Sofía ayudó a Pablo a recoger hasta la última camisa del suelo. La cara del hombre estaba roja de humillación.
"Lo siento mucho, Pablo" , dijo ella en voz baja. "No debí involucrarte en esto" .
"No es tu culpa, Sofía. Ese hombre... no es el Diego que conocíamos. El dinero lo ha vuelto loco" .
Ella asintió, una verdad amarga. "Cuídate, por favor" .
Le dio un último abrazo y se dirigió a su puerta de embarque. Justo cuando pensaba que se había librado de él, Diego apareció a su lado, solo. Camila y Mateo debían haber seguido adelante.
"Espera" , dijo él, su tono ahora falsamente suave.
En su mano, sostenía una pequeña caja de madera tallada, una que él mismo había hecho para ella en su primer aniversario. Dentro había un par de aretes de plata baratos, el primer regalo que le había dado.
"Guarda esto" , le dijo, intentando poner la caja en su mano. "Para que recuerdes los buenos tiempos" .
La ironía era tan espesa que Sofía casi se ríe. ¿Recordar los buenos tiempos? ¿Los tiempos que él había calificado de "pasatiempo"? Era un insulto a su inteligencia, un intento patético y manipulador de mantener un pie en su vida.
En su vida anterior, habría llorado de emoción, habría visto esto como una señal de que todavía le importaba. Ahora, solo veía el patético intento de un narcisista por mantener el control.
Decidió jugar su juego, solo por un momento.
Tomó la caja con una expresión cuidadosamente neutral. "Gracias, Diego" .
Él sonrió, una sonrisa de triunfo. Creyó que la tenía justo donde quería: sentimental, débil, todavía aferrada al pasado. Creyó que ella se iría, gastaría el dinero y, cuando se le acabara, volvería arrastrándose hacia él, con la cajita en la mano como prueba de su tonto amor.
"Sabía que entenderías" , dijo él, su arrogancia regresando con toda su fuerza. "Diviértete en España. Gasta el dinero. Cuando te canses de jugar a ser independiente, sabes dónde encontrarme. Quizás pueda encontrarte un pequeño lugar como mi amante" .
La oferta era tan vil, tan degradante, que Sofía sintió una oleada de náuseas. Pero mantuvo su rostro impasible. Asintió lentamente, como si estuviera considerando su generosa propuesta.
"Lo pensaré" , dijo ella.
La sonrisa de Diego se ensanchó. Estaba completamente seguro de su victoria. Le dio una palmadita condescendiente en la mejilla.
"Buena chica" .
Y se fue, caminando con la arrogancia de un rey que acaba de perdonarle la vida a una campesina.
Sofía lo vio alejarse hasta que fue solo una silueta en la distancia. Miró la caja de madera en su mano. El símbolo de su amor falso. El ancla que él creía haberle echado.
Abrió la caja, miró los aretes de plata deslucida y luego caminó hacia el bote de basura más cercano. Sin dudarlo un segundo, dejó caer la caja dentro. El sonido que hizo al golpear el fondo fue sordo y definitivo.
Adiós, Diego. Adiós a los buenos tiempos que nunca existieron. Adiós a la mujer que fui.
Caminó hacia la puerta de embarque, sintiéndose más ligera que nunca. Él había juzgado mal. No volvería arrastrándose. No volvería en absoluto. Y cuando se volvieran a ver, ella no sería la chica a la que se le podía dar una palmadita en la mejilla. Sería su peor pesadilla.