Capítulo 4 Fóllame más fuerte

Aslán no tardó en hacerse con ello. Su miembro penetró en mí en apenas unos segundos. Lo abracé con las piernas alrededor de su cintura, y luego levanté las piernas para apoyarlas sobre sus hombros. Con cada embestida, no podía evitar susurrar:

- Sí... sí... sí...

Su pene no me parecía demasiado grande, pero la punta golpeaba mi útero con cada empuje, sumiéndome en un estado de éxtasis absoluto. Aslán se esforzaba por introducirse lo más profundo posible. Sin importar cuán fuerte y profundo penetrara, yo solo gemía con aún más fuerza, disfrutando plenamente y sin mostrar rastro alguno de dolor. Por primera vez comprendí que un miembro de tamaño modesto también puede proporcionar un placer inmenso: todo depende de cómo lo maneje el hombre.

Era una escena inolvidable. Yo yacía ante Aslán, él sostenía mis piernas bien abiertas frente a él, y yo me estimulaba el clítoris con la mano, dejando escapar jadeos y susurrando:

- Vamos... otra vez... Fóllame... más fuerte... destrózame... otra vez... más fuerte...

Pareció enloquecer con mis gemidos y mi descaro verbal, pero yo ya no podía contenerme: la "puta" que llevo dentro había salido a la superficie. Apenas sacó su pene de mi interior, Aslán eyaculó de nuevo, y un chorro de semen rebotó en mi vientre, salpicando también mi rostro. Vi su satisfacción reflejada en su mirada, y él se arrodilló para con su boca volver a explorar mi entrepierna.

Apoyé las manos en su cabeza. En cuanto su lengua rozó mi ano y luego acarició mi clítoris, me retorció el cuerpo y corrí hacia otro orgasmo. Apreté con mis piernas su cabeza mientras un temblor sacudía mis muslos. Emití un gemido profundo y quedé tendida sobre el sofá, con las piernas bien abiertas.

Aslán no me miraba: contemplaba a la chica tímida y recatada que acababa de seducir y poseer, la futura empleada de su empresa. No cabía duda en mi mente de que me contrataría: ya me lo había ganado.

Poco a poco, iba recobrando la compostura, y el miedo y la confusión se reflejaban en mis ojos. Recordaba mis propias palabras: "empiézame como a la última puta, destroza mi bollito..."- y mi rostro se volvió de un rojo intenso. Al percatarme de que él examinaba con interés mi zona íntima, explorando cada pliegue húmedo, me ruboricé aún más.

Entonces Aslán esbozó una sonrisa y se sentó a mi lado. Crucé las piernas y me tensé de nuevo, pero él se inclinó y me besó con suavidad en los labios, rozando mi pezón izquierdo con la mano. Jugué un instante con un sobresalto, pero luego, aceptando lo irreversible de lo ocurrido, me relajé y lo abracé con fuerza contra mí.

Tras nuestro alocado "entrevista-sexual", permanecimos en el acogedor rincón para clientes, donde él me sirvió una taza de té, observándome atentamente como si buscara descifrar algo en cada uno de mis gestos. Aslán deslizó su mano sobre la mía y, al sentir su caricia, todo mi interior se removió: sé que lo percibió. Intenté recomponerme, pero sus miradas parecían acercarme a un límite invisible.

- Me gustas, Cristina - dijo, sosteniendo mi mirada. - Veo que tienes potencial, y creo que trabajaremos bien juntos.

En ese instante tuve la impresión de que no hablaba solo del trabajo. Apretando mi mano, alzó la taza de té y agregó sin apartar la vista de mis ojos:

- Después de una velada tan agradable, no dudo de que desempeñarás el puesto a la perfección. Estás contratada.

Las palabras salieron suaves, pero la sensación de estar aún en periodo de prueba no me abandonaba. Él apretó mi palma con suavidad y sentí un latido extraño en el pecho. Asentí, con el corazón dando saltos.

- Hasta luego, Aslán... Karimovich. Que tenga un buen día - balbucí al ponerme de pie, esforzándome por mantener la compostura.

