La idea era tan absurda que casi era graciosa.
Prácticamente en tres días, el papeleo estaría completo. El último lazo legal que la ataba a esa ciudad y a esa vida, se cortaría. Había pasado seis años tratando de convertirse en la esposa perfecta para un santo. Había ocultado su vibrante vestuario, cambiando sus rojos y amarillos de Gucci por grises y marinos apagados que Brooks consideraba "apropiados". Aprendió a cocinar las comidas insípidas y sanas que él prefería. Renunció a las fiestas ruidosas y a madrugar para pasar las tardes leyendo en una habitación separada de su marido. Lo había intentado todo para derribar sus muros, para encontrar al hombre que había bajo su impecable fachada. Lo había seducido, encantado e incluso, suplicado. Pero no había tocado el centro de su deseo, porque nunca fue para ella. Era una cerradura en la que su llave nunca encajaría.
Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios; que así fuera. Esa noche, por primera vez en años, Alex decidió ser ella misma. Llamó a su amiga Chloe, una mujer que había sido testigo de su larga y dolorosa obsesión con una mirada comprensiva. "Chloe, invítame a salir. Quiero ir a un sitio ruidoso y lleno de gente, y me voy a poner el vestido rojo", le dijo con una nueva energía.
"¿El vestido rojo? ¿El que Brooks dijo que era 'indecente'?", preguntó su amiga con asombro.
"El mismo", confirmó ella, sacando el vestido de lentejuelas con la espalda descubierta, de las profundidades de su armario; fue como recuperar un trozo de su alma.
"Pero... ¿y si Brooks se entera?".
"Espero que lo haga", respondió Alex, hablando en serio. En el club, el bajo retumbaba en el suelo, un ritmo que la mujer no había sentido en años, olvidando cuánto le gustaba. Vestida de rojo brillante, ya no era la pálida y tranquila esposa de Brooks Kane, sino una estrella fugaz, y todos volteaban a verla cuando caminaba entre la multitud. "Alex, te ves... increíble", dijo Chloe, con los ojos muy abiertos. "No te había visto tan viva desde antes de conocerlo".
"Esto es lo que soy. Ya no me esconderé más", dijo ella, agarrando la mano de su amiga y llevándola hacia la pista de baile. Se dejó llevar por la música y se movió con una libertad embriagadora. Bailó con desconocidos, dejando que sus manos se posaran en su cintura, y riendo cuando le susurraban cumplidos al oído. Sintió que se encendía una chispa de su antiguo y temerario yo.
Un hombre apuesto con una sonrisa encantadora la invitó a una copa. Se inclinó hacia ella, rozándole la oreja con su aliento. "Una mujer como tú no debería estar aquí sola".
"No estoy sola, soy libre", dijo Alex, con los ojos brillantes. Dejó que él la acercara y sus cuerpos se balancearon juntos. Era un coqueteo sin sentido, un recordatorio de que seguía siendo deseable, y de que Brooks no era el único hombre del mundo.
Chloe apareció junto a ella, con el rostro pálido por el pánico. "Alex, detente, él está aquí".
"¿Quién está aquí?", preguntó ella, molesta por la interrupción. "Brooks", susurró Chloe, con los ojos muy abiertos por el miedo. "Te ha estado observando durante los últimos diez minutos". A Alex se le heló la sangre y volteó lentamente la cabeza. Allí estaba él, al otro lado reservado de la palpitante y sudorosa pista de baile, rodeado de su habitual círculo de aduladores de Wall Street, pero parecía totalmente fuera de lugar, como un iceberg en medio de un volcán. Tenía un impecable traje negro, con una postura rígida. Era una franja de blanco y negro en un mundo de colores de neón. Y sus fríos ojos grises, estaban fijos en ella. No había ira, ni celos en ellos; solo un vacío escalofriante. Era la misma mirada que le echaba a una hoja de cálculo o a una partida que estaba a punto de borrar.
Uno de sus amigos se inclinó y dijo algo en voz alta, por encima de la música: "Rayos, Brooks, tu mujer está haciendo un buen espectáculo. ¿No vas a ir a agarrarla?".
Brooks bebió un sorbo de agua lentamente. "Solo se está desahogando", dijo con la voz plana, carente de toda emoción. Era como si estuviera observando a un extraño. El rechazo le dolió más que cualquier arrebato de ira; a él realmente no le importaba.
El corazón de Alex, que había tenido una sensación de libertad, volvió a caer en un abismo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Intentar provocar a un hombre que no sentía nada por ella? Era patético.
Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta, y de irse a casa a lamerse las heridas, la expresión de Brooks cambió. Su cuerpo se puso rígido. Le tembló el vaso que tenía en la mano. Su mirada, antes fría y vacía, brillaba ahora con una intensidad que ella nunca había visto. Pero no se dirigía a la mujer, sino que miraba más allá de ella, hacia la entrada del club.
Alex siguió su línea de visión. Y allí estaba ella: Chastity Drake, de pie cerca de la barra, con aspecto perdido y frágil, vestida con un sencillo vestido blanco. Hablaba con un joven, con la cabeza inclinada y una tímida sonrisa en el rostro, pareciendo un ángel que hubiera entrado en el infierno.
Brooks se puso en pie de un salto y su silla golpeó con fuerza contra el suelo. La apariencia controlada del Santo de Wall Street desapareció, siendo sustituida por una mirada de furia primaria. No caminó, sino que la acechó, moviéndose entre la multitud como un depredador, sin apartar los ojos de su hermana adoptiva.
Alex observó, inmóvil en el sitio, cómo llegaba hasta Chastity, y la agarró del brazo con tanta fuerza que ella se estremeció.
"¿Qué haces aquí?", le preguntó el hombre con un gruñido grave y peligroso.
Chastity lo miró, con los ojos muy abiertos, con una expresión de miedo y adoración. "¿Brooks? Solo... me trajeron mis amigos. No sabía que estarías aquí".
El joven que la acompañaba intentó intervenir, diciendo: "Oye, tranquilízate". Pero Brooks ni siquiera lo miró. "Lárgate", gritó, y el hombre, al ver la mirada en sus ojos, retrocedió prudentemente. "No deberías estar en un lugar como este", le dijo a Chastity, con la voz tensa por una extraña emoción reprimida. "No es seguro para ti".
"Pero puedo cuidarme sola. No puedes tenerme encerrada para siempre. Ahora tienes una esposa", susurró ella, con el labio inferior tembloroso.
La mención de su mujer, Alex, pareció afectarlo. "Esto es diferente. No se trata de ella, sino de ti". No podía decir la verdad: 'No soporto la idea de que otro hombre te mire'. No podía admitir los celos incestuosos y obsesivos que lo comían vivo.
Alex, observando desde la distancia, lo entendía todo: la muñeca en la capilla, los años de abandono y la frialdad. Ahora todo tenía sentido, se había casado con ella para poner una barrera entre él y Chastity, como un escudo. Esbozó una sonrisa amarga en su interior. Él no la amaba; no quería que nadie más tuviera a Chastity.
Entonces se dio la vuelta para marcharse, incapaz de ver un segundo más de aquel retorcido drama.
"Si tu esposa no estuviera aquí, si simplemente desapareciera, ¿podríamos volver a como estaban las cosas?", preguntó Chastity, con la voz repentinamente clara y profunda.
Ante eso, Alex se quedó paralizada. Chastity la vio al otro lado de la sala, con unos ojos que ya no eran inocentes ni frágiles, sino llenos de una malicia fría y triunfante.
Entonces, todo sucedió al mismo tiempo. La chica gritó de manera teatral, zafó el brazo del agarre de Brooks y se lanzó hacia Alex.
Esta última ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.
Chastity agarró una botella de vino medio vacía de una mesa cercana y la golpeó con todas sus fuerzas. Se oyó un crujido nauseabundo cuando la botella se partió contra la cabeza de Alex.
Ella sintió un profundo y cegador dolor en la cabeza, se mareo y empezó a escuchar la música distorsionada. Sintió una humedad cálida y pegajosa que se extendía por su cabello y su cuello.
A través de su aturdimiento, vio que Chastity levantaba el cuello roto y dentado de la botella, con una expresión de odio. "¡Lo arruinaste todo!", gritó la chica.
Alex recibió un segundo golpe en el hombro, sintiendo un dolor lacerante y desgarrador. Se le doblaron las rodillas y todo a su alrededor se oscureció. Su último pensamiento consciente fue la mirada fría e indiferente de su esposo mientras ella caía, como una víctima olvidada en su guerra secreta y enfermiza.