La Furia de una Mujer Engañada
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Capítulo 1

Cuando desperté, el olor a desinfectante llenó mis fosas nasales.

Las paredes blancas de la habitación del hospital se sentían frías y vacías, al igual que mi vientre.

El doctor estaba de pie junto a mi cama, con una expresión de lástima en su rostro.

"Señora Rojas, lo lamento mucho. Hicimos todo lo que pudimos, pero no logramos salvar al bebé" .

Mi corazón se detuvo.

Era mi séptimo aborto espontáneo.

Siete veces.

Siete pequeños que se habían ido antes de poder ver el mundo.

Una lágrima rodó por mi mejilla, pero mi rostro permaneció impasible. El dolor era tan profundo que ya ni siquiera podía expresarlo.

Mi esposo, Ricardo Morales, entró corriendo a la habitación. Su rostro mostraba una angustia perfecta.

"¡Sofía, mi amor! ¿Cómo estás? Me enteré en cuanto pude y vine corriendo" .

Se arrodilló junto a mi cama, tomó mi mano y la besó. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.

En ese momento, lo único que sentí fue un profundo agotamiento. Me apoyé en él, buscando un consuelo que parecía genuino.

"Ricardo... otro más... no pude..." .

"Shhh, no digas nada. No es tu culpa, mi amor. Descansa, yo me encargo de todo" .

Su voz era suave y tranquilizadora, el refugio que siempre había conocido.

El doctor le explicó la situación a Ricardo, recomendando reposo absoluto. Ricardo asentía con seriedad, haciendo preguntas sobre mi cuidado, luciendo como el esposo más devoto del mundo.

Después de que el doctor se fue, Ricardo me arropó con cuidado.

"Voy a hablar con el doctor sobre los trámites. No te preocupes por nada, volveré en un momento" .

Besó mi frente y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente.

Me quedé mirando el techo, sintiendo el vacío en mi cuerpo y en mi alma. Estaba tan cansada, tan rota.

Pero entonces, a través de la puerta apenas cerrada, escuché la voz de Ricardo. No era la voz preocupada de hace un momento, sino una llena de alegría y emoción contenida.

"Valeria, mi amor, todo salió perfecto. Se lo creyó todo" .

Mi respiración se detuvo.

¿Valeria? ¿Valeria Solís, su asistente?

"Sí, el séptimo. Justo como lo planeamos. El doctor Ramírez es un genio, el 'accidente' fue impecable" .

Un escalofrío recorrió mi espalda. Un terror helado que nunca antes había sentido se apoderó de mí.

¿Planearon? ¿Accidente?

La voz de Ricardo continuó, baja y conspiradora.

"Ya no puedo esperar más, mi vida. Esta vez nos aseguraremos de que no vuelva a pasar. Odio tener que fingir tristeza cada vez que uno de esos engendros se muere" .

Engendros.

Llamó a nuestros hijos no nacidos... engendros.

"No te preocupes, ya hablé con Ramírez. Le dije que necesitamos una solución permanente. Una histerectomía. Dijo que puede hacer que parezca una complicación necesaria por el último aborto" .

Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. Mi cuerpo entero temblaba sin control.

Me iban a quitar el útero.

Me iban a robar para siempre la posibilidad de ser madre.

"Sí, mi amor, para que solo tú puedas darme hijos. Para que nada de la fortuna de Sofía vaya a parar a manos de nadie más. Pronto, todo será nuestro y podremos estar juntos, sin esta carga" .

La carga.

Yo era la carga.

Mis hijos eran la carga.

Ricardo Morales, el hombre con el que había compartido mi cama, mis sueños, mi vida entera durante diez años, el hombre al que amaba con cada fibra de mi ser, era el monstruo que había asesinado a mis siete hijos.

Y su amante, Valeria Solís, era su cómplice.

Una náusea violenta subió por mi garganta. Quería gritar, romper todo, enfrentarlo.

Pero no podía.

Estaba atrapada en esta cama, débil y vulnerable.

Ricardo abrió la puerta y entró con una sonrisa triste en el rostro.

"Ya está todo listo, mi amor. Pronto nos iremos a casa" .

Lo miré, viendo por primera vez al demonio que se escondía detrás de esa máscara de esposo amoroso.

Las lágrimas que antes no salían, ahora fluían libremente. Pero no eran de tristeza.

Eran de rabia.

De odio.

Y de una promesa silenciosa.

Iban a pagar.

Ricardo Morales. Valeria Solís.

Los destruiría.

Aunque fuera lo último que hiciera en mi miserable vida.

Me sequé las lágrimas y le ofrecí una sonrisa débil.

"Gracias, Ricardo. No sé qué haría sin ti" .

Él me sonrió, satisfecho. No tenía idea de que acababa de despertar a una mujer que ya no tenía nada que perder.

Afuera, una voz en el pasillo, la del Doctor Ramírez, le decía a una enfermera:

"Hay que prepararla para una intervención de emergencia. Hay complicaciones. Asegúrate de que el anestesiólogo sepa que la dosis debe ser fuerte, no queremos que sienta nada" .

No, doctor.

No querían que yo supiera nada.

Pero ya era demasiado tarde.

Lo sabía todo.

Y mi venganza acababa de empezar.

            
            

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