La estudiante en la sauna masculina
img img La estudiante en la sauna masculina img Capítulo 5 Mamadas masivas oscuras
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Capítulo 6 Hay una bonificación por el sexo anal genial img
Capítulo 7 Chupar a todos en modo sanguijuela img
Capítulo 8 Habitación con atributos BDSM img
Capítulo 9 Conociendo a un pionero anal img
Capítulo 10 Nos follamos en círculo en una barbacoa img
Capítulo 11 Destellos brillantes durante el sexo anal con un hombre peludo img
Capítulo 12 Atrapado entre dos cuerpos img
Capítulo 13 Dos caucásicos me follaron el culo img
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Capítulo 5 Mamadas masivas oscuras

En las historias porno suelen describir potentes chorros golpeando la garganta. Pero yo no sentí ningún chorro; el esperma simplemente llenó mi boca y percibí su consistencia y sabor.

Reducí el ritmo; mis movimientos se hicieron más suaves. Deslizaba mis labios por el tronco con la boca llena de esperma. Los espasmos del orgasmo comenzaron a amainar, el flujo de esperma cesó y el miembro empezó a encogerse.

El hombre se relajó, su respiración volvió poco a poco a la normalidad. Un par de veces más sumergí en mi boca su órgano ablandado, casi hasta la base.

Después me moví hacia arriba, recogiendo el esperma con un anillo apretado de mis labios. Su glande salió resbalando de mi boca y golpeó su escroto. Yo me enderecé, jugueteé con la lengua en la cavidad de mi boca, probando el fruto de mi trabajo. Luego tragué su esperma de un gran sorbo.

El hombre se levantó en silencio y se marchó. Y yo le agradecí por ello. No vi su rostro, y si lo encontrara en un lugar iluminado, dudo que nos reconocieramos. Me gustaba que nadie intentara hacerse mi amigo, que no se llenaran de declaraciones de amor ni me pusieran motes cariñosos. La verdad es que detesto todo ese sentimentalismo. Simplemente nos dimos placer mutuamente y nos separamos. Mi corazón pertenece a una sola persona, y ese es Iván Pavlóvich. No quiero atarme a nadie más.

En la sauna estaba muy caliente, y sentí una apremiante necesidad de refrescarme y tomar algo, pues en la última hora no tuve nada en la boca más que esperma.

Esa idea me divirtió un poco. Nadando en la piscina, vi a unos hombres conocidos con los que me había encontrado antes y de quienes huyí desde la sauna finlandesa.

Se dirigían al bar para también mojarse la garganta. Salí de la piscina y me sequé con la toalla. Tenía muchas ganas de quedarme desnuda, pero las reglas no escritas de la decencia exigían que aparentara timidez.

Sentada en los altos taburetes junto a la barra, pedí un café con leche. Mi nuevo conocido me preguntó si había logrado follar en todo ese tiempo y si me gustaba ese club sexual.

Asentí y sonreí:

- Sí, lo hice, pero no tuve tiempo de acabarme. Aun así, no pierdo la esperanza.

Luego hablamos de la piscina y de la sauna. Conté que, en general, del club sólo guardaba las mejores impresiones. Realmente podía evocar únicamente emociones positivas.

El personal trataba a los clientes con respeto; todo estaba limpio y olía bien. Las alfombras estaban aspiradas, aunque no eran nuevas. No se pegaba ni un solo resto a los pies desnudos y húmedos. Los pies se mantenían completamente limpios, incluso tras recorrer los tres pisos. Eso dejaba una impresión muy agradable de la sauna en su conjunto. Pero lo más importante era el agua completamente transparente de la piscina y la ausencia total de olor a moho. Se notaba que el agua se filtraba y desinfectaba sin parar. Al parecer, mi jefe se ocupaba muy bien de este lugar. El agua se desinfectaba con lámparas ultravioleta, por lo que no había ese característico olor a cloro de estos locales.

Tras charlar de cosas banales y terminar nuestras bebidas, volvimos a disfrutar de las instalaciones de ese local tan particular. Me dirigí directamente a la sauna turca, ya conocida y comprobada.

Ahora entendía por qué aquel cuarto era el más popular. Siempre estaba lleno de gente. Dejé la toalla colgada al entrar y me adentré en la penumbra del vapor caliente y húmedo.

En la oscuridad se movían siluetas desnudas y, desde el fondo de la sauna, llegaban claros gemidos. Alguna de las chicas succionaba con desesperación; tal vez varias lo hacían al mismo tiempo.

