Eloah: entre la vida y la muerte
img img Eloah: entre la vida y la muerte img Capítulo 3 El despertar
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Capítulo 8 Fantasías img
Capítulo 9 Confía en mí img
Capítulo 10 La cabaña img
Capítulo 11 El Gremio img
Capítulo 12 El lago Caronte img
Capítulo 13 Se busca img
Capítulo 14 El bosque img
Capítulo 15 La manada img
Capítulo 16 Mate img
Capítulo 17 Acéptalo img
Capítulo 18 Es el destino img
Capítulo 19 Elion img
Capítulo 20 Miedos img
Capítulo 21 El día que todo cambió img
Capítulo 22 El Averno img
Capítulo 23 Ellas ya no estaban... img
Capítulo 24 Hora de volver a la realidad img
Capítulo 25 La emboscada img
Capítulo 26 Ira img
Capítulo 27 Lysandre Voss img
Capítulo 28 Te amo, Cor img
Capítulo 29 Harem img
Capítulo 30 Astral img
Capítulo 31 Emperatriz de los muertos img
Capítulo 32 Siente img
Capítulo 33 Atrapado img
Capítulo 34 No la toques img
Capítulo 35 Ayúdame img
Capítulo 36 Viva img
Capítulo 37 La bestia img
Capítulo 38 Escapar img
Capítulo 39 Vuelve a mí img
Capítulo 40 No es un monstruo img
Capítulo 41 Vivo o muerto img
Capítulo 42 Persecución img
Capítulo 43 Atrapada img
Capítulo 44 Volver a sus brazos img
Capítulo 45 Venganza img
Capítulo 46 La reunión img
Capítulo 47 Secuestro img
Capítulo 48 Ritual img
Capítulo 49 Recuerda img
Capítulo 50 La jaula de cristal img
Capítulo 51 La Condena del Demonio img
Capítulo 52 El umbral img
Capítulo 53 La llegada al Averno img
Capítulo 54 La arena del Averno img
Capítulo 55 Prisioneros img
Capítulo 56 Espectros img
Capítulo 57 Estrella de medianoche img
Capítulo 58 Pruebas img
Capítulo 59 El alfa con sed de venganza img
Capítulo 60 Cuando la muerte te alcanza img
Capítulo 61 La obsesión del demonio img
Capítulo 62 Susurros del futuro img
Capítulo 63 Una reina caída img
Capítulo 64 Mi dominio img
Capítulo 65 La prisión img
Capítulo 66 Última pelea img
Capítulo 67 Soy el final img
Capítulo 68 Adiós, Astaroth img
Capítulo 69 Volver a casa... img
Capítulo 70 La leyenda img
Capítulo 71 El cielo img
Capítulo 72 Trampa img
Capítulo 73 El paraíso img
Capítulo 74 Epílogo img
Capítulo 75 Secretos img
Capítulo 76 03:03 img
Capítulo 77 Sangre img
Capítulo 78 No es tu culpa... es el destino img
Capítulo 79 Azrael img
Capítulo 80 ¡Lucha! img
Capítulo 81 Arma img
Capítulo 82 Mi niña img
Capítulo 83 Ya estoy aquí img
Capítulo 84 No lo toques img
Capítulo 85 Él img
Capítulo 86 Adiós img
Capítulo 87 El mensajero img
Capítulo 88 Una luz al final del camino img
Capítulo 89 Tragedia griega img
Capítulo 90 Epílogo img
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Capítulo 3 El despertar

Zeiren

No podía moverme.

No podía hablar.

No podía abrir los ojos.

Estaba atrapado en mi propio cuerpo, sintiendo cada sensación a mi alrededor.

El frío de la mesa debajo de mí fue lo primero que percibí en quién sabe cuánto tiempo.

No era como el frío al que estaba acostumbrado dentro de las profundidades de la ciudad. Este era otro tipo de frío... Algo inerte, algo que no debería estar allí.

Las voces, distantes al principio, como si alguien estuviera hablando al otro lado de una puerta cerrada. Una que no podía abrir.

