El cielo la mandó, el infierno la obedeció
img img El cielo la mandó, el infierno la obedeció img Capítulo 4 Una cura inesperada
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Capítulo 5 Una destreza insospechada img
Capítulo 6 No me voy a ninguna parte img
Capítulo 7 Lo que ella merece img
Capítulo 8 Hacerla pagar img
Capítulo 9 Un fantasma del pasado img
Capítulo 10 Una deuda por saldar img
Capítulo 11 Ya he dormido contigo img
Capítulo 12 El contrato anulado img
Capítulo 13 Un error costoso img
Capítulo 14 Guardar rencor img
Capítulo 15 Una oferta inesperada img
Capítulo 16 Entre la fe y la sospecha img
Capítulo 17 Falsa alarma img
Capítulo 18 Devolviendo el favor img
Capítulo 19 Una dura lección img
Capítulo 20 Una mentira oportuna img
Capítulo 21 Una acusación infundada img
Capítulo 22 Eres hermosa img
Capítulo 23 Un futuro arreglado img
Capítulo 24 Nacida para mandar img
Capítulo 25 El sonido de una bofetada img
Capítulo 26 Una prueba de gratitud img
Capítulo 27 Solo un malentendido img
Capítulo 28 El peso de la verdad img
Capítulo 29 Fragmentos de un recuerdo borrado img
Capítulo 30 Un rostro del pasado img
Capítulo 31 Qué coincidencia volver a vernos img
Capítulo 32 ¿Nos consideras amigos img
Capítulo 33 La lesión de Damon img
Capítulo 34 Un fracaso tras otro img
Capítulo 35 La desaparición de Sean img
Capítulo 36 Fantasmas del pasado img
Capítulo 37 Cuentas pendientes img
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Capítulo 4 Una cura inesperada

Lleno de rabia, Carl estrelló contra el suelo una de las copias del acuerdo que rompía sus lazos familiares.

Durante años, había estado convencido de que Leyla era un problema, aunque nadie más en la familia se atreviera a admitirlo.

Ahora, las acciones de la joven le ahorraban la molestia de tener que demostrarlo.

"¿Por qué sigues aquí? ¿No estabas desesperada por irte? ¡Entonces, lárgate ya!", le espetó con frialdad.

Leyla soltó una risa vacía, cargada de sarcasmo.

En realidad, Carl y ella nunca se habían llevado bien, y ya no había motivo para seguir fingiendo.

Se agachó para recoger el documento arrugado y, al erguirse, le clavó a Carl una mirada de gélida determinación.

"Recuerda este momento, Carl. Algún día te arrepentirás de cada decisión que tomaste hoy".

Sin esperar respuesta, se dirigió hacia la puerta, pero al darse cuenta de que Eliana la observaba desde un rincón, vaciló un instante.

Leyla frunció el ceño al verla.

A pesar de su ropa, que no podía ser más sencilla, el rostro de Eliana poseía una belleza imponente.

No era una belleza delicada ni discreta, sino una que desafiaba con su sola presencia. Una extraña incomodidad le revolvió el estómago a Leyla.

Esos ojos... Eran idénticos a los de Stella, y Leyla lo comprendió de inmediato.

Leyla se acercó y observó a Eliana de arriba a abajo. "Así que tú debes de ser Eliana, la hija desaparecida".

Eliana esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible. "¿Y tú eres la callejera que mordió la mano que le dio de comer?".

La ira de Leyla estalló. Alzó la mano, dispuesta a abofetearla.

Pero antes de que pudiera golpearla, los dedos de Eliana se cerraron sobre su muñeca, deteniendo el golpe en el aire. Un dolor agudo le recorrió el brazo.

"¡Argh!", siseó Leyla. "¡Suéltame, maldita!".

"Veo que nunca te enseñaron modales. Lárgate ahora, antes de que se me agote la paciencia", advirtió Eliana con frialdad.

Tras soltarle la muñeca, Eliana se limpió la palma de la mano contra el pantalón, como si hubiera tocado algo inmundo.

Leyla entrecerró los ojos y una risa amarga se escapó de sus labios. "Oh, ya entiendo. Eres igual que el resto de tu familia. Pero no creas que has vuelto a una vida de lujos. Los Murray se hunden, y muy rápido".

Eliana respondió: "Quizás. Pero de lo que sí estoy segura es de que te habrás ido para cuando cuente hasta tres".

En un nuevo arrebato de furia, Leyla intentó abalanzarse sobre Eliana, pero Carl se interpuso, bloqueándole el paso. "¡Sáquenla de aquí!", ordenó.

"¡No hace falta, sé cómo irme! Nunca quise estar en este lugar. Y más les vale recordar que esto no ha terminado. Me las pagarán por lo de hoy", replicó Leyla con una mirada gélida.

Había regresado sola y, por el momento, retirarse parecía la decisión más inteligente.

Una vez que se casara con un miembro de la familia Clarke, ya encontraría la oportunidad de atacar.

Carl abrió la boca para lanzar otro insulto, pero se detuvo en seco al ver a Stella tambalearse.

"¡Mamá!", gritó, corriendo hacia ella.

Una sombra veloz pasó a su lado y, antes de que pudiera reaccionar, Eliana ya estaba allí, sosteniendo a Stella mientras esta se desvanecía.