- Una cosa más, Cristina - alzó la ceja, y yo me detuve junto a la puerta. - Aquí todos formamos una gran familia: respeto mutuo y polivalencia. ¿Entendido?

Asentí de nuevo, queriendo grabarlo en mi memoria. Todo me desconcertaba, pero si sus miradas y sus caricias significan lo que creo... estaré dispuesta a todo. Solo pensar que volverá a entrar en mí enciende cada fibra de mi cuerpo. Ante su mirada, sentí un calor indescriptible en mi bajo vientre. Jamás había experimentado algo así con ningún otro hombre.

La sala de espera estaba vacía, como si nunca hubiera existido la entrevista. Justo cuando iba a dar un paso hacia la salida, la secretaria apareció tras un rincón y se detuvo junto a mí.

- Cristina - me dijo con una media sonrisa. - Espero que hayas podido picar algo. Nuestro Aslanchik no te va a soltar tan fácilmente. Vamos al departamento de personal, firmaremos el contrato al instante.

- ¿Tan rápido? - pregunté, sin dar crédito a su prontitud.

- Claro - respondió ella. - Me voy al extranjero, ya tengo la visa lista, - se rió. - No dejo que mi nueva secretaria escape, créeme, al menos por ahora.

- Espera... ¿secretaria? - mi mandíbula casi se soltó de la sorpresa. - Yo vine para el puesto de gerente de ventas...

La secretaria soltó una risita burlona y clavó en mí una mirada pícara.

- Nuestro Aslanchik te habló de flexibilidad, polivalencia y disponibilidad, ¿no? Aquí todo es intercambiable. Acostúmbrate: vienes para un puesto y te colocan en otro.

La seguí por el pasillo, con la respiración aún acelerada y el corazón encogido. ¿Por qué todas huían de él? ¿Qué hace Aslán Karimovich con sus secretarias para que no puedan resistir? ¿O es solo casualidad? ¿O ya ha tenido relaciones con todas las que han venido a entrevista? ¡Ni siquiera puedo preguntar algo así!

- ¿Y... Aslán Karimovich... cómo es en realidad? - pregunté con cautela, aferrándome a la esperanza de que los rumores estuvieran exagerados.

- Oh, es un gran jefe, pero hay una norma: debes estar siempre disponible para él - contestó con total naturalidad, como si hablase de lo más normal del mundo. - Tiene métodos peculiares, pero te acostumbrarás. La primera vez es un shock, luego va bien.

- No lo entiendo... - murmuré, sintiendo un vértigo interno. Tenía mil preguntas, pero ninguna lograba formularse en voz alta.

La secretaria sonrió y me guió más adentro del pasillo. En mi cabeza resonaban fragmentos de reseñas: la empresa parecía seria. Sí, el nombre era raro, pero todo lo demás parecía normal. ¿Por qué ahora todo sonaba tan ambiguo?

- No te preocupes, te acostumbrarás - añadió ella con una sonrisa perversa. - Aslán Karimovich tiene su estilo: a veces le gusta "poner en su sitio" a los empleados... públicamente.

- ¿Cómo es eso? - fruncí el ceño, sintiendo cómo un puño me oprimía el estómago.

- Te lo diré claro: es bastante desagradable - asintió bajando la voz, como si me desvelara un secreto. - Hay acoso, insinuaciones... En fin, un ambiente no apto para sensibles.

- ¿¡Cómo!? - exclamé, notando cómo el miedo se instalaba en mi pecho. -

- Tal cual - sonrió con sorna. - Todas somos mujeres aquí, si no lo habías notado.

- La verdad... no lo había advertido - confesé, con la garganta seca. - Y ahora... ¿esto es real?

La secretaria se encogió de hombros, triunfal, y siguió caminando. Yo la seguí, presa de una mezcla de terror y excitación, sin atinar a comprender qué me aguardaba tras esas puertas. ¿Acaso él hace realmente eso que temo siquiera imaginar?

            
            

COPYRIGHT(©) 2022