POV Luisa:
El oficial, el Comandante Valerius, se enderezó, su mirada recorriendo los rostros atónitos de la sala. Se volvió hacia Vicente, su expresión endureciéndose.
-Alfa Vicente Herrera -anunció, su voz como hielo quebrándose-. Por orden del Alto Consejo, queda usted bajo arresto.
Sostuvo una tableta de datos, la orden de arresto brillando en la pantalla.
-Los cargos son traición contra su manada, conspiración con elementos Renegados y el intento de asesinato de un activo del Alto Consejo.
El rostro de Vicente, que había sido una máscara de frío control, finalmente se rompió.
-¿Traición? ¡Esto es absurdo! ¿Bajo qué fundamentos?
Me levanté lentamente, mi espalda gritando en protesta. Pasé junto a él, deteniéndome justo al lado de su hombro.
-¿Los fundamentos? -susurré, mi voz solo para sus oídos-. Esa tarjeta de Luna del Alfa que le diste a tu puta. Es un artefacto de Lunaplata. Registra la firma de olor de cualquiera que la sostenga. Al dársela a ella, firmaste tu propia confesión, transmitida directamente a los archivos de seguridad del Consejo.
Se le heló la sangre. Pude oler el pico agudo y repentino de su miedo.
En el helicóptero, el aire estaba denso con el olor a antiséptico y la presencia tranquilizadora de Damián Rojas. Ya estaba atendiendo a Mónica, sus manos grandes y gentiles brillando con una suave luz plateada: la magia curativa de su linaje.
-Es un veneno compuesto -dijo Damián, con el ceño fruncido por la concentración. Su voz era un murmullo bajo, firme y tranquilizador-. Acónito, mezclado con microescamas de plata. Administrado lentamente, durante un largo período.
Mi corazón se encogió.
-¿Cuánto tiempo?
-Al menos tres meses -confirmó sombríamente-. El objetivo no era matarla. Era paralizar permanentemente a su loba. Asegurarse de que nunca pudiera experimentar su primera Transformación.
La crueldad calculada de aquello me dejó sin aliento. Vicente no solo me había traicionado; había intentado mutilar el alma misma de nuestra hija.
-La tarjeta -dije, con la voz tensa-. Revisa los olores.
El Beta de Damián asintió, pasando un escáner sobre la tarjeta de metal negro, ahora sellada en una bolsa de evidencia.
-Confirmado, Luna. Solo hay tres olores presentes: el suyo, el de Vicente y el de una hembra Omega desconocida.
Eso era todo lo que necesitaba. Cerré los ojos, contactando no a través del destrozado vínculo de compañeros, sino a través de la Conexión Mental oficial de la manada, un canal abierto a la estructura de mando.
-Habla su Luna -transmití, mi voz resonando con una autoridad que no había usado en una década-. El Alfa Vicente Herrera ha sido arrestado por traición. Por mi autoridad, su acceso a todos los activos, cuentas y comunicaciones de la manada queda congelado. Efectivo de inmediato. Acusen de recibido.
La respuesta del Beta de mi manada fue instantánea.
-Recibido, Luna. A la espera de sus órdenes.
La Guardia del Alto Consejo se movió rápido. Un equipo allanó el lujoso departamento de Ivonne Pérez. Mientras veía la transmisión en vivo en un monitor, encontraron un alijo de documentos de identidad falsificados y un teléfono desechable. Los registros de comunicación eran un pozo negro de traición, detallando sus conversaciones con Vicente y un grupo identificado solo como "Las Serpientes Negras".
-Espera -dije, señalando la pantalla-. Haz zoom en esa estantería.
El operador de la cámara obedeció. Mis ojos, perfeccionados por años de trabajo de inteligencia, lo vieron al instante. Un volumen de poesía encuadernado en cuero estaba una fracción de centímetro fuera de lugar.
-El tercer libro desde la izquierda. Revisa detrás.
Un agente retiró el libro. Escondido en un espacio hueco había un pergamino de piel de oveja enrollado. Era un contrato antiguo y vinculante. Un pacto entre Vicente y la organización Renegada, las Serpientes Negras, vendiendo los derechos minerales del territorio sagrado de Bosque Negro a cambio de su ayuda para... ¿qué? El texto estaba codificado.
Justo en ese momento, Mónica se movió, sus ojos abriéndose con un aleteo.
-¿Mamá? -susurró.
-Estoy aquí, mi niña.
-El estudio de papá... -murmuró, su voz débil-. Hay una habitación... detrás de la chimenea. Lo vi entrar una vez. No tiene olor. Runas, creo.
Una habitación secreta, oculta a los sentidos de un lobo. Por supuesto.
Transmití la información al Comandante Valerius. Su equipo la encontró en minutos. La evidencia en el interior era condenatoria. Mapas de las defensas de nuestra manada. Copias de los protocolos de seguridad del Alto Consejo. Secretos corporativos detallados de Industrias Herrera. Y, guardado en una caja forrada de plomo, había un diario encuadernado en cuero. De puño y letra de Vicente, detallaba el ritual que había usado para atar mi poder, escribiendo con escalofriante claridad que temía la "naturaleza incontrolable de la Loba Blanca" y que tenía que "domarla por el bien de la manada".
La noticia del arresto de un Alfa por traición se extendió por el mundo de los hombres lobo como un reguero de pólvora, un terremoto que sacudió los cimientos de nuestra sociedad.
Mientras el mundo se tambaleaba, me concentré en mi hija. Hice una llamada a un contacto en el cuerpo diplomático del Consejo.
-Ella se ganó esa pasantía -dije, con voz firme-. No me importa lo que tengas que hacer. Consíguele un nuevo pase. Súbela al próximo vuelo. No perderá esta oportunidad por culpa de él.
A la mañana siguiente, mientras los canales de noticias bullían de especulaciones, Mónica estaba en un jet privado, con un nuevo pase de seguridad mejorado en la mano, en camino a reclamar el futuro que se había ganado por derecho propio. El juego acababa de empezar.