Mi plan requería encontrar a la mujer adecuada, alguien que no fuera una noble, alguien que Alejandro pudiera ver como un capricho exótico y desechable, pero que fuera lo suficientemente astuta como para causar problemas.
Y yo sabía exactamente dónde encontrarla.
Laura. En mi vida anterior, era una cortesana de lujo, famosa en los círculos secretos de la capital por su belleza y su ingenio. Alejandro se había encaprichado con ella durante un tiempo, justo después de que la novedad de Valentina se desvaneciera.
Le ordené a uno de mis guardias de confianza, un hombre cuya familia había salvado de la ruina, que la localizara y la trajera al palacio bajo el pretexto de una entrevista para un puesto de dama de compañía.
Mientras tanto, Elena comenzó a florecer en su nuevo papel. Unos días después de su nombramiento, vino a mi habitación para servirme el té de la mañana, una tradición que ella insistía en mantener para mostrar su "lealtad".
«Alteza, espero que el té sea de su agrado», dijo con una sonrisa radiante, su uniforme era nuevo y de una tela mucho más fina.
«Está delicioso, Elena, gracias», respondí, observando su aire de suficiencia. «Veo que te estás adaptando bien a tu nuevo puesto».
«El príncipe es muy amable, Alteza», dijo, sus mejillas sonrojándose. «Estoy aprendiendo mucho».
Asentí y le hice un gesto para que se acercara.
«Un pequeño consejo, Elena», le dije en voz baja, como si compartiera un gran secreto. «Al príncipe le encantan los postres dulces después de la cena, especialmente los que tienen frutas exóticas, también le agrada que su estudio siempre huela a sándalo, lo relaja».
Le di una pequeña bolsa de monedas de oro.
«Un regalo por tu buen trabajo», dije. «Asegúrate de que el príncipe no carezca de nada».
Los ojos de Elena brillaron al ver el oro, su lealtad, que ya era frágil, ahora estaba completamente comprada, no por mí, sino por la ilusión de poder que yo le estaba ofreciendo. Ella pensó que le estaba dando las llaves del corazón del príncipe, cuando en realidad, la estaba convirtiendo en una simple sirvienta glorificada, una más en la larga lista de mujeres que lo atendían.
Pocos días después, Laura fue introducida en el palacio. La hice esperar en una de las salas de recepción, y luego, "casualmente", guié a Alejandro por ese pasillo. Tal como esperaba, sus ojos se posaron en ella de inmediato. Laura, con su vestido rojo y su mirada audaz, era imposible de ignorar.
«¿Y quién es esta belleza?», preguntó Alejandro, deteniéndose en seco.
«Oh, ella es la señorita Laura», respondí con fingida inocencia. «Vino a una entrevista para ser mi dama de compañía, pero no estoy segura de que sea adecuada».
«Tonterías», dijo Alejandro, su sonrisa depredadora ya fija en Laura. «Yo creo que sería una excelente adición a la corte, quizás podría servir en la biblioteca, necesita algo de vida».
Y así, con esa simple frase, Laura se instaló en el palacio. Ahora tenía a Elena, la ambiciosa doncella, y a Laura, la astuta cortesana. Ambas orbitarían alrededor de Alejandro, compitiendo por su atención.
El escenario estaba casi listo. Me recliné en mi sofá, acariciando mi vientre, mientras el caos comenzaba a gestarse silenciosamente en los pasillos del palacio. Yo, en medio de todo, estaba en paz, esperando tranquilamente la llegada de la actriz principal.
Mi querida hermana, Valentina.