Deshonra y Redención
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Capítulo 2

A la mañana siguiente, la resaca de la humillación era peor que cualquier resaca de tequila. Mi abuelo, sin embargo, se había levantado con una energía aterradora. El desayuno no fue de chilaquiles y café, fue una junta de guerra.

"Primero, un golpe simbólico," declaró mi abuelo, mientras movía piezas de un juego de ajedrez antiguo como si fueran nuestros enemigos. "Esa familia de Sofía, los Valderrama, se creen muy importantes con su cadena de boutiques de lujo. Vamos a darles una pequeña probada de su propia superficialidad."

Una hora después, un camión de volteo, contratado anónimamente por uno de los viejos contactos de mi abuelo, descargó diez toneladas de estiércol de caballo justo en la entrada de la boutique insignia de los Valderrama en Polanco. El "regalo" venía acompañado de una gran manta que decía: "Aquí huele a traición. Con cariño, un cliente insatisfecho."

La noticia se esparció como pólvora en los círculos sociales. Fue vulgar, fue primitivo, pero fue extrañamente satisfactorio. Ver la foto de la señora Valderrama, la madre de Sofía, gritándole a la policía con sus zapatos de diseñador hundidos en el estiércol, me arrancó la primera sonrisa en veinticuatro horas.

Pero para mi abuelo, eso era solo el calentamiento.

"Ahora, el siguiente paso," dijo esa noche durante la cena. "Hay que ir a la raíz. Sé dónde está enterrada la bisabuela de esa niña. Podríamos... hacer una visita nocturna. Desenterrar unos cuantos huesos. Eso sí que es una maldición de verdad. Tocar a los ancestros es lo peor."

Mi madre casi se ahoga con su sopa. Mi padre se puso pálido.

"Papá, por favor. Eso es... un delito federal. Y es macabro."

"¡Macabro fue lo que le hicieron a tu hijo frente a todos!" rugió mi abuelo. "¡Ojo por ojo, hueso por hueso!"

Tuve que intervenir. La idea era tentadora en un rincón muy oscuro de mi mente, pero impractical.

"Abuelo, aprecio el entusiasmo," dije con calma. "Pero quizás algo un poco menos... profanador. ¿Qué tal si en lugar de desenterrar a sus muertos, simplemente nos aseguramos de que los vivos deseen estarlo?"

Mi abuelo me miró con interés.

"Tengo una idea," propuse. "Conozco a alguien que cría cucarachas para alimentar a reptiles exóticos. Miles de ellas. Podríamos liberarlas en el sistema de ventilación de su oficina central. Es una plaga, no un crimen federal. Una maldición moderna."

Una sonrisa lenta y maliciosa se dibujó en el rostro de mi abuelo.

"Me gusta. Es creativo. Sucio. Poético."

A pesar de la locura de nuestra conversación, me sentí un poco mejor. La venganza, aunque fuera en forma de plaga de insectos, era un bálsamo. Pero la realidad me golpeó al día siguiente. Tenía que volver al trabajo. Tenía que dirigir Ramírez Corp., una de las constructoras más grandes del país. Y tenía que enfrentarme a las consecuencias del escándalo.

Esperaba susurros, miradas de lástima, quizás incluso la cancelación de algún contrato por parte de socios conservadores. Me preparé para lo peor mientras caminaba por los pasillos de mi propia empresa.

Pero no pasó nada.

Nadie susurraba. Nadie me miraba con lástima. El ambiente era extrañamente normal. Demasiado normal. Mi asistente, Laura, una mujer eficiente y sin pelos en la lengua, me entregó mi agenda del día.

"Buenos días, señor Ramírez. El contrato con el consorcio japonés se firmó esta mañana. Enviaron flores. Y Don Ricardo llamó, dijo que lo llamaría más tarde."

"¿Don Ricardo? ¿Don Ricardo Villa?" pregunté, sorprendido. Don Ricardo era un titán, un magnate de los bienes raíces aún más grande y poderoso que mi familia. Era una leyenda, y no éramos particularmente cercanos.

"Sí, señor. Dijo que era sobre un asunto de honor familiar."

Eso me dejó helado. ¿Qué asunto podría tener él conmigo? ¿Acaso la humillación había llegado hasta sus oídos y quería cortar lazos?

Pero antes de poder pensar en ello, mientras me dirigía a mi oficina, vi una figura familiar en el área de entrenamiento de la empresa. Nuestro gimnasio corporativo.

Era Pedro.

Estaba allí, presumiendo, enseñándole a uno de mis ejecutivos cómo lanzar un jab. Estaba en mi edificio. En mi territorio. Usando mis instalaciones como si nada hubiera pasado.

La rabia que había sentido en la fiesta volvió con toda su fuerza. La calma calculada de la venganza con estiércol y cucarachas se evaporó. Esto era personal. Esto era ahora.

Caminé directamente hacia él, sintiendo las miradas de todos en el gimnasio. Me detuve frente a él. Él me vio y tuvo el descaro de sonreír.

"Diego. Qué bueno verte. ¿Vienes a entrenar? Necesitas liberar algo de estrés."

El olor a sudor y arrogancia me revolvió el estómago. Lo miré a los ojos, fríamente.

"No. Vengo a trabajar."

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