"Isabela, ¿a dónde crees que vas?", preguntó Javier, bloqueando el estrecho sendero con su caballo.
Un alivio momentáneo me inundó. Era Javier. Él me escucharía.
"Javier, gracias a Dios. Tienes que volver. ¡Los Sombras vienen! Mateo se llevó a todos los hombres."
Pero él no se movió. Su mirada era fría, llena de una lealtad equivocada.
"El capitán me advirtió que intentarías algo como esto. Dijo que los celos te estaban volviendo loca, que estabas inventando historias para arruinar su viaje."
"¡No son celos, es la verdad!", grité, la desesperación arañando mi garganta. "¿Crees que arriesgaría a mi hijo en este camino por una rabieta? ¡Conoces a mi padre, Javier! ¿Crees que yo jugaría con la seguridad del pueblo?"
Por un segundo, vi la duda en sus ojos. Conocía a mi padre. Había servido bajo su mando antes de que Mateo tomara el control. Pero entonces, su rostro se endureció de nuevo.
"Mateo es el capitán ahora. Y él me dio una orden. Dijo que si te encontraba, debía asegurarme de que no causaras más problemas."
Se bajó del caballo. Tenía una cuerda en la mano.
"Javier, no. Por favor", supliqué, mientras Rocinante retrocedía nerviosamente. "Tu madre, tu esposa... están en el pueblo. Desprotegidas."
"Estarán bien. Mateo dijo que solo es un festival. Volverán al anochecer."
Se acercó. Intenté hacer que Rocinante se diera la vuelta, pero el camino era demasiado estrecho. Javier me agarró de las riendas. Luego, me tomó del brazo.
Luché. Lo golpeé, lo arañé, pero él era demasiado fuerte. Me bajó de la mula a la fuerza. Caí de rodillas en el barro.
Con una eficiencia fría y practicada, me ató las manos a la espalda. La cuerda áspera se clavó en mi piel.
"Lo siento, Isabela. Son órdenes."
Me subió a la grupa de su caballo, sentada de lado como un fardo. Me llevó de vuelta al pueblo. La gente que me vio pasar desvió la mirada, confundida y asustada. Nadie se atrevió a desafiar al segundo al mando de la guardia.
No me llevó a mi casa. Me llevó a la farmacia. Mi farmacia. El lugar donde sanaba a la gente.
Me empujó dentro y cerró la puerta con llave desde fuera.
"Te quedarás aquí hasta que el capitán regrese. Es por tu propio bien."
Escuché sus pasos alejarse. Me quedé sola, atada, en la penumbra de mi propia tienda, rodeada de medicinas que no podían curar la estupidez ni la traición.
Desde la pequeña ventana, vi a Sofía llevando a las aterrorizadas mujeres y niños hacia la iglesia. Sus miradas se encontraron con la mía por un instante. Vi su impotencia, su miedo.
Luego, el silencio cayó sobre el pueblo. Un silencio pesado, expectante. El silencio antes de la masacre.