Capítulo 4 El día que ella llegó

El edificio temblaba con el ruido de cajas, pasos apurados y la voz de una mujer que parecía discutir con una planta. Elías se asomó al pasillo con discreción. Era sábado por la mañana y, como siempre, había planeado un día en casa, ordenado y tranquilo. Pero la tranquilidad terminó cuando escuchó un golpe fuerte contra la puerta de al lado: la 3A, que llevaba meses vacía.

Curioso -y un poco irritado-, salió con la excusa de recoger el periódico que ya tenía bajo el brazo desde hacía diez minutos.

Allí estaba ella.

De espaldas, intentando equilibrar una caja enorme sobre una silla mientras sujetaba una maceta con el pie. Su cabello estaba recogido en un moño improvisado que parecía a punto de colapsar, y la camiseta, vieja y amplia, tenía manchas de pintura por todos lados.

-Disculpa... ¿necesitas ayuda? -preguntó Elías, acercándose con cautela.

Ella se giró bruscamente, y la maceta, como si entendiera la señal, cayó al suelo. La tierra se esparció por el pasillo.

-¡Oh no, Romeo! -dijo ella, mirando la planta como si fuera un niño herido.

Elías parpadeó, sin saber si reírse o preocuparse.

-¿Romeo?

-La planta. Mi ficus. Era la única relación estable que tenía -respondió ella con una sonrisa torcida-. Supongo que es una buena bienvenida, ¿no? Caos desde el minuto uno.

Elías se agachó sin decir nada y empezó a recoger la tierra. Ella hizo lo mismo, y durante unos segundos, solo se escuchó el roce de las manos contra el suelo y el leve jadeo de ambos por la risa contenida.

-Gracias por ayudarme, vecino misterioso -dijo al fin-. Me llamo Luna.

-Elías. Vivo justo al lado. -Le extendió la mano-. Bienvenida al edificio.

Ella se la estrechó sin dudar. Su apretón fue firme, cálido, directo. Como todo en ella.

-¿Eres de los vecinos que se quejan por el volumen de la música o de los que se apuntan a una copa de vino improvisada?

-Supongo que... depende del vino -respondió él, con una sonrisa contenida.

Luna rió como si él hubiera hecho el mejor chiste del mundo.

-Me agradas, Elías. Se nota que eres de los que no hablan mucho, pero cuando lo hacen, dicen cosas importantes.

Él no respondió, pero esa frase se le quedó grabada como un tatuaje invisible.

Pasaron toda la mañana subiendo cajas, arreglando la maceta herida y hablando de cosas sin importancia: libros, películas, café, lluvia. Luna se movía como si conociera el lugar desde siempre, y Elías, que jamás permitía desorden en su mundo, se encontró disfrutando del caos.

Cuando se despidieron, ella le dejó una nota en la puerta con un dibujo de un gato en monopatín y las palabras: "Gracias por salvar a Romeo. Primer vino, muy pronto."

Esa noche, Elías escribió en su libreta:

"Hoy conocí a Luna. Llegó como un accidente de tráfico con aroma a canela y tierra mojada. Y, de algún modo, no quiero que se vaya nunca."