"Lia...". Carl la miró, incrédulo.

"Ayúdame a llevarla a su habitación", le ordenó Eliana, con un tono que no admitía réplica.

"Claro", respondió él al instante.

En cuestión de minutos, la recostaron en su cama.

Eliana se sentó al borde y la examinó con movimientos diestros y cuidadosos.

No tardó en darse cuenta de que la ira había llevado a Stella al límite. En el fondo, su cuerpo ya era frágil, debilitado por antiguas dolencias que nunca habían sanado por completo. Sin los cuidados adecuados, quizás no podría soportar mucho más.

Carl ya le había pedido al mayordomo que llamara a una ambulancia. Fue entonces cuando se percató de que Eliana estaba inclinada sobre Stella, evaluando su estado en silencio.

Un destello de sorpresa cruzó por su rostro. "Lia, ¿eres doctora?".

"Solo aprendí un par de cosas de un médico viejo del pueblo", respondió Eliana, con tono despreocupado. "¿Tienes un juego de agujas de acupuntura? Las necesita de inmediato".

El mayordomo intervino antes de que Carl pudiera responder, con un tono de preocupación en la voz. "Ya llamé a una ambulancia. Llegará en unos veinte minutos".

La expresión de Eliana no cambió. "Para cuando llegue, se limitarán a ponerle oxígeno, ordenarle una serie de análisis y darle un puñado de pastillas genéricas antes de enviarla de vuelta a casa".

Sin dudarlo, Carl le ordenó al mayordomo: "Ve a la sala de terapia. Mira si el fisioterapeuta dejó algunas agujas".

Esa sala había sido equipada años atrás para Louis, cuya delicada espalda requería atención constante.

El mayordomo no se atrevió a discutir y fue a buscarlas, aunque murmurando por lo bajo.

Tuvieron suerte: aunque el fisioterapeuta había sido despedido, sus herramientas seguían allí.

En pocos minutos, el mayordomo regresó con una pequeña caja.

Eliana la abrió y colocó las agujas de plata en una fila ordenada.

Las esterilizó con movimientos expertos antes de insertarlas en varios puntos clave del cuerpo de Stella.

Incluso después de colocar la última aguja, los ojos de Stella permanecieron cerrados, su respiración sin cambios.

Al notar esto, el mayordomo apartó a Carl unos pasos.

Como los demás estaban ocupados con los problemas de Louis, el mayordomo sentía la responsabilidad sobre sus hombros.

Sabía que debía mantener la calma y evitar que Carl, a quien veía como el menos capacitado para tomar decisiones serias, cometiera un error.

"Señor...", dijo, bajando la voz hasta casi un susurro mientras sus ojos se desviaban hacia Eliana. "¿La joven que trajo... es realmente la señorita Eliana?".

"Por supuesto. Mírale los ojos, son idénticos a los de mamá cuando era joven. Y lleva el colgante de jade en forma de pez que ella le dio antes de desaparecer".

El mayordomo asintió lentamente antes de continuar: "Mientras usted estaba fuera, nos enteramos de que fue adoptada por una familia de campo. Discúlpeme por lo que voy a decir, pero la gente del campo no suele tener una formación médica avanzada. La ambulancia llegará en cualquier momento; quizás sería más seguro llevar a la señora a un hospital de primer nivel".

"¿Estás insinuando que Lia podría hacerle daño a mamá?", el tono de Carl se agudizó.

"En absoluto, señor", se apresuró a decir el mayordomo. "Solo considero el peor de los casos. Usted mismo lo vio: las agujas no parecieron tener ningún efecto".

Fiel a su carácter impulsivo, Carl se acercó de inmediato a Eliana. "Lia, ¿cuánto falta para que despierte?".

"Unos diez minutos", dijo Eliana, mientras presionaba una de las agujas con una fuerza constante y deliberada, buscando liberar poco a poco la presión interna de Stella.

Carl asintió brevemente y luego miró al mayordomo. "Le daremos diez minutos. Si para entonces no ha despertado, iremos al hospital. Y tranquilo, también hay médicos competentes en el campo".

La mirada de Eliana se desvió hacia el mayordomo.

"Va a despertar. Le doy mi palabra".

El mayordomo forzó una sonrisa incómoda. "Está bien...".

No esperaba una respuesta tan directa de Carl.

Eso explicaba por qué se decía que, de los seis hijos de Louis y Stella, Carl era el más franco de todos.

Justo cuando la tensión en la habitación era casi palpable, el sonido de una sirena de ambulancia se escuchó desde abajo.

"¡La ambulancia ya está aquí!", anunció él, casi con alivio. "¡Bajemos a la señora Murray de inmediato!".

Apenas terminó de hablar cuando la puerta se abrió de una patada violenta.

Todas las miradas se volvieron hacia el recién llegado.

En el umbral se encontraba un hombre de cejas pobladas, con una cicatriz que le cruzaba la ceja derecha. "Carl, escuché que mamá...".

Se interrumpió al ver a Eliana insertando una larga aguja de plata en la cabeza de Stella, y su rostro se crispó de rabia al instante.

"¿Quién demonios eres y qué le estás haciendo a mi madre? ¡Aléjate de ella!".

Sin mediar palabra, le lanzó un puñetazo directo, con la clara intención de derribarla.

                         

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