No estaba solo.

Pude sentirlos antes de escucharlos: un humano, moviéndose cerca de mí con pasos firmes pero contenidos. Olía a desinfectante y a algo más... jabón, tal vez.

Luego, una presencia diferente. Ligera, como el roce de un susurro, pero con una energía constante y tranquila.

Otra más llegó después, inquieta, moviéndose con rapidez a mi alrededor, como un mosquito al que no puedes espantar.

Y entonces llegó ella.

Su presencia me atravesó como una ráfaga de viento, helándome y al mismo tiempo llenándome de una extraña calma. Era imposible ignorarla, imposible no saber quién era.

La muerte había venido a buscarme, y, por primera vez en mi maldita existencia, me sentí... aliviado.

Antes de poder aferrarme a esa sensación de final, algo dentro de mí me arrastró hacia atrás. Un recuerdo.

Había pasado mi vida entera escondiéndome en la ciudad subterránea, el refugio de los que no encajaban en la superficie.

Oscura, húmeda y apestosa, era un laberinto infinito de túneles y cavernas iluminadas apenas por luces rotas o el brillo esporádico de alguna tecnología vieja.

Pero para alguien como yo, no había otro lugar donde pudiera existir.

Siempre había sido cuidadoso.

Siempre.

No dejaba rastro, no llamaba la atención. Caminaba entre las sombras, invisible incluso entre los invisibles. Pero de alguna manera, ellos me encontraron.

Fue en uno de los callejones más profundos, donde los túneles de transporte habían muerto hacía décadas.

Los sentí antes de verlos: esa luz sofocante que parecía quemar incluso en la distancia, un recordatorio de lo que nunca podría ser. Ángeles.

Llegaron sin advertencia, sin palabras, como si ya hubieran decidido que yo no merecía ninguna explicación.

Luché. Como siempre lo hacía. No porque creyera que podía ganar, sino porque la alternativa era simplemente rendirme, y eso no estaba en mi naturaleza.

Mi cuerpo había recibido más golpes de los que podía contar, pero seguía en pie. Cada movimiento era guiado por puro instinto, una fuerza primaria que me empujaba a seguir adelante, pese al dolor que afligía cada fibra de mi ser.

Apenas logré derribar a uno, sentí la hoja de una lanza rozarme el costado. Después, vino el pinchazo. Apenas un instante, como si me hubieran mordido.

-¿Qué...? -intenté preguntar, pero no hubo tiempo.

Mi visión se volvió borrosa, el mundo comenzó a girar y, antes de que pudiera dar otro paso, el aire a mi alrededor cambió.

La superficie.

No sabía cómo había llegado hasta allí. Mi mente era un borrón, mis piernas ya no respondían y mi cuerpo se sentía pesado, como si me hubieran amarrado a una piedra gigante.

Alcancé a ver la luz de un poste en un callejón y pensé: "Es irónico que esta sea la primera vez que estoy realmente en la luz."

Y luego caí.

El presente me golpeó de nuevo, junto con la sensación del bisturí que estuvo a punto de tocarme.

-¡Espere! -gritó una voz femenina, aguda y cargada de urgencia.

Escuché caer el bisturí sobre la bandeja metálica cuando alguien lo soltó.

Por un momento, todo se quedó en silencio. Pude sentir cómo el humano se tensaba. Su respiración era errática.

Pero mi atención se desvió a ella. La otra presencia. La que había reconocido de inmediato. La Parca.

-Siempre arruinando mi diversión, ¿verdad, Cordelia? -dijo, y su voz resonó en mi mente como un eco familiar.

Ella estaba cerca. Pude sentir cómo su energía se extendía por la sala como una manta, pesada pero curiosamente reconfortante. Mi alivio inicial se transformó en algo más. Confusión, tal vez.

¿Por qué no hacía nada?

¿Por qué no terminaba lo que tenía que hacer?

-¿Por qué no lo llevas? -preguntó la chica.

