Engaño Mortal: La Venganza de Luna
img img Engaño Mortal: La Venganza de Luna img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Salí de la sala principal, dejando atrás un silencio cargado de conmoción y desprecio. Caminé por los pasillos de la hacienda, los mismos pasillos que una vez consideré mi hogar. Ahora se sentían como una jaula.

En mi habitación, abrí el joyero. Dentro, junto a mis anillos y collares, había una pequeña piedra de aguamarina, pulida y brillante. Ricardo me la había regalado en nuestro primer aniversario.

"Es del color de tus ojos, Luna," me había dicho. "Clara y profunda como el mar."

Tomé la piedra en mi mano. Se sentía fría, sin vida. Como el amor que una vez representó. ¿Alguna vez fue real? ¿O siempre fui solo una pieza en su juego de poder, una esposa conveniente con una hermana más deseable a la que podía acceder fácilmente?

El dolor era un nudo amargo en mi garganta. Pero no lloré. Había derramado suficientes lágrimas en mi vida pasada para llenar un océano. Ahora, solo sentía una determinación helada.

La puerta se abrió de golpe. Eran Ricardo y Estrella.

"Luna, tienes que detener esta locura," dijo Ricardo, su tono era una mezcla de frustración y orden. Ya estaba actuando como el jefe.

Estrella se paró a su lado, sus ojos rojos e hinchados.

"Hermana, ¿cómo puedes hacernos esto? ¿Hacerle esto a la memoria de... de mi esposo?" Su voz se quebró en la última palabra. "La gente está hablando. Dicen que nunca lo amaste. Que eres una mujer fría y sin corazón."

Me reí, un sonido seco y sin alegría.

"¿Y qué te importa lo que diga la gente, Estrella? Tú tienes a tu protector, ¿no es así?" Dije, mirando directamente a Ricardo.

La cara de Ricardo se endureció. "Basta, Luna. Estás actuando como una niña. Piensa en la familia. Piensa en el honor."

"Estoy pensando en mi honor," repliqué, mi voz cortante. "Y mi honor dicta que no seré la viuda compadecida que se esconde en un rincón. Seguiré adelante."

Apreté la piedra de aguamarina en mi puño y salí de la habitación, dejándolos solos con su indignación hipócrita.

Esa noche, durante la cena, la tensión era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Todos los capitanes importantes del cártel estaban presentes, rindiendo sus respetos. Don Fernando presidía la mesa, un rey de luto.

Sabía que era mi única oportunidad.

Me puse de pie. Todas las conversaciones cesaron. Todos los ojos se posaron en mí.

"Como todos saben," comencé, mi voz resonando en el comedor, "he decidido volver a casarme, según nuestras antiguas tradiciones, para asegurar la protección y el linaje de esta familia."

Ricardo me miró con furia contenida. La Doña parecía que iba a explotar.

"Para ello, necesito un esposo. Un hombre de esta familia, leal y fuerte." Hice una pausa, recorriendo con la mirada los rostros de los hombres sentados a la mesa. Capitanes, sicarios, primos lejanos. Todos apartaron la vista, incómodos. Nadie quería casarse con la viuda "infiel". Nadie quería ofender al nuevo poder, a Ricardo.

El silencio se alargó, pesado y humillante. Pude ver la sonrisa de suficiencia en el rostro de Estrella. Pensaba que había perdido.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza. ¿Y si mi plan fallaba? ¿Y si nadie se atrevía?

Sentí una oleada de desesperación. Mi mirada recorrió la habitación una última vez, buscando una sola señal de apoyo.

Y entonces lo vi.

Sentado en una mesa en el rincón más alejado, apartado de los demás, estaba El Coyote.

Era el sicario más temido del cártel, un hombre conocido por su brutalidad y su eficiencia silenciosa. Nadie sabía su verdadero nombre. Siempre estaba solo, una sombra letal. Su rostro estaba marcado por una vieja cicatriz que le cruzaba la ceja, y sus ojos eran oscuros e inescrutables.

Nuestras miradas se encontraron. No había lástima en sus ojos, ni juicio. Solo una calma inquietante.

Tomando una respiración profunda, jugué mi última carta.

"¿Hay algún hombre aquí que me tome como su esposa?" pregunté, mi voz apuntando directamente a la oscuridad donde él se sentaba.

El silencio fue aún más profundo. Todos contuvieron la respiración.

Entonces, para el asombro de todos, El Coyote se puso de pie. Su silla raspó el suelo, el único sonido en la habitación. Caminó hacia adelante, sus pasos lentos y deliberados. No miró a nadie más que a mí.

Se detuvo frente a mí, su presencia imponente eclipsando a todos los demás.

"Yo," dijo, su voz grave y rasposa, como piedras rozando. "Yo me caso contigo, Luna."

            
            

COPYRIGHT(©) 2022