De inmediato quise estar en el centro de aquel nudo de cuerpos desnudos que gemían y succionaban. De solo pensarlo, mi excitación se desbordó y empecé a masturbarme ligeramente mientras me acercaba a aquel sonido seductor. Allí casi no había luz, pero aun así distinguía a hombres de pie o sentados alrededor.

Muchos movían la mano bajo el vientre de manera inequívoca. Al avanzar me esforzaba por rozar con mi trasero a los hombres que se masturbaban.

Junto a un banco apenas distinguí a un hombre de pie. Me di cuenta de que le estaban chupando. Decidí que, apenas terminara, ocuparía el lugar de la chica que lo succionaba: tantearía alguna polla y la llevaría a mi boca. De solo imaginarlo y de escuchar los sonidos de placer, mis agujeros se contraían de forma espantosa y se me humedecía la vulva. Mis pezones estaban duros como la piedra y mi clítoris palpitaba. Lo acariciaba suavemente con los dedos.

De pronto sentí que una mano tocaba mi entrepierna. Aparté mi mano y arqueé más el trasero. Pronto la mano del desconocido empezó a explorarme con mayor agresividad, y la otra mano olisqueaba mi nalga. Yo, por mi parte, para ocupar mi mano, intentaba localizar alguna polla.

Con el rabillo del ojo vi una silueta oscura bajar hacia mis piernas y alguien empezó a acariciarme con la lengua el capullo, cálido, resbaladizo, y suave. La lengua se deslizaba por mi clítoris, rozando mis labios menores, y luego penetraba en mi interior.

Alguien me estaba relamiendo. Las sensaciones eran indescriptibles. Se nos unió otro hombre y su polla quedó junto a mí. Extendí la mano y comencé a deslizarlo con la palma.

Se acercó una de las chicas y empezó a chupar al hombre que me lamía. Él quedó extasiado, pero dejó de acariciarme. Aprovechando que mi partenaire estaba ocupado, me aparté y me senté en el banco donde hacía un momento alguien había chupado.

Tras un rato, extendí la mano en la oscuridad y tanteé el muslo de alguien. Deslicé toda mi palma desde el muslo hasta el vientre y bajé hasta el pubis. Hasta que mi palma dio con una polla rodeada de un vello cuidado.

Aquel hombre no me hizo rogar. Se giró y se acercó pegado a mí. Debo decir que en la sauna solo se escuchaban suspiros y gemidos de hombres al borde del orgasmo.

Nadie hablaba, nadie gritaba insultos ni frases famosas del porno. Y en ese silencio, oía claramente el murmullo de la sangre bombeada por mi corazón.

Por la elevada temperatura y mi estado de excitación extrema, me vibraban los oídos. El hombre que se acercó rozó mi labios con el glande y se detuvo. Abrí la boca, incliné un poco la cabeza y sumergí su polla en mi boca.

El miembro era pequeño y me resultaba muy cómodo chuparlo. Gracias a sus modestas dimensiones, mis labios bajaban sin esfuerzo hasta la base, hasta topar con el pubis.

La polla no me incomodaba ni siquiera estando entera en mi boca. Lo que siguió ya lo he descrito antes: lo chupé hasta que mi boca se llenó de esperma. Succioné hasta la última gota y luego la tragué.

Al lugar del hombre que había vaciado sus testículos en mi boca llegaba otro. La polla blanda y resbaladiza de esperma era reemplazada por otra nueva, firme.

El sabor de un esperma apenas se diferenciaba del otro. Un hombre incluso se las arregló para ponerse a cuatro patas entre él y yo, y relamerme. Pero como yo estaba ocupada y concentrada en otro, y la postura era incómoda, no pudo llevarme al orgasmo; tras un rato abandonó su empeño y se desvaneció. En total conté ocho orgasmos completos en mi boca. Ya notaba cómo mi estómago rugía, tratando de digerir lo que le estaba dando de comer.

También me lamían, pero no conseguí acabar. Siempre faltaba tiempo para ello.

Como el tiempo volaba cuando uno disfruta, llegó el momento de irme; mi turno había acabado. Además, me había sobrecalentado bastante en la sauna.

Al fin, me llevé yo misma al orgasmo. Di un último chapuzón en la piscina, luego me sequé y me fui al vestuario. Allí cogí de mi taquilla la solución antiséptica que había preparado y me dirigí al baño para enjuagarme la boca y los órganos genitales.

Era una especie de prevención contra posibles enfermedades de transmisión sexual.

                         

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