Estaba sentada junto a la cama de Mateo, observando el lento subir y bajar de su pecho, cuando ellos volvieron.
Ricardo y Camila entraron en la habitación sin llamar. La enfermera jefe intentó detenerlos, pero la mirada de Ricardo bastó para que retrocediera.
"Vinimos a ver cómo sigue el inválido," dijo Ricardo con una sonrisa burlona.
Camila se quedó detrás, mirando sus uñas perfectamente cuidadas.
Ricardo se acercó a la cama, mirando a Mateo con desprecio.
"Una pena. Tantos sueños, tantos planos. Ahora solo podrá dibujar con la boca, si tiene suerte."
Me levanté, interponiéndome entre él y mi hermano.
"Fuera de aquí."
Ricardo se rio. Metió la mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes arrugados. La "compensación".
Me los arrojó a la cara.
Los billetes se esparcieron, algunos cayendo sobre la cama de Mateo, otros revoloteando hasta el suelo como hojas muertas.
"Para que le compres unas flores," dijo. "O quizás una silla de ruedas más bonita. A Camila y a mí nos gusta ser generosos."
La humillación era un fuego que me quemaba por dentro. No dije nada. Solo los miré, grabando sus rostros en mi memoria.
"Vámonos, amor," dijo Camila, tirando del brazo de Ricardo. "Este lugar me deprime."
Salieron de la habitación, dejándome sola con el dinero de la sangre de mi hermano esparcido por el suelo.
Al día siguiente, fui a la comisaría.
El comandante Héctor, un hombre corpulento con una mirada evasiva, me recibió en su despacho. Era primo de Ricardo. Todo el mundo lo sabía.
Le conté todo. El ataque, los testigos que ahora tenían miedo de hablar, la "compensación", la traición de Camila.
Héctor escuchó, tamborileando los dedos sobre su escritorio.
Cuando terminé, suspiró.
"Señorita," dijo con falsa compasión. "Entiendo su dolor. Pero aquí tengo un acuerdo firmado. Su hermano tuvo un accidente laboral. La prometida, la señora Camila, aceptó los términos. Legalmente, no hay nada que hacer."
"¡Fue un intento de asesinato!", exclamé, mi voz subiendo de tono.
"Son acusaciones muy graves," dijo, endureciendo su expresión. "Usted está alterada. Le aconsejo que se vaya a casa, cuide de su hermano y use ese dinero para su tratamiento. No busque problemas donde no los hay."
Archivó mi denuncia frente a mí, en una carpeta que sabía que nunca más se abriría.
"El caso está cerrado."
Salí de la comisaría sabiendo que la ley no estaba de mi lado. La ley pertenecía a los que podían comprarla.