En un instante, la memoria me golpeó con la fuerza de un tren.
Estaba en el pequeño estudio que había improvisado en mi habitación, la noche antes de la audición final para la beca. Había trabajado durante meses en mi portafolio, una colección inspirada en la arquitectura de Luis Barragán, llena de colores vibrantes y líneas audaces. Era la obra de mi vida.
Laura entró con dos tazas humeantes.
-Te traje tu té de manzanilla con miel -dijo, con su sonrisa de siempre-. Para que te relajes. Has estado trabajando demasiado.
Confié en ella. Era mi mejor amiga. Bebí el té mientras le daba los últimos toques a mi presentación. Pero a la mañana siguiente, cuando me desperté, mis manos temblaban incontrolablemente. Un temblor violento que me impedía sostener un lápiz, y mucho menos manejar las delicadas telas de mi proyecto final. En la audición, mi presentación fue un desastre. Mis manos no me obedecían, mi voz temblaba, las telas se me caían. Los jueces me miraron con lástima.
Laura, que también competía, presentó una colección sospechosamente similar a la mía, pero ejecutada con una calma impecable. Ganó la beca. Más tarde, vi a Carlos esperándola afuera, y la forma en que la besó no dejaba lugar a dudas. Me lo habían quitado todo, juntos. El té no era para relajarme, estaba adulterado.
Ahora, en este salón de clases, el recuerdo de esa traición se sentía tan real como la madera del pupitre bajo mis dedos. Carlos y Laura. No solo me habían robado el futuro, se habían burlado de mi confianza más profunda. Eran crueles.
Pero también eran estúpidos.
Su arrogancia era su mayor debilidad. Creían que, por tener los recuerdos del futuro, la victoria ya era suya. No contaban con que yo también recordaba. Y no contaban con que su camino hacia el "éxito" estaba lleno de trampas que ellos mismos se estaban poniendo.
Mi venganza no sería un enfrentamiento directo y ruidoso. Eso era lo que Carlos quería. Mi venganza sería verlo autodestruirse. Yo solo necesitaba concentrarme, trabajar el doble de duro y ver cómo su propio castillo de naipes se derrumbaba.
Y ya estaba empezando a suceder.
Carlos, convencido de que su "genialidad" lo llevaría al éxito sin esfuerzo, dejó de prestar atención en clase. Su mente no estaba en la preparatoria. Estaba planeando cómo recrear su vida de lujos lo más rápido posible. Empezó a faltar a las clases de la tarde para irse con Laura a centros comerciales caros.
Lo escuché presumir con sus amigos en el pasillo.
-La prepa es una pérdida de tiempo. Yo ya sé lo que necesito para triunfar.
Su "triunfo" consistía en comprarle a Laura los tenis de edición limitada que ella quería, el último modelo de celular, cenas en restaurantes que claramente no podía permitirse. Para financiar su estilo de vida, tomó un trabajo de medio tiempo en una cafetería, pero el sueldo de un estudiante no era suficiente. Pronto, los rumores empezaron a correr: Carlos le "pedía prestado" dinero a sus compañeros y no lo devolvía. Su billetera siempre estaba vacía, su rostro a menudo tenso por la presión de mantener las apariencias.
Laura, por su parte, estaba encantada. Se deleitaba en la atención y los regalos. Dejó de hacer sus tareas, confiando en que Carlos, el "futuro genio", de alguna manera la arrastraría con él hacia el éxito. Se convirtió en la reina de un reino de plástico, vacío y sin futuro.
Una tarde, mientras yo salía de la biblioteca después de una sesión de estudio intensivo, el director anunció por los altavoces los nombres de los estudiantes con múltiples faltas injustificadas que recibirían una advertencia formal.
El nombre de Carlos resonó en los pasillos silenciosos.
Poco después, lo vi más a menudo con un grupo de chicos mayores, conocidos por meterse en problemas, por fumar detrás del gimnasio y por sus dudosas formas de conseguir dinero. Estaba cayendo, y ni siquiera se daba cuenta.
Un día, al bajar las escaleras, me topé con ellos. Carlos, Laura y su nueva pandilla bloqueaban el paso.
-Miren a quién tenemos aquí -dijo uno de los chicos, con una sonrisa desagradable-. La señorita perfecta.
Carlos me miró de arriba abajo, con una mueca de desdén.
-¿Todavía perdiendo el tiempo con esos libros, Sofía? Hay vida más allá de las calificaciones. Deberías probarla alguna vez.
Laura se rio, aferrada a su brazo.
-Déjala, amor. Algunas personas simplemente nacen para ser aburridas.
La pandilla se rio con ellos. En mi vida pasada, sus palabras me habrían herido profundamente. Ahora, solo sentía una extraña mezcla de lástima y desprecio.
Estaban tan ciegos. Tan perdidos en su propia arrogancia.
Los miré a todos, uno por uno, y luego mis ojos se posaron en Carlos. No dije nada. Mi silencio pareció ponerlo más nervioso que cualquier insulto.
Se estaban hundiendo solos. Yo no necesitaba empujarlos. Solo tenía que asegurarme de no estar cerca cuando finalmente tocaran fondo.