Recetas Robadas, Amor Traicionado
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Capítulo 4

Esa noche, mientras deshacía la maleta en la habitación de invitados, mis manos tropezaron con una pequeña caja de terciopelo. Dentro estaba el primer regalo que Marco me había dado: un frasco de perfume francés, carísimo. Lo abrí y el aroma llenó el pequeño cuarto. Era el perfume que usé en nuestra primera cita. Un recuerdo que antes atesoraba y ahora me sabía a cenizas.

Al intentar colocarlo en el pequeño tocador, mis dedos temblorosos lo soltaron. El frasco cayó al suelo y se hizo añicos, esparciendo el líquido y los cristales por todas partes. El olor se volvió abrumador, casi sofocante.

Justo en ese momento, Marco abrió la puerta. Vio el desastre en el suelo y frunció el ceño.

"¿Qué pasó? ¿Qué es ese olor?", preguntó, con un tono de fastidio.

"Se me cayó", respondí, agachándome para recoger los trozos más grandes. "Lo siento".

En mi vida pasada, él se habría preocupado. Me habría ayudado a limpiar, diciendo que no importaba, que me compraría otro. Pero el Marco de ahora, el verdadero Marco, solo se encogió de hombros.

"Bueno, ten más cuidado. Ese perfume era caro", dijo, y sin más, cerró la puerta.

Me quedé allí, de rodillas, rodeada de los fragmentos de un recuerdo roto. Pero en lugar de lágrimas, sentí una extraña paz. El símbolo de nuestro principio se había hecho pedazos, y con él, la última pizca de sentimentalismo que pudiera quedarme. Recogí los cristales con cuidado, los envolví en un periódico y los tiré a la basura. Limpié el perfume del suelo hasta que el olor desapareció. Era hora de limpiar mi vida de la misma manera.

Más tarde, Marco entró de nuevo en mi habitación. Esta vez, su actitud era diferente. Se sentó a mi lado en la cama y me rodeó con sus brazos.

"Siento lo de antes, mi amor", susurró cerca de mi oído. "He estado muy tenso con todo lo del restaurante. No quise ser grosero".

No respondí. Me quedé rígida en su abrazo.

Sacó una pequeña caja de su bolsillo. No era de terciopelo, sino de cartón. "Te traje algo".

La abrió. Dentro había un frasco de crema. "Se llama Bálsamo de Jade. Dicen que es maravillosa para la piel, quita cualquier cicatriz o imperfección. Ricardo me la recomendó".

Claro que lo hizo. En mi vida pasada, Ricardo se la regalaba constantemente a Marco. Era su crema favorita. Ahora, Marco me la daba a mí, como una limosna, un gesto vacío para mantener la farsa.

"Gracias", dije, tomando el frasco. Mi voz sonó monótona, sin emoción.

"Úsala, quiero que siempre te veas perfecta para mí", dijo, besando mi mejilla. "Buenas noches, descansa".

Se fue, dejándome con el bálsamo en la mano. Lo abrí. Olía a hierbas y a mentira. Lo dejé sobre el tocador, sin intención de usarlo jamás. Me tumbé en la cama y miré el techo. La cirugía era en una semana. Después de eso, un mes de recuperación. Un mes para planear mi salida definitiva. Solo tenía que aguantar un poco más.

Los días siguientes fueron una tortura silenciosa. Marco y Ricardo apenas disimulaban su relación. Se reían de chistes que yo no entendía, se iban juntos a "reuniones" de las que volvían muy tarde, olían al mismo perfume. Yo me convertí en una espectadora silenciosa, una presencia fantasmal en mi propia casa.

Una noche, estaba a punto de dormirme cuando un grito agudo me despertó.

"¡AHHH! ¡UNA SERPIENTE!".

Era la voz de Ricardo, proveniente de la habitación principal.

Salté de la cama y corrí hacia allá. Marco ya estaba de pie, con cara de pánico. Ricardo estaba subido en la cama, señalando temblorosamente hacia una esquina oscura del cuarto.

"¡Allí! ¡La vi! ¡Se metió debajo del armario!", gritaba, con lágrimas en los ojos.

La escena era tan ridícula, tan teatral, que casi me echo a reír. Pero mantuve la compostura. Esto era una trampa. Y yo sabía exactamente para quién estaba montada.

                         

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