El aire de la Feria de Abril todavía olía a azahar y a vino manzanilla cuando Máximo me pidió que nos casáramos, justo allí, bajo un cielo lleno de fuegos artificiales.
Yo, Lina García, una repostera con las manos siempre manchadas de harina, le dije que sí.
Una semana después, estábamos en la cena familiar oficial. Su madre, una viuda de mirada fría y dueña de media docena de pisos en el centro, me entregó una tarjeta de débito.
"Para que te compres algo bonito, que se note que entras en la familia Castillo", dijo con una voz que pretendía ser amable, pero que sonaba a orden. "Ahí tienes 20.000 euros, una ayudita para el ajuar y la boda".
Mis padres, jubilados y de clase trabajadora, casi se ahogan con el vino. Miraban a la madre de Máximo como si fuera una santa. Para ellos, que su hija se casara con un "Castillo" era tocar el cielo.
Máximo me sonrió, apretándome la mano bajo la mesa. Parecía el hombre perfecto.
Pero yo ya había notado cosas. Pequeños detalles. Su forma de calcular la cuenta al céntimo, su molestia si pedía el postre más caro, las llamadas constantes de su madre que él siempre contestaba con un "sí, mamá".
Lo ignoré. Pensé que era amor.
Con la tarjeta en el bolso y mi mejor amiga Sylvia a mi lado, entré en la tienda de vestidos de novia más prestigiosa de la Calle Sierpes. Sylvia, abogada, práctica y directa, me miraba con escepticismo.
"¿20.000 euros? ¿Así, sin más?", me preguntó mientras yo me probaba un vestido de alta costura que parecía sacado de un sueño.
"Es una tradición", le respondí, aunque ni yo misma me lo creía del todo.
El vestido era perfecto. Fui al mostrador para dejar la paga y señal, 2.500 euros.
"Lo siento, señorita. Fondos insuficientes".
La dependienta lo dijo en voz baja, pero en el silencio de la tienda, sus palabras sonaron como un trueno. Sentí cómo la sangre se me iba de la cara. Sylvia me agarró del brazo.
"Debe ser un error del banco", dije con la voz temblorosa, intentando mantener la compostura.
Salimos de allí. Fui directa al cajero más cercano. Metí la tarjeta, tecleé el PIN.
Saldo disponible: 500 euros.
Quinientos. No diecinueve mil quinientos. Quinientos.
Los 19.500 euros restantes habían desaparecido.