Desperté horas después, confundida y con la cabeza a punto de estallar, en una habitación de hotel barata. El vestido de novia que mi madre, la verdadera Sra. Romero, había diseñado para mí ya no estaba en mi cuerpo. Corrí de vuelta a la iglesia, el corazón latiéndome en la garganta, y la vi. Vi a Camila en el altar, llevando mi vestido, mi vida, casándose con mi prometido. Ricardo la miraba con una devoción que una vez me prometió a mí.
La farsa era perfecta. Todos aplaudían, incluso mi propio padre, el Dr. Carlos Romero. Cuando intenté gritar la verdad, él me detuvo. Sus ojos, antes cálidos, ahora eran dos pedazos de hielo. Me arrastró fuera, lejos de las miradas, y sus palabras fueron más dolorosas que cualquier golpe.
"Deja de hacer el ridículo, Sofía. Eres una oportunista. Siempre lo has sido."
Me abandonó en la calle, con el alma rota. Busqué justicia, fui a la policía, pero nadie me creyó. ¿Quién le creería a una mujer histérica contra el prestigioso Dr. Romero y la nueva Sra. de Vargas? Desesperada, intenté enfrentarlos de nuevo, pero esa noche, en un callejón oscuro, alguien me atacó por la espalda. El golpe fue seco y definitivo. Mi último pensamiento fue para mi madre, la única que realmente me había amado, preguntándome por qué mi padre, a quien ella tanto amó, podía ser tan cruel.
Y entonces, desperté.
Un sudor frío me recorría la espalda. Mi respiración era agitada, el corazón me martilleaba contra las costillas. Estaba en mi habitación, en mi cama. La luz del sol se filtraba por la ventana, suave y familiar. Miré mi teléfono sobre la mesita de noche. La pantalla se iluminó: viernes, 23 de octubre. Un día antes de la boda.
Un sollozo se me escapó, una mezcla de terror y un alivio abrumador. Estaba viva. Tenía otra oportunidad. Esta vez, no sería la víctima ingenua. Esta vez, yo escribiría el final de la historia.
Me levanté de la cama, mis piernas todavía temblaban. El recuerdo de la traición era tan vívido que sentía el sabor amargo de la droga en mi boca. Bajé las escaleras lentamente, cada paso una reafirmación de que esto era real.
Y entonces la oí. La risa de Camila, melosa y falsa, resonando desde la sala de estar.
Entré y la escena me heló la sangre, una repetición exacta de la pesadilla que acababa de vivir como un recuerdo. Camila estaba de pie frente al gran espejo del salón, girando lentamente. Llevaba puesto mi vestido de novia. El vestido que mi madre adoptiva, una mujer increíble y dueña de un imperio cosmético, había diseñado para mí antes de morir. Era mi pieza más sagrada, el último lazo tangible con ella.
"¿No es precioso, tía? Siento que fue hecho para mí."
Mi tía, la madre de Camila, la miraba con adoración.
"Te queda perfecto, hija. Eres la novia más hermosa que he visto. Mucho más que otras."
Sus ojos se desviaron hacia mí por un segundo, llenos de desdén.
El veneno de sus palabras ya no me afectaba. Solo sentía una ira fría y calculadora crecer en mi pecho. En mi vida anterior, habría llorado. Habría suplicado. Habría intentado razonar con ellas, solo para ser humillada.
Pero yo ya no era esa Sofía. Esa Sofía murió en un callejón oscuro, abandonada por todos.
Me quedé quieta en el umbral, observándolas. Ellas no lo sabían, pero no estaban mirando a la tonta y confiada Sofía Romero. Estaban mirando a su perdición.
"Esta vez" , me prometí en un susurro que solo yo pude oír, "la boda se celebrará, pero los que terminarán en el infierno serán ustedes."