Cicatrices del Pasado: Mi Segunda Vida
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Capítulo 1

El aire de la finca Castillo olía a tierra húmeda y a vino fermentado, un aroma que siempre había considerado mi hogar, pero que ahora se sentía como el preludio de una tumba.

Acababa de dar a luz a mis gemelos, un niño y una niña, pero no había alegría en mi corazón, solo un frío que me calaba hasta los huesos.

Máximo Castillo, mi esposo, el hombre que una vez me juró amor eterno bajo los olivos de esta misma tierra, estaba a punto de repetir la ceremonia que me había destruido.

En mi vida pasada, esta ceremonia me costó todo.

Máximo, cegado por su amor hacia su amante, Luciana Hewitt, ideó un cruel ritual para legitimar al hijo de ella. Reunió a todos los recién nacidos de la finca, los míos y los de sus otras mujeres, y los colocó frente a una selección de sarmientos de vid. El niño que agarrara el sarmiento de la cepa más antigua sería declarado el "Primer Heredero".

Mi tío, un alto mando de la Guardia Civil y aliado político de los Castillo, movió sus hilos en secreto. Quería proteger mi posición y aseguró que mi hijo, mi pequeño Mateo, fuera el elegido.

El resultado fue una catástrofe. Luciana, con su hijo en brazos, se arrodilló toda la noche en la bodega, suplicando a Máximo. El bebé murió de frío y ella se ahorcó con una cuerda de esparto.

Máximo me culpó. Su dolor se convirtió en una furia demencial.

"¡Tú y tu maldita envidia mataron a mi Luciana y a mi hijo! ¡No mereces ser la señora de esta casa!", me gritó, con los ojos inyectados en sangre.

Luego, me arrastró junto a mis gemelos al cercado de entrenamiento de los toros de lidia. Vi cómo un toro bravo, una bestia criada para matar, nos embestía una y otra vez. Morí escuchando los gritos de mis hijos y las maldiciones de mi esposo.

Pero ahora, he vuelto. He renacido en el mismo día, con el dolor del parto aún recorriendo mi cuerpo y el recuerdo de la muerte grabado en mi alma.

Esta vez, no lucharé por el honor ni por un amor que nunca fue mío.

Miro a mis hijos, tan pequeños y frágiles. No volverán a morir por la estupidez de su padre.

"Prepara a los niños", le ordeno a la sirvienta, mi voz es un susurro ronco. "Vamos al patio. La ceremonia va a empezar".

La sirvienta me mira con lástima. Sabe lo que significa esta ceremonia: una humillación pública para la esposa legítima.

Cuando llego al patio, las otras mujeres que acaban de dar a luz ya están allí, sentadas en simples sillas de madera, pálidas y agotadas. El contraste es brutal cuando aparecen Máximo y Luciana.

Ella va en un palanquín de lujo, cubierta con mantas de cachemira, con el rostro sonrosado y atendido. Parece una reina visitando a sus súbditos más pobres.

Máximo ni siquiera me mira. Se dirige a la multitud.

"Annabel ha sido una administradora negligente. Miren cómo las tiene, apenas recuperadas del parto y expuestas al frío".

Con un gesto brusco, me arranca el mantón de lana de los hombros y se lo entrega a una de las otras mujeres. El aire frío de la mañana me golpea la piel. No siento nada.

La ceremonia comienza. Los bebés son colocados en sus cunas. Los sarmientos están listos.

Esta vez, no hay intervención de mi tío. Me adelanto, y con un movimiento rápido que nadie nota, cambio el sarmiento que está frente a la cuna de mi hijo por el que tiene delante el de Luciana.

Nadie se da cuenta.

El niño de Luciana, como estaba predestinado, agarra el sarmiento de la cepa "Gran Reserva".

Máximo estalla en júbilo. Levanta al niño en brazos y lo besa.

"¡Este es mi verdadero heredero! ¡El heredero de la Finca Castillo!"

Luego, mira a Luciana con una devoción que a mí nunca me dedicó.

"Pronto, mi amor, serás la única señora de esta casa. Te lo prometo".

El patio queda en silencio. Las otras mujeres me miran, algunas con pena, otras con desprecio. Yo mantengo la cabeza alta.

Cuando la celebración está en su punto más alto, me arrodillo frente a Máximo.

"Máximo Castillo", digo, con la voz clara y firme. "Te felicito por tu heredero. Ahora, te pido que me concedas el divorcio. Deseo tomar a mis hijos y abandonar esta finca para siempre".

El silencio se vuelve pesado. Máximo me mira, su alegría transformada en una furia helada. Piensa que es otra de mis artimañas para llamar la atención.

No sabe que esta vez, mi petición es lo único real que queda entre nosotros.

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