"Doña Lupe se quedará con Pedrito esta noche", dijo Armando, su tono plano y sin emociones. Se acercó a la puerta del cuarto de su hijo, que estaba entreabierta. Pedrito estaba en su cama, fingiendo dormir, pero Armando sabía que estaba escuchando. Con un gesto suave, cerró la puerta por completo para protegerlo de la tormenta que estaba a punto de desatarse.
Luego se giró hacia Sofía.
"Tú y yo necesitamos hablar. En privado".
La señaló hacia el sofá, un gesto que no era una invitación, sino una orden. Sofía, sorprendida por su frialdad, obedeció de mala gana, cruzando los brazos sobre el pecho en una postura defensiva.
Armando se quedó de pie, dominando la habitación con su presencia.
"El dije", dijo sin rodeos. "¿De dónde lo sacaste?"
Sofía desvió la mirada.
"Ya te lo dije. Fue un regalo. De una amiga. ¿Qué importancia tiene eso ahora?"
"¿Qué amiga?", insistió Armando.
"No la conoces. Se llama... Claudia. Es una clienta de la boutique donde a veces ayudo". La mentira era tan torpe, tan evidente, que resultaba patética.
Armando soltó una risa seca, sin humor.
"Sofía, por favor. No me tomes por idiota. Sé cuánto cuesta una joya así. Y sé que ninguna 'amiga' tuya podría permitírselo. A menos que esa amiga se llame Sebastián Vargas".
El nombre la hizo estremecerse. Su rostro perdió el poco color que le quedaba.
"No sé de qué me hablas. Estás paranoico".
"Estoy siendo generoso, Sofía. Te estoy dando la oportunidad de decirme la verdad", dijo Armando, su voz bajando a un tono casi confidencial, pero cargado de amenaza. "Condenaste a nuestro hijo hoy. Te pusiste del lado del hombre cuyo hijo lo golpeó y lo humilló. Quiero saber por qué".
Viendo que su negación no funcionaba, Sofía cambió de táctica. Se levantó y se acercó a él, intentando una suavidad que ya no le pertenecía. Puso una mano en su pecho, sus dedos trazando el contorno de sus músculos bajo la camisa.
"Armando, mi amor...", susurró, usando el viejo apodo que no había pronunciado en años. "Estás tenso. Estás exagerando las cosas. Fue una pelea de niños, eso es todo. No dejes que tu orgullo de macho nos meta en problemas. Podemos arreglarlo. Juntos".
Intentó acercar sus labios a los de él.
Armando no la empujó. Simplemente dio un paso atrás, un movimiento sutil pero definitivo que la dejó con la mano suspendida en el aire. Su rechazo fue tan absoluto, tan carente de duda, que la descolocó por completo. La mirada de Armando estaba llena de un asco que no se molestó en ocultar.
"No me toques", dijo, y las dos palabras fueron más cortantes que un grito.
Justo en ese instante, su teléfono vibró en su bolsillo. Era un mensaje del Licenciado Morales. Lo abrió.
Era una fotografía.
La imagen era granulada, tomada desde la distancia, pero inconfundible. Sofía y Sebastián Vargas saliendo de un hotel de lujo, riendo. Él tenía un brazo posesivo alrededor de su cintura. Y en el cuello de Sofía, brillando bajo la luz del atardecer, estaba el dije de oro y esmeraldas. La fecha en la esquina inferior de la foto era de hacía dos días.
Armando levantó la vista del teléfono y la miró. No necesitó decir nada. Le mostró la pantalla.
La cara de Sofía se descompuso. El pánico, la culpa y el miedo se reflejaron en sus ojos. Intentó decir algo, pero de su boca solo salió un sonido ahogado.
La traición era ahora un hecho irrefutable, una verdad visual que quemaba. Armando sintió un vacío helado en el estómago. No era solo una amante. Era una relación estable, secreta, construida a sus espaldas.
Tomó la decisión en ese mismo instante. Esta farsa había terminado. Su matrimonio, su historia con esta mujer, todo se había convertido en cenizas.
Antes de que pudiera hablar, la puerta del cuarto de Pedrito se abrió lentamente. El niño se asomó, con su pijama de superhéroes y una expresión de angustia.
"Mamá, ¿por qué le dijiste a Rodrigo que yo no tenía papá?", preguntó con una vocecita temblorosa. "Yo estaba ahí. Te escuché por teléfono. Le dijiste que yo era solo tuyo y que él no se preocupara por mi papá".
La revelación cayó en la habitación como una bomba. Armando se quedó helado. Miró a Sofía, esperando una negación, una explicación, cualquier cosa. Pero ella solo miraba a su hijo con horror, atrapada en su propia red de mentiras.
No solo lo había traicionado a él. Había intentado borrarlo de la vida de su propio hijo.
Armando se arrodilló frente a Pedrito, su corazón hecho pedazos por el dolor en los ojos del niño.
"No le hagas caso a tu mamá, campeón. Yo soy tu papá. Siempre. Y te voy a proteger de todo y de todos. ¿Entendido?"
Pedrito asintió, corriendo a abrazarlo. Armando lo sostuvo con fuerza, sintiendo la fragilidad de su pequeño cuerpo.
Se levantó, con Pedrito todavía en sus brazos, y miró a Sofía con un desprecio absoluto. Caminó hacia la mesa del comedor, sacó una carpeta de su chamarra -una que el Licenciado Morales le había preparado por si acaso- y la arrojó sobre la mesa.
"Son los papeles del divorcio", dijo, su voz desprovista de toda emoción. "Fírmalos. Quiero la custodia completa de Pedrito. No te quiero cerca de él nunca más. Tienes veinticuatro horas para desaparecer de nuestras vidas".