Desperté en una habitación de hotel desconocida. La luz del sol se filtraba por las cortinas. Estaba sola.
La vergüenza me golpeó como una ola. ¿Qué había hecho?
Me vestí a toda prisa, encontrando mi reloj en la mesita de noche. El hombre no lo había cogido.
Huí de allí como una ladrona.
Cuando llegué a la finca, el coche de Santiago estaba aparcado fuera. Mi corazón se detuvo.
Entré en la casa y él estaba allí, esperándome en el salón. Llevaba la misma ropa de la noche anterior.
Y tenía marcas de besos en el cuello. Rojas y evidentes. La marca de Valeria.
"¿Dónde has estado?", preguntó, su voz era fría.
"No es asunto tuyo", respondí, intentando pasar de largo.
Me agarró del brazo. Su toque me quemó.
"¿Jugando a hacerte la difícil, Isabela? Anoche me rechazas, desapareces toda la noche... ¿Qué táctica es esa?"
Me reí, un sonido amargo y hueco.
"No es ninguna táctica, Santiago. Simplemente ya no me interesas".
Me miró como si me hubiera vuelto loca.
"Bien", dijo, soltándome bruscamente. "Mejor así. Porque voy a casarme con Valeria. Anoche me di cuenta de que es a ella a quien quiero. Así que deja tus juegos".
El dolor era familiar, un eco de mi vida pasada. Pero esta vez, también había alivio. Estaba libre.
"Felicidades", dije, y esta vez mi voz fue firme. "Espero que seáis muy felices".
Su expresión de suficiencia vaciló, reemplazada por la confusión.
Justo en ese momento, mi hermano Javier entró en la casa.
"¡Isa! ¿Dónde estabas?", se detuvo en seco al ver a Santiago. "¿Y tú qué haces aquí tan temprano? ¿No deberías estar agradeciéndome?"
Javier miró de Santiago a mí, su sonrisa desapareciendo al ver la tensión.
"¿Qué pasa aquí? ¿No funcionó mi plan?"
Santiago lo miró con desdén. "Tu hermana tiene otros planes. Y yo también. Me caso con Valeria".
Javier se quedó boquiabierto. Se giró hacia mí, furioso.
"¿Qué has hecho, Isa? ¡Te di la oportunidad perfecta!"
"Una oportunidad que no pedí", respondí, agotada. "Se acabó, Javier. No quiero a Santiago".
Me di la vuelta para irme, pero la voz de Javier me detuvo.
"Espera un momento", dijo, sus ojos entrecerrados, fijos en mi cuello. "¿Qué es eso?"
Bajé la mirada. En la piel pálida de mi clavícula, había una marca oscura. Un chupetón. Un recuerdo de mi noche con el desconocido del club.
Santiago también lo vio. Su cara se contrajo en una mueca de asco y rabia.
"Así que es eso", siseó. "Mientras yo estaba con Valeria, tú estabas revolcándote con otro. Eres increíble, Isabela".
No dije nada. Dejé que pensara lo que quisiera. Su opinión ya no me importaba.