No fue un reto. Fue un castigo. Una actuación deliberada y pública de su elección.
Un trozo de papel, una servilleta de cóctel, revoloteó desde la mesa y aterrizó a los pies de Eliana. Parecía burlarse de los restos de su corazón.
Se levantó y se alejó, necesitaba aire. Encontró una terraza desierta en la azotea. El aire frío de la noche fue un alivio.
Pero no estuvo sola por mucho tiempo. Sofía y otras dos mujeres la siguieron.
-¿Crees que puedes irte así como si nada? -se burló Sofía, bloqueándole el paso.
-¿Qué quieren? -preguntó Eliana.
-Queremos que sepas cuál es tu lugar -dijo otra-. Eres una sanguijuela. ¿Te acostaste con él para entrar en su vida cuando era vulnerable?
La rodearon, sus rostros torcidos por el desdén. Le pusieron un vaso de whisky en la mano. -Bebe, cocinerita. Probablemente es lo más caro que has tocado en tu vida.
Le forzaron el vaso a los labios, derramando el licor por la parte delantera de su vestido. El alcohol le quemó la garganta y se revolvió en su estómago vacío. Se atragantó, tambaleándose hacia atrás.
Cayó al suelo, su cabeza golpeando el concreto. El mundo giró.
A través de la neblina, vio a una de las mujeres sacar algo pequeño y afilado de su bolso. Una navaja de bolsillo.
-Jessica fue demasiado blanda contigo -dijo Sofía, su voz un gruñido bajo-. Una pequeña cicatriz será un buen recordatorio para que te mantengas alejada.
Sintió un dolor punzante e increíble en la espalda. Le estaban grabando algo en la piel. Una palabra. Zorra.
Lágrimas de dolor y humillación corrían por su rostro. Su mano buscó a tientas su teléfono. Con dedos temblorosos, marcó el 911.
-911, ¿cuál es su...
El teléfono fue pateado de su mano.
Su visión se nubló. A través de las puertas de cristal de la terraza, podía ver a Braulio. Había terminado su beso con Jessica. Jessica ahora estaba acurrucada en sus brazos. Se veía feliz. Ni siquiera se había dado cuenta de que ella se había ido.
Intentó gritar su nombre, pero su garganta estaba en carne viva y solo salió un graznido seco.
Él solía protegerla. Una vez peleó con un hombre del doble de su tamaño que la había acosado en la fonda. Ahora estaba besando a otra mujer mientras las nuevas amigas de él la torturaban.
Otro corte de la navaja. La sangre empapó la parte de atrás de su vestido. Sintió frío, tanto frío.
El mundo se desvanecía a negro. Lo último que vio antes de desmayarse fue el rostro de Braulio, sus ojos finalmente encontrando los de ella, su expresión cambiando de satisfacción a conmoción, a un destello de lo que parecía pánico.
Despertó de nuevo en el hospital. El dolor en su estómago era inmenso. Una enfermera le dijo que le habían hecho un lavado de estómago. Intoxicación etílica. También le habían suturado los cortes profundos de la espalda.
Despertó de nuevo en medio de la noche. Braulio estaba dormido en la silla junto a su cama. Parecía demacrado, su mano agarrando la de ella incluso en sueños.
Se despertó de un salto cuando ella se movió.
-Eliana -graznó, sus ojos enrojecidos-. Lo siento mucho. No sabía que llegarían tan lejos.
Ella miró su rostro cansado, la angustia genuina en sus ojos, y no sintió nada. Era demasiado tarde.
-Tengo que irme -dijo, su voz débil pero firme.
Él la miró fijamente por un largo momento, luego asintió lentamente. Metió la mano en su maletín y sacó un documento.
-Antes de que te vayas -dijo, su voz pesada-. Necesito que firmes esto.
Miró el papel. Era un documento legal. Un acuerdo de confidencialidad y una renuncia legal. Un acuerdo.
-¿Qué es esto? -preguntó, aunque ya lo sabía.
-Es un acuerdo -dijo, evitando su mirada-. No debiste llamar a la policía. El padre de Sofía es un gran inversionista. Solo son unas niñas que bebieron de más. Jessica vino a mí, llorando. Me rogó que hiciera desaparecer esto.
Le estaba pidiendo que perdonara a las personas que la habían agredido, que le habían grabado un insulto en la piel. Por Jessica. Siempre por Jessica.
Todo su cuerpo temblaba. -¿Y qué hay de mí? -susurró, las palabras temblando-. ¿Los cortes en mi espalda? ¿El alcohol que me vertieron por la garganta? ¿Se supone que debo olvidar eso? ¿Se supone que debo estar agradecida de seguir viva?
Él se estremeció. -Eliana, por favor. No hagas esto más difícil de lo que tiene que ser.