Cambio El Novio En La Boda
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Capítulo 4

La presencia de Esmeralda en nuestra vida se volvió cada vez más invasiva. Mateo la nombró su "asistente personal", lo que significaba que estaba con él a todas horas. Lo acompañaba a reuniones, a sesiones de fotos, a eventos sociales. Las fotos de ellos dos juntos empezaron a llenar las revistas de chismes. Los rumores no tardaron en aparecer. "¿La protegida o la amante?", se preguntaban los titulares.

Mis amigos me advertían. Mi madre me miraba con preocupación.

"Sofía, esa chica no me da buena espina. La forma en que lo mira, la forma en que se le pega... No es profesional", me dijo un día.

Yo defendía a Mateo, repitiendo como un loro las excusas que él me daba. "Es solo trabajo, mamá. La gente es malpensada".

Pero la duda ya estaba sembrada en mi corazón. Una noche, no pude más. Lo confronté.

"Mateo, no soporto más esto. Todo el mundo está hablando. Me siento humillada. Esa mujer tiene que irse de la casa y tienes que ponerle un alto a esta situación".

La discusión fue terrible. Por primera vez, en lugar de calmarme con promesas, se puso a la defensiva.

"¿Ahora vas a empezar con celos absurdos, Sofía? ¡Estoy construyendo un imperio! ¿No lo entiendes? ¡Esmeralda es parte de mi equipo! ¿Crees que te sería infiel, a ti, a la mujer con la que me voy a casar? ¡Me ofendes!".

Se victimizó de tal manera que terminé sintiéndome culpable. Me acusó de no confiar en él, de querer sabotear su carrera con mis "inseguridades". Al final, viendo mis lágrimas, suavizó su tono.

"Perdóname, mi amor. Es el estrés. Te prometo que después de la boda, todo cambiará. Pondré a Esmeralda en su lugar. Solo ten un poco más de paciencia. Confía en mí".

Y como una tonta, le creí.

Para "probar" su lealtad, durante las siguientes semanas, Mateo empezó a mantener una distancia pública con Esmeralda. Ya no publicaba fotos con ella, y en los eventos, apenas interactuaban. Yo me sentí aliviada. Pensé que finalmente había entendido. Pensé que habíamos superado la crisis. Qué ingenua fui.

La calma era solo una fachada. La noche antes de la boda, la noche en que decidí darle esa estúpida sorpresa, fue cuando todo se vino abajo. Esa noche, al llegar a su estudio, no solo los escuché. Los vi.

La puerta estaba entreabierta, y la vi a ella, sentada en sus piernas, rodeando su cuello con los brazos. Él le susurraba algo al oído, y ella se reía, una risa coqueta y triunfante. Luego, él le tomó la cara entre las manos y la besó. No fue un beso robado o accidental. Fue un beso largo, apasionado, lleno de una intimidad que me gritaba a la cara la verdad que me había negado a ver.

En ese instante, el mundo se detuvo. Cada excusa, cada promesa, cada "confía en mí" se convirtió en ceniza en mi boca. Todo era una mentira. La había metido en nuestra casa, en nuestras vidas, y la había convertido en su amante delante de mis narices.

Yo no era su prometida. Era la tonta a la que le estaban viendo la cara. La que estaba a punto de casarse con un hombre que amaba a otra.

Me sentí sucia, estúpida, humillada hasta lo más profundo de mi ser. Me di cuenta de que no solo me había puesto los cuernos. Me había hecho partícipe de su engaño, obligándome a convivir con su amante bajo mi propio techo. Era una burla cruel y despiadada.

Mientras me alejaba de esa puerta, una frase popular y vulgar resonó en mi mente, una frase que nunca pensé que se aplicaría a mí. Me estaban poniendo los cuernos de forma descarada y yo, ingenua, no me había dado cuenta.

                         

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