Sonaba como si estuviera más cerca de mí ahora, aunque su tono no era el de alguien asustado. Curiosa, más bien.

-No puedo -respondió la Parca, escuché un atisbo de frustración en su voz-. No todavía.

No pude evitarlo. Por dentro, quise gritarle que lo hiciera. Que acabara con esto. Que no prolongara algo que, para mí, ya estaba decidido.

Pero seguía atrapado en mi propio cuerpo. Incapaz de moverme. Incapaz de hablar.

El silencio que dejó la Parca al irse fue tan pesado como su presencia.

Pero cuando se fue, la calma no llegó.

No para mí.

El eco de sus últimas palabras seguía resonando en mi mente. No todavía. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué no había terminado conmigo?

No entendía. No quería entender.

Entonces, la sentí.

Una mano cálida se posó suavemente sobre mi brazo.

Era un contraste absoluto con todo lo que había experimentado hasta ahora: el frío de la mesa, la oscuridad, la parálisis.

Su toque atravesó mi piel como un rayo, enviando una corriente que pareció encender algo dentro de mí.

Era como si cada célula de mi cuerpo estuviera despertando, una por una, del letargo en el que había estado atrapado.

La calidez se extendió desde mi brazo hasta mi pecho, recorrió mis piernas, y, de repente, sentí el aire volver a llenar mis pulmones, obligándolos a moverse nuevamente.

Abrí los ojos.

Al principio, todo fue borroso, sombras y luces bailando en mis pupilas mientras intentaban ajustarse. Pero entonces la vi.

El gris de sus ojos chocó contra el azul de los míos, y por un instante, el resto del mundo dejó de existir.

Había algo en ellos, algo que iba más allá de su color. Eran inquisitivos, intensos, pero no fríos. No se apartaron de mí, como si buscaran entender algo que no podía comprender.

Y fue en ese momento, en ese pequeño latido suspendido, cuando el impulso me atrapó antes de que pudiera pensarlo.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.

La tomé por los hombros, moviéndome con una velocidad que había heredado de mi padre, esa rapidez sobrenatural que me hacía diferente, que siempre me había marcado como un híbrido.

Antes de que pudiera gritar o resistirse, la giré y la coloqué de espaldas sobre la mesa.

Yo estaba sobre ella, cada fibra de mi ser impulsada por una necesidad primitiva, algo que no podía controlar.

Mi boca encontró la suya con ansias, devorándola como si fuera aire, como si su energía vital fuera lo único que me mantenía en este mundo. Y lo era.

Con cada segundo que pasaba, podía sentir cómo mi cuerpo se curaba, cómo el dolor se desvanecía lentamente, como si sus labios contuvieran el elixir de la vida.

No sabía si era su calor, su esencia, o algo más, pero los dioses sabían que hacía mucho tiempo que no me sentía realmente vivo.

El latido de mi corazón recuperaba su fuerza vital, bombeando sangre y energía a cada célula de mi ser, despertando músculos y sentidos que había creído perdidos para siempre.

"¡Demonios! ¡Maldita sea! Si esto no fuera una cuestión de vida o muerte, me perdería en ella por completo."

-¿Qué carajos...? -murmuró el mosquito a mi alrededor. Pero no podía detenerme. No quería hacerlo.

Y entonces escuché los pasos.

Fuera de la sala, rápidos y contundentes, cada vez más cerca.

La adrenalina se apoderó de mí. No podía quedarme. No podía dejar que me atraparan otra vez.

Me aparté de mi salvadora con un movimiento ágil, como si mi cuerpo ya supiera lo que tenía que hacer.

Por un instante, algo en mí quiso volver, decirle algo, cualquier cosa. Pero no podía. Era demasiado arriesgado.

Mi oportunidad de escapar se desvanecía, pero yo ya no podía pensar en eso.

Lo único que podía recordar era la sensación de sus labios, la calidez que había encendido mi cuerpo.

Y una pregunta se formó en mi mente:

¿Quién era ella?

            
            

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