntó, sin sorpresa.
-Estaban... contigo. Y ese espejo. ¿Qué significa?
Él no respondió. Pero sus ojos mostraban miedo. Por primera vez.
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Al amanecer, la nieve comenzaba a derretirse. Y con ello, algo dentro de Adelia también parecía cambiar.
Ya no era solo una chica huyendo de un pasado doloroso. Ahora era el punto de partida de una guerra antigua. Y tenía que decidir si quería ser el arma... o la protectora.
Lo único que sabía con certeza era esto: el visitante inesperado no había llegado por casualidad. Y su presencia lo cambiaba todo.