Venganza Florece Cenizas
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Capítulo 3

La mención de nuestro compromiso trajo consigo un torrente de recuerdos amargos de mi vida pasada. Recordé a Javier, visitándome en mi miserable apartamento después de mi expulsión, no para consolarme, sino para romper oficialmente nuestro compromiso. "Mi familia no puede asociarse con una fracasada y una agresora," me había dicho con frialdad, mientras Isabella observaba desde su auto de lujo. Ese recuerdo avivó las llamas de mi furia, solidificando mi resolución. No habría piedad.

"¿Qué quieres decir con eso?" preguntó Javier, su arrogancia vacilando ante mi inesperada confianza.

En lugar de responder con palabras, actué. Con un movimiento rápido y preciso, levanté la mano y le di una bofetada. El sonido resonó en el tenso silencio del salón, dejando a todos boquiabiertos.

Javier se llevó la mano a la mejilla, su expresión una mezcla de incredulidad y furia.

"¡Estás loca!" siseó.

"No, estoy harta," repliqué, mi voz tranquila pero letal. "Harta de que hombres como tú piensen que pueden controlarme con amenazas y promesas vacías. Tu familia necesita a la mía, Javier, no al revés. Eres el hijo de un comerciante que busca desesperadamente el prestigio que solo el apellido de mi abuelo puede darle. Así que no vuelvas a hablarme de mi reputación. Tú eres el que debería estar preocupado por la tuya."

Me volví hacia Isabella, que ahora miraba la escena con genuino miedo. Mi ataque a Javier la había despojado de su protector.

"Y en cuanto a ti," continué, mi voz volviéndose aún más dura. "El intento de robo de propiedad intelectual en esta academia no es solo una falta de ética. Es una violación directa del artículo 7 del reglamento de la Academia Sol y Sombra, firmado por nuestro abuelo. El castigo es la expulsión inmediata y la prohibición de por vida de participar en cualquier evento afiliado."

Cité el reglamento de memoria, una regla que había aprendido a la mala. La seriedad de mis palabras cambió la atmósfera por completo. Ya no era un simple arrebato de celos; era una acusación formal con consecuencias graves.

Los otros bailarines, que antes me miraban con desaprobación, ahora observaban a Isabella con sospecha. La palabra "expulsión" era la más temida en los pasillos de la academia. Nadie se atrevía a intervenir. El miedo a la autoridad del abuelo Alejandro era más fuerte que cualquier simpatía por la llorosa Isabella.

"Eso es... eso no es verdad," tartamudeó Isabella. "Yo no he hecho nada."

"Entonces no tendrás problema en que llamemos al director y revisemos las cámaras de seguridad del pasillo," la desafié, sabiendo que las cámaras la habrían captado merodeando cerca de mi habitación y mi puesto de vestuario.

El pánico se apoderó de su rostro. Sabía que estaba atrapada.

Agarré su brazo con una fuerza que la sorprendió.

"Vamos. Iremos a la oficina del director ahora mismo y aclararemos esto de una vez por todas."

Comencé a arrastrarla a través del salón, ignorando sus protestas y las miradas atónitas de todos. Javier se quedó paralizado, humillado y sin saber cómo reaccionar. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía el control. La justicia, aunque fuera por mi propia mano, estaba en camino.

Justo cuando llegamos a la puerta del salón, una sombra se cernió sobre nosotras. Una mano grande y fuerte se cerró sobre mi hombro, deteniéndome en seco con una fuerza dolorosa.

"¡Sofía! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltala ahora mismo!"

La voz era un trueno. Una voz que yo conocía demasiado bien. Era mi tío Ricardo, el padre de Isabella. Y su rostro estaba contorsionado por la furia.

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