Cambia El Novio En Su Boda
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Capítulo 3

Cuando llegaron a la casa de Sofía, la escena era aún más surrealista y grotesca de lo que habían imaginado. La puerta del balcón del dormitorio principal estaba abierta de par en par, y allí, de pie en el borde, se encontraba Isabella. Llevaba un elaborado vestido de novia blanco, un velo prendido a su cabello desordenado, el maquillaje corrido por sus lágrimas. Parecía una novia macabra, una aparición salida de una pesadilla.

Isabella no estaba simplemente de pie, estaba actuando. Su cuerpo se balanceaba peligrosamente, una mano sobre su corazón de forma dramática, la otra extendida hacia el cielo como si estuviera en el escenario de una ópera trágica. Al ver a Alejandro, sus sollozos se intensificaron.

"¡Alejandro! ¡Finalmente vienes!", gritó, su voz temblorosa pero lo suficientemente alta para que todos la oyeran. "Sabía que no podías abandonarme. Sabía que nuestro amor era más fuerte que cualquier compromiso arreglado."

Sofía se quedó paralizada en la entrada de su propia casa, observando a esta mujer convertir su hogar en un circo. La humillación se transformó en una ira fría que comenzó a recorrer sus venas.

Isabella continuó con su monólogo, sus ojos llenos de lágrimas de cocodrilo fijos en Alejandro, ignorando por completo a la mujer a la que acababa de arrebatarle el futuro.

"No puedo vivir sin ti, primo. ¡No puedo! Si te casas con ella, esta vida no tiene sentido. Solo quiero una vida contigo, ¿es mucho pedir? ¡Prefiero morir a verte en los brazos de otra mujer!"

Era un chantaje emocional en su forma más pura y despreciable. Estaba usando la amenaza de su propia vida para manipular a Alejandro y destruir a Sofía.

Y funcionó.

Alejandro, sin importarle la presencia de Sofía, de sus padres o de su propia familia, corrió hacia la casa y subió las escaleras a toda prisa.

"¡Isabella, por favor, no hagas ninguna locura! ¡Baja de ahí!", le suplicó, su voz llena de una angustia y un cariño que nunca le había mostrado a Sofía.

Cuando Alejandro llegó al balcón, no intentó simplemente hacerla entrar. La rodeó con sus brazos, abrazándola con una ternura desesperada, como si ella fuera la víctima, la persona a la que había que proteger.

"Tranquila, mi amor, tranquila. Estoy aquí. No te dejaré", le susurró al oído, lo suficientemente alto para que los que estaban abajo, como Sofía, pudieran oírlo.

"Mi amor".

Esa palabra lo confirmó todo. No era un simple capricho de una prima celosa. Era algo más profundo, más retorcido.

Isabella, ahora segura en los brazos de Alejandro, giró su cabeza y miró directamente a Sofía, que seguía de pie en la entrada. Su expresión ya no era de desesperación, sino de triunfo. Una sonrisa cruel y victoriosa se dibujó en sus labios manchados de lágrimas. En ese momento, a los ojos de todos, Sofía dejó de ser la novia traicionada. Isabella, con su actuación, la había convertido en la intrusa, en la villana que intentaba separar a dos "amantes desesperados". La humillación era completa.

            
            

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