Mi Familia Quiso Matarme
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Capítulo 3

Desperté con el cuerpo dolorido y la cabeza a punto de estallar. Estaba atado, con las muñecas y los tobillos fuertemente sujetos a un poste de madera en el centro de la plaza del pueblo. El sol de la mañana me daba de lleno en la cara.

Mi brazo herido ardía, el veneno extendiéndose lentamente por mis venas, nublando mis pensamientos.

A mi alrededor, se había congregado una multitud. Los vecinos, la gente con la que crecí, me miraban con una mezcla de miedo y odio. Iván estaba de pie frente a ellos, sobre un improvisado escenario, con un bidón de gasolina a sus pies.

"¡Este hombre!", gritaba, señalándome. "¡Este fantasma es Máximo Castillo! ¡Un traidor del cártel que ha vuelto de entre los muertos para traer la guerra a nuestro hogar! ¡Sus enemigos vendrán a por él, y nos arrastrarán a todos!".

La gente murmuraba, asustada. El miedo era un arma poderosa, e Iván la manejaba con maestría.

"¡Nos abandonó! ¡Y ahora vuelve para ponernos en peligro! ¡Debemos purificar nuestro pueblo de esta plaga!", continuó, su voz alcanzando un tono febril.

Empezaron a arrojarme cosas. Primero fueron insultos, luego piedras pequeñas y basura. Una fruta podrida me golpeó en la cara. No sentí el impacto, solo la humillación. Miré a la multitud, buscando un rostro amigo, pero solo encontré el reflejo del miedo que Iván había sembrado.

Mis padres y Luciana estaban en primera fila. Luciana no me miraba, mantenía la vista fija en el suelo, protegiendo su vientre. Mi padre asentía con aprobación a cada palabra de Iván. Mi madre lloraba, pero sus lágrimas no eran por mí.

Iván tomó una antorcha encendida de manos de uno de los sicarios de Ramírez. Se acercó a mí, su rostro iluminado por las llamas danzantes. Una sonrisa torcida jugaba en sus labios.

"Hermano, debiste elegir la bala", susurró, su aliento apestando a licor barato. "Ahora morirás como la basura que siempre fuiste. Y yo seré el salvador que protegió a este pueblo".

Levantó la antorcha, listo para prender la gasolina que habían rociado a mis pies. La multitud guardó silencio, conteniendo la respiración. Cerré los ojos, esperando el final.

                         

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