Mi nombre es Leon Castillo, y hasta hace unas horas, era el orgulloso dueño de un imperio de tequila valorado en millones de dólares.
Un imperio que construí con mis propias manos, a partir del pequeño y casi en bancarrota negocio de mi abuelo.
Ahora, estoy arrodillado en el suelo de la Plaza de los Mariachis, con el rostro de mi prometida, Sylvia, contraído por el asco.
"Leon," su voz es fría, "le darás la destilería a Máximo. Es lo menos que puedes hacer."
Máximo Chavez, un músico callejero sucio y andrajoso, sonríe con suficiencia a mi lado, apestando a alcohol barato y sudor.
Mis padres, Blakely y Larson Castillo, asienten con la cabeza, con una devoción fanática en sus ojos.
"Es lo correcto, hijo," dice mi padre, "Máximo se lo merece todo."
Hace apenas una hora, estábamos celebrando mi compromiso con Sylvia. Mis padres me abrazaban, diciendo lo orgullosos que estaban. Sylvia me besaba, planeando nuestro futuro.
Entonces apareció Máximo.
Se acercó a mis padres, les susurró algo al oído, y en un instante, veinte años de amor y afecto se desvanecieron.
Me exigieron que le entregara mi compañía, todo por lo que había trabajado.
Cuando me negué, la pesadilla comenzó.
En mi vida anterior, esa negativa me costó todo. Me drogaron, me entregaron a un gángster sádico en un pueblo remoto. Me rompieron las piernas y me torturaron durante tres años hasta que mi cuerpo finalmente se rindió.
Morí solo, en la miseria, mientras mis padres y mi prometida celebraban con el hombre que me lo había arrebatado todo.
Pero esta vez es diferente.
He renacido. He vuelto al momento exacto en que todo se fue al infierno.
Y esta vez, no cometeré el mismo error.
"Está bien," digo, levantando la vista hacia ellos, forzando una sonrisa sumisa. "Se la daré. Tienen razón. Es lo correcto."
La sorpresa cruza sus rostros, seguida de una satisfacción cruel.
Necesito ganar tiempo. Necesito saber qué palabras tienen el poder de destruir una vida. Y luego, necesito escapar.