Recordé cómo me atrajo su ambición, su aparente competencia en los negocios. Qué tonta fui.
Aparté la mirada, asqueada.
"Esta es mi habitación, y quiero estar sola. Y mañana quiero que ella se vaya de mi casa" .
Enrique se acercó y me agarró del brazo.
"No seas infantil, Camila. Silvia es la viuda de mi hermano. Lleva a mi sobrino en su vientre. Es sangre de mi sangre" .
"¿Y yo qué soy? ¿Tu esposa? ¿O solo un contrato que firmaste para salvar tu empresa?" .
"¡No empieces con eso!" .
"¿Por qué no puede vivir con tus padres? Tienen una casa enorme" .
"Ya te dije que mi madre y ella no se llevan. Además, es mi responsabilidad. Se lo prometí a mi hermano" .
"No, Enrique. Es tu capricho para sentirte el héroe. Y lo estás haciendo a costa mía, de mi paz y de mi matrimonio" .
Solté la palabra que había estado rondando en mi mente.
"Quiero el divorcio" .
Enrique se quedó en silencio por un momento, y luego soltó una carcajada.
"No digas tonterías. Estás cansada, es todo" .
Intentó besarme, un gesto mecánico y vacío. Lo empujé.
"No estoy bromeando, Enrique" .
Su rostro se endureció.
"Mira, sé que ha sido difícil. ¿Qué quieres? ¿Otro coche? ¿Un viaje? Pide lo que sea" .
Su intento de comprarme me revolvió el estómago. Para él, todo se solucionaba con dinero. El respeto, la lealtad, el amor... todo tenía un precio.
"Quiero que te largues de mi cuarto" .
Salió dando un portazo, pero dejó la puerta entreabierta. Escuché la voz suave de Silvia desde el pasillo, y luego las risas de ambos. El sonido me taladró los oídos.
Me levanté y cerré la puerta con seguro.
A los pocos minutos, alguien tocó.
"¿Camila? Soy yo, Silvia. ¿Podemos hablar?" .
Ignoré los golpes.
"Sé que estás molesta conmigo. De verdad, no quise causar problemas. Si quieres, le diré a Enrique que me voy. No quiero ser una carga para ustedes" .
Su voz sonaba lastimera, llena de una falsa inocencia que me provocaba náuseas. Era una maestra de la manipulación.
"Solo quiero que entiendas que Enrique se siente muy responsable por mí y por el bebé. Es un buen hombre" .
Luego, escuché un sollozo ahogado.
"Por favor, no te enojes con él. Cúlpame a mí" .
Escuché los pasos de Enrique acercándose.
"Silvia, ¿qué haces aquí? Vuelve a tu cuarto. Está helado" .
"Es que... Camila está muy enojada. Creo que es mejor que me vaya" .
"No digas eso. No te irás a ningún lado. Yo hablaré con ella. Es solo un berrinche" .
Me recosté en la cama, harta de su teatro. No iba a aguantar más.
Abrí la puerta de golpe.
Enrique estaba abrazando a Silvia, que lloraba en su hombro. Él le acariciaba la espalda con ternura.
Se separaron bruscamente al verme.
"Qué bonita escena familiar" , dije con todo el sarcasmo que pude reunir.
Silvia se sonrojó, una perfecta imitación de la vergüenza.
"Camila, no es lo que parece..." .
"Cállate. Estoy hablando con mi esposo" . Miré a Enrique. "¿O debería decir, con tu cuñado?" .
La cara de Enrique se puso roja de ira.
"¡Ya basta, Camila! ¿Qué te pasa?" .
"¿Qué me pasa a mí? ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Desde cuándo es normal que un hombre abrace a su cuñada viuda en medio de la noche en el pasillo? ¿Que le masajee los pies? ¿Que la defienda por encima de su propia esposa?" .
"¡Estás loca!" .
"En mi pueblo, a eso se le llama tener poca vergüenza. Un hombre debe guardar luto y respeto por su hermano muerto, no consolar a su viuda de esa manera" .
"¡Cierra la boca!" .
Enrique levantó la mano, como si fuera a pegarme.
Me quedé quieta, desafiándolo con la mirada.
No se atrevió.
En ese momento, Silvia se echó a llorar de nuevo, esta vez con más fuerza.
"¡Es mi culpa! ¡Todo es mi culpa! ¡Mejor me voy! ¡No debí venir aquí a causarles problemas!" .
Se dio la vuelta, corriendo hacia su habitación como la damisela en